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Así vive una paciente después de un trasplante de corazón realizado en Cali

Flor Ayda Prado, una humilde mujer de 52 años de edad, dice que volvió a nacer luego del trasplante de corazón al que fue sometida hace 3 semanas. Vivió 25 años con enfermedades cardiacas en busca de esta operación.

14 de marzo de 2012 Por: Andrés Felipe Álvarez | Elpaís.com.co

Flor Ayda Prado, una humilde mujer de 52 años de edad, dice que volvió a nacer luego del trasplante de corazón al que fue sometida hace 3 semanas. Vivió 25 años con enfermedades cardiacas en busca de esta operación.

-Vas para trasplante. ¿Estás nerviosa?-Para nada doctor, estoy feliz.-Bien, empiecen a sedarla que ya llegó el rescate.Eran las once en punto de la noche del martes 21 de febrero de 2012, y esa conversación con su anestesiólogo es el último recuerdo que Flor Ayda Prado tiene de cuando en su pecho aún palpitaba, a medias, el corazón que amenazó con detenerse y dejarla sin vida durante los últimos 25 años.5 horas y 25 minutos después esta mujer – 52 años de edad, habitante del corregimiento de Rozo, beneficiaria nivel del 1 Sisbén - se convertiría en la primera paciente en recibir un trasplante de corazón en la Clínica Neurocardiovascular Dime, en el norte de Cali.Contrario a lo que podría esperarse de una persona que tan sólo lleva 21 días acostumbrándose a un nuevo corazón, hoy doña Flor Ayda goza de una vitalidad que hace décadas no sentía. Un poco más de 24 horas han pasado desde que abandonó la clínica y llegó a su vivienda en el Callejón El Encanto, en Rozo, y ya recibe las visitas por fuera de la cama, ve televisión en la sala de estar con sus hijas, sus hermanas y sus nietos, y cuenta los pormenores de su larga enfermedad y de su 'milagrosa' intervención quirúrgica.Relata, a través del tapabocas que sólo se puede quitar para comer, que contaba sólo con 27 años de vida cuando le descubrieron los primeros síntomas de una hipertensión que a la postre desencadenaría en daños más severos para su salud.Tres preinfartos, dos infartos y diagnóstico de muerte súbita en una ocasión son los episodios más críticos de la voluminosa historia clínica que ha dejado a lo largo de dos décadas en decenas de hospitales del Valle y Bogotá.“Desde hace 15 años los médicos me dijeron que mi solución era un trasplante pero tuve que luchar todo ese tiempo con miles de vueltas”, dice doña Flor Ayda.Le prometieron un Stent, un marcapasos y otros procedimientos quirúrgicos; y cada nuevo cardiólogo que la veía le recetaba una camándula de pastillas diferente. Pero los resultados siempre eran los mismos: extremidades hinchadas, cansancio extremo que no le permitía ni bañarse y un agitamiento que entrecortaba cada frase que se atrevía a decir.Un nuevo corazón, una nueva vidaCatorce horas después del momento en que cerró los ojos camino al quirófano, el efecto de los sedantes empezaba a desaparecer del cuerpo de Flor Ayda Prado. De a poco, volvía a la realidad. -Mija, ¿y las almohadas?-No mamá, ya no las necesita. Ya no hay que dormir sentada.Hablaba con Sandra Yaneth, una de sus dos hijas, quien la esperaba ansiosa en la sala de cuidados intensivos para darle la buena noticia: había despertado con un corazón nuevo y los médicos decían que su viacrucis clínico empezaba a terminar.Sintió un dolor en el pecho diferente al habitual. Ya no era el dolor de un yunque aplastando su humanidad e impidiéndole respirar, esta vez era algo nuevo. Al bajar su mirada, una cicatriz de 30 centímetros, entretejida con hilos de sutura en medio de sus senos, le hizo pensar que aquella era una molestia pasajera.En ese momento recordó al cardiólogo Carlos Plata, quien dirigió su operación, cuando explicaba a qué iba a ser sometida, en términos comprensibles a la luz de sus nulos conocimientos en medicina: “El médico me dijo que lo que me iban a hacer era como pasar una plantica de una matera a otra. Si uno la sigue regando y cuidando ella sigue viva, y eso es lo que yo tengo que hacer”, relata.Hoy, mientras ve televisión en la comodidad de su casa, con la puerta abierta por si hay visitas, Ayda sabe que en este momento debe haber una familia a la que tal vez nunca va a conocer, sufriendo por la muerte del ser querido que le heredó el corazón.Pero, ¿de dónde salió el nuevo corazón de Ayda? “No pregunté quién es, no tengo ni idea. Pero me lo imagino como un hombre joven. A su familia quiero decirle que estoy altamente agradecida y que tengan por seguro que le devolvieron las ganas de vivir a un ser humano que lo necesitaba”, dice ella.Los donantes de corazón para trasplante, según explica el doctor Fernando Gómez, director de la clínica Dime, tienen que ser pacientes fallecidos recientemente por muerte cerebral y sin ningún tipo de lesión cardiaca. Así, el joven que Flor Ayda imagina como el 'cultivador' de su nuevo corazón durante tantos años, pudo haber muerto en un accidente de tránsito, ahogado, de un derrame cerebral o hasta asesinado. Para ella, es mejor no saberlo.Sus hijas Sandra y Nancy dicen haber heredado casi todo de su madre. Por fortuna, casi todo. Aún no se han subido al tren de enfermedades cardiacas que ha transportado por la vida a más de tres generaciones de su familia. Como Ayda, ellas son mujeres de tez morena, robustas y con una fe ciega en Dios. Cuentan haber vuelto a la vida con su madre, como si parte de ese nuevo corazón les hubiera tocado a ellas. Se declaran felices de ver a la mujer que hoy les habla de corrido, les entrega todo el día una mirada de alegría a través de sus gruesos lentes y planea retomar el viejo negocio de crianza de animales y preparación de sancocho de gallina y tamales que algún día tuvieron para ganarse unos pesos.Pero todos esos planes, le dicen los médicos, deben ir acompañados de cuidados extremos. De ahora en adelante su dieta sólo debe incluir pequeñas porciones de alimentos cocidos, carnes blancas preferiblemente. Debe evitar las harinas y las grasas y perder nueve kilos.Además, debe evitar el contacto con personas enfermas con gripa o diarrea, y esterilizar las cucharas, los tenedores, cada elemento que vaya a utilizar, para evitar infecciones.Sus hijas le indican que el tiempo para atender la entrevista está terminando y debe descansar. Pasa a su alcoba, que luce con impecables sábanas blancas, un Cristo en la pared y las pipas de oxigeno que ya nunca tendrá que utilizar. Antes de despedirse, unas cuantas fotos y la respuesta a la única pregunta que se tomó tiempo para meditar, la que sin duda salió desde lo más profundo de su nuevo corazón:“Antes mi respuesta era un no definitivo. Hoy no lo pensaría dos veces. Si una parte de mi cuerpo va a ayudar a salvar o a mejorar la vida de un ser humano, pueden coger la que quieran, que yo voy a estar gustosa de entregarla”.

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