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El legado de Rayo

“Casi con llanto respondo, no he podido pintar”, dijo el maestro Rayo en una de las últimas entrevistas concedidas a El País. Recuerdos de una charla triste con el ícono del Valle.

8 de junio de 2010 Por: Isabel Peláez | El País

“Casi con llanto respondo, no he podido pintar”, dijo el maestro Rayo en una de las últimas entrevistas concedidas a El País. Recuerdos de una charla triste con el ícono del Valle.

¡No he podido pintar!”. Esa queja en la voz de Rayo suena a trueno. Lleva 18 meses intentándolo. Quinientos días con sus noches sin conseguir trazar una línea. Sin poder pensar un cuadro. Ni siquiera soñarlo. Cada día se levanta en vano y tira su bastón como aguardando que sus dedos tejan una cinta. Y la maldita inspiración no llega. Pero la resignación es un color que no le va...Eso dijo en 2007 el maestro Ómar Rayo, cuando lo atrapó la tristeza y tuvimos esta charla visceral, en una banca en la mitad de la sala de su amado “hijo bobo”, su Museo de Roldanillo. Pese a su oscuro humor, Ómar Rayo siempre irradió luz. En cuatro continentes participó en más de 200 exposiciones individuales y colectivas. Llegó a lugares tan lejanos como Christchurch, en Nueva Zelandia. Y su colección en América Latina llegó a ser la más extensa. Fue uno de los artistas colombianos más activos del Siglo XX. En los diez meses del año que permanecía fuera de Colombia, hilaba poesías geométricas, tejía cintas en cuadros o zig zags, imparable.Lo único que amenazó con frenar su vena creadora fue el infarto al miocardio que sufrió el 29 de enero de 2006, cuando finalizó los eventos conmemorativos de los 25 años de su Museo en Roldanillo. Luego de estar 35 horas anestesiado, mientras a través de tubos le sacaban agua a sus pulmones, debió someterse diariamente a diálisis, para purificar su sangre de desechos tóxicos a través de más tubos, pues los riñones cesaron su trabajo. No hacía mucho había cazado ‘Crisálidas de Arrebol’ en el patio de su Museo, como homenaje a los atardeceres del Valle. Había regresado al blanco y negro a atrapar Mullidas Huellas del Viento, en esa brisa con olor a mar que llega a Cali del Pacífico y pasa por Roldanillo a través de una depresión de la cordillera.Fue una tarde de diciembre, antes de cumplir 80 años, cuando me dijo que tenía “la inspiración anestesiada”... Como si los tubos se la hubieran perforado. Y aún así vi en sus ojos a un Rayo que buscaba la luz.¿Alguien ha logrado traducir su pintura?Imposible. Ahí intervienen el estado de ánimo, la edad, el sistema nervioso. Para traducir se requiere no saber el idioma sino interpretar al autor, su estado de ánimo, sus angustias, sus errores...¿Sabe traducir a Mateo, su nieto?¡Nooo! No tengo paciencia ni tiempo, no estaba preparado. Hay que tener una educación para ser abuelo. El niño me quiere hablar, pero yo no entiendo su idioma. No lo sé traducir. Él ya grabó mi voz y tengo un gritito para saludarlo, le digo: “¡Mateito!” y mira por todas partes. Es muy simpático, que no se parece a nadie en la familia. ¿Ha pintado últimamente?Es gravísimo, casi con llanto te respondo, no he podido pintar. No tengo la energía, no tengo las pilas puestas, la concentración que necesito para poder pintar.La angustia que mantengo, la depresión, es por la falta de trabajo, de acción. Me doy cuenta de que mis últimos días, si se puede decir, los estoy pasando sin hacer nada.¿Piensa en nuevas pinturas?Pienso, claro. Me paro, me voy a la mesa a hacer algo y se me olvida a qué fui, a qué emoción interpretar. Y no sé nada. Y para copiarme a mí hace falta memoria, podría copiarme, como la naturaleza se copia.Su esposa dice que es un milagro que ya no necesite la diálisis...Necesito otros milagros: conseguir la capacidad de pintar, de poder vivir sin diálisis, salir de la clínica, de los tratamientos, de las enfermeras, caminar en la calle, pero no tengo la energía para trabajar. ¿Nunca había vivido un receso pictórico?¡Nunca! Ni cuando era joven, ni cuando era vago. Siempre que llego a Roldanillo me incendio de color, de ideas; el trópico me enloquece, pero ya tengo una locura oculta, un rayo apagado.Pero siempre está vigente. ¿Le satisfacen los homenajes que le han hecho?No sé, me están indicando que están viniendo por mí. Eso me indican esos homenajes casi apretujados, queriendo decir: “Aprovechemos que está vivo”. Aunque algunos enemigos están muy felices, porque al final no se murió ese hijo de puta. (Sonríe).¿Qué le ha enseñado la enfermedad?Me da miedo. A veces estoy durmiendo y me despierto y me parece que me estoy muriendo. He perdido un poco la vivacidad de la memoria. Me decía el médico que es por el tiempo que pasé dormido, ¿cómo se llama?, anestesiado, 35 horas seguidas anestesiado, me estaban sacando el agua de los pulmones a través del esófago. Me dañaron el esófago de tantos tubos que me metieron. Porque consciente no podían hacerlo, me vomito. Eso le hizo un daño a la memoria. Y para volver a pegar las cicatrices hace falta mucho tiempo.

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