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El 'terremoto' del HUV ya tiene réplicas en otros hospitales de Cali

La crisis del Hospital Universitario del Valle se extiende tan lejos de sus paredes, que sus verdaderos alcances resultan imposibles de calcular. Crónica de hombres y mujeres, de niños y ancianos enfermos que, de pacientes, pasaron a ser resignados.

20 de septiembre de 2015 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor Unidad de Crónicas

La crisis del Hospital Universitario del Valle se extiende tan lejos de sus paredes, que sus verdaderos alcances resultan imposibles de calcular. Crónica de hombres y mujeres, de niños y ancianos enfermos que, de pacientes, pasaron a ser resignados.

Todo tenía que ver con lo que a las 8 y 38 de la noche del pasado miércoles estaba ocurriendo adentro de la sala de urgencias del hospital Mario Correa Rengifo, en el barrio Los Chorros: dos médicos, la enfermera jefe Milena y el auxiliar John, luchaban a esa hora con los pulmones de Aura García, una señora de 72 años que había llegado temprano para hacerse una curación en un pie y mientras esperaba se fue quedando sin aire. 

La mujer, que en principio buscaba atención para una celulitis sobreinfectada, también tenía fallas respiratorias, problemas cardiacos, elefantiasis y una hernia abdominal que en los cálculos de la enfermera jefe alcanzaba el tamaño de una pelota de tenis. Al estar cerrado el HUV, donde debió ser tratado el caso debido a  su complejidad, no pudo ser remitida y la atención a ocho manos que necesitó para evitar que cayera en paro respiratorio, paralizó la sala de espera. “Tranquila mujer, tranquila; ya va a pasar, tranquila, tranquila…”, le pedía  constantemente uno de los médicos a Aura, en la sala de procedimientos donde ella, a su vez, luchaba contra el aire artificial que trataba de recomponerle el cuerpo.

Afuera, Óscar Vergara,  encargado de la portería de Urgencias, contaba que desde que empezó la crisis del HUV han tenido días tan congestionados como los que les dejaban los clásicos entre el Cali y el América, épocas en las que la celebración del fútbol en la ciudad era también un lamento hospitalario. Aunque la del miércoles no era una de esas noches, el tiempo que requería la atención de los casos médicos más complicados había ido represando tanta gente en la sala de espera como para que el calor de los cuerpos alcanzara a salir de esas cuatro paredes, seguramente también empujado por dos ventiladores Electrolux de pata, que dispuestos allí para espantar el sofoco de los pacientes parecían un mal chiste dando vueltas. 

A las 9 y 12, Johana Correa, de 34 años, sintió ese calor como una cachetada en la cara e hizo una mueca. Ella se había bajado de su camilla, en la sala de observación, para ir a matar el tedio con el televisor de la sala de espera, pero el bochorno la devolvió al asomo. Adentro, ese mismo bochorno vencía a unas treinta personas, que muy cansadas se adormecían casi todas junto a sus dolores y sobre hileras de sillas metálicas. José Francisco Alarcón, de 86 años, por ejemplo, batallaba contra la fatiga acompañando a su esposa Rafaela, que sobre una cobija prestada que habían logrado extender en dos puestos, se acurrucaba medio dormida a su lado.

 “La traje porque tiene unos machucones en la espalda que le duelen mucho. Pero también tiene tiroides de la secadora, vértigo, gastritis crónica, osteoporosis y  un dolor abajo del estómago que la da la vuelta. Llevamos aquí dos horas esperando, dijeron que la iban a dejar, pero resulta que no hay dónde…” La cobija sobre la que su mujer sobrellevaba los dolores pertenecía a Gloria, que desde las seis de la tarde estaba esperando a que le atendieran a su nieto, un muchacho de 11 años ardido en fiebre. Y con ellos, en algún momento coincidió entre las sillas Gladys Eulalia Cortes, de 41 años, que desde las 11 de la mañana llegó con su hijo Luis Javier, trasladado del hospital Carlos Holmes Trujillo, muy grave de unas escaras en la espalda; desde hace tres años, su hijo permanece en silla de ruedas luego de que lo balearan en el barrio Mojica. Y a su lado, esperando atención durante horas, otro dolor con otra cara. Y en  otra silla, mientras los médicos perdían la pelea contra el tiempo, otro más en otro cuerpo. Todos ya en la noche, desvanecidos, aguardando no como pacientes sino como resignados, que encima de todo debían pasar parte de su espera escuchando el canturreo de Las Hermanitas Calle, desgañitándose después de las nueve en la telenovela que sintonizaba el televisor colgado de una de las paredes de la sala.

Johana Correa, que golpeada por el calor no alcanzó a ver nada en la pantalla,  se devolvió a la camilla donde  ese miércoles empezaba a cumplir su tercera noche en el hospital. Milena Mina, la enfermera Jefe, había dicho que ella podía ser otro claro reflejo de la crisis del HUV, así que la chica, preocupada y sin sueño, se sentó sobre el colchón a contar lo que sería un reflejo, más que claro, palpitante, de lo que significa para la ciudad que su hospital principal tenga las puertas cerradas: Johana está recién llegada de Maracaibo, Venezuela, de donde hace un mes y medio ella y su esposo hicieron salida voluntaria. En el camino de regreso, pasando por Santa Marta, se enfermó del colon; la semana pasada volvió a sentir los mismos dolores y fue al HUV pero al estar cerrado, agarró para el hospital Cañaveralejo donde inicialmente no le dieron atención hasta que, dice, reclamó como desplazada. De allá, el pasado lunes la trasladaron al Mario Correa Rengifo, donde descubrieron que su corazón se ha ensanchado como si estuviera dentro del cuerpo de una mujer de 90 años, presionándole el hígado, los pulmones y los riñones. El único lugar con la especialidad para tratar el hallazgo en el diagnóstico de Johana, desempleada, sin EPS y sin Sisbén, no abre las puertas por estos días. Por ello, señala la enfermera jefe, la mujer  deberá seguir ocupando una sitio en el mismo lugar donde algunos  pacientes, ya con orden de hospitalización, han estado esperando dos y tres días en   una silla, por la posibilidad de  encontrar una cama disponible. “Y han sido pacientes de posoperatorio, diabetes descompensada,  recibiendo oxígeno, mucho anciano, mucho niño…”.

La crisis del HUV, que impacta a toda la ciudad al ser ese centro asistencial  el corazón de la red hospitalaria pública y privada de Cali, llegó a su peor estado a mediados de este año, cuando, entre otros males,  la falta de pago oportuno de las EPS, que le adeudan más de cien mil millones de pesos por servicios prestados, le impidió continuar operando. 

[[nid:465230;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/09/huv-interna_2.jpg;full;{A las 3:00 p.m. del miércoles, 698 personas habían pasado por consulta externa del Hospital San Juan de DiosFoto: José Luis Guzmán | El País}]]

Para la segunda semana de julio, contó entonces el médico Julián Mora, él y sus compañeros ya habían visto escasear el hilo de sutura, tubos para bebés con dificultades respiratorias y también presenciaron dificultades para ingresar pacientes a Cuidados Intensivos por falta de conexiones y equipos. El cierre temporal y las cirugías restringidas la semana pasada, como consecuencia de la crisis en su etapa crónica, “implica que todos nos apretemos”, explica Iván González, director del Hospital San Juan de Dios, impactado directamente por el caos. “Si tuviera que explicárselo a un niño, le diría que haga de cuenta que a su casa, donde vivía con sus papás y un hermano, va a llegar una tía que no tiene donde más ir porque se le cayó la casa donde ella  vivía. Y que esa tía viene con siete primos, así que todo va cambiar y el baño y la comida se van a demorar y habrá que tomar medidas para que todos podamos acomodarnos”.

Buscando dimensionar en su totalidad la crisis, con coletazos que no se restringen a los hospitales de niveles uno y dos o a la gente más pobre de la ciudad, Alexander Camacho, Defensor del Paciente en Cali,  cuenta el caso de una mujer con las costillas rotas que necesita una cirugía de tórax y lleva tres semanas en la Clínica Colombia esperando encontrar cupo en clínicas de nivel tres donde puedan atenderla: “Al estar cerrado el HUV este tipo de procedimientos quedan centrados en Imbanaco y Valle del Lili, que también colapsaron al no tener la misma capacidad de atención”. Esta semana, la Fundación Valle del Lili, dio a conocer que su sala de urgencias tuvo un sobrecupo del 120 por ciento.

En la antigua clínica Santilllana, desde hace un tiempo bautizada con el mismo nombre de este país, la crisis del HUV ha provocado disparates que solo parecen posibles en Colombia. Desde hace varios días, por ejemplo, un hombre de unos 55 años permanece en el octavo piso adueñado de un cuarto con dos camas del que no han podido sacarlo. El hombre, que llegó en una ambulancia con múltiples fracturas víctima de un accidente de tránsito en Roldanillo, es un N.N, sordomudo y con retraso mental, con el que no han podido establecer comunicación ni siquiera a través de intérpretes. El jueves en la mañana, Eliana Moncada, jefe de Gestión Comercial y Servicio al Cliente de la Clínica Colombia, decía que a esas alturas ya no sabían cómo controlarlo: además de acosar sexualmente a las enfermeras, había untado todas paredes del cuarto con sus excrementos.

En esa clínica, con pacientes quenormalmente provienen en un 60% remitidos por el Seguro Obligatorio Contra Accidentes de Tránsito, Soat, las dificultades adicionales derivadas de lidiar con casos para los que no están preparados, ha ocasionado cambios que ahora se ven en camillas  dispuestas en los pasillos y más tarde lo harán en los registros contables. Solamente en Urgencias, cuenta el jefe administrativo Felipe Páez, tuvieron que contratar un patinador adicional, dos operarios de aseo más y otro vigilante. Durante las dos primeras semanas de este mes, calcula la feje de Gestión, la clínica recibió unas mil llamadas de otras clínicas de Cali y el Valle del Cauca que buscaban cupo para pacientes que necesitaban trasladar con urgencia. “Yo creo que al completar este mes, vamos a cerrar con las dos mil llamadas”.

Esos, tal vez, sean los únicos cálculos posibles en medio de una crisis de alcances realmente insospechados. Porque nadie podrá calcular las vidas que están ahora riesgo. O  contar las que pueden ya haberse perdido en medio de las réplicas de este ‘terremoto’. Una de ellas perteneció a un habitante de la calle que el 24 de agosto llegó al San Juan de Dios, con un golpe  violento en la cabeza definido en  el diagnóstico médico  como una hemorragia subdural traumática. El hombre apareció desgonzado en brazos de un familiar. Este miércoles, en el filo de la hora que divide la noche de la madrugada, Denisse Cabezas, encargada de la ubicación y remisión de pacientes en la clínica, encontró su nombre entre archivos digitales mientras cumpliía turno: se llamaba Argemiro, ingresó con una presión de 201 sobre 111 y su ventana de vida en ese instante, es decir, el tiempo máximo que podía esperar para recibir el tratamiento que urgía, eran dos horas. El hombre, resignado, duró dos días esperando.

[[nid:463584;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/09/san-juan-dios-4.jpg;full;{Los hospitales de nivel II están colapsados tras la parálisis en el HUV y la liquidación de la Rafael Uribe Uribe. Descubra el panorama de la salud aquí.Periodista: Camilo Osorio Sánchez | Videógrafo: Álvaro Pío Fernández | El País}]]

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