Así como muchas heridas físicas requieren ser suturadas para que cicatricen, las heridas del alma también necesitan ser muy bien curadas con agujas e hilos especiales para que sanen a fondo y que sus secuelas no causen más daño en las vidas de quienes lo padecieron.
Las víctimas del conflicto armado en Colombia deben sanar el dolor emocional que les dejó la guerra.
Esto parece haberlo entendido muy bien Anabeiba Palacios, una mujer de 55 años que llegó a Calima-El Darién hace unos 10, huyendo de la guerra en Mercaderes, Cauca, que tanto dolor le causó.
Cualquiera que ve la cara iluminada de Anabeiba cuando sonríe no podría imaginar que fue madre soltera y perdió a su único hijo en manos de paramilitares, que fue víctima de violencia sexual, que tuvo que huir de su tierra después de tantas amenazas y de que algunos amigos suyos desaparecieran o fueran asesinados, y que tanto sufrimiento le causó parálisis y pérdida de la memoria.
“Según el diagnóstico médico, se trataba de una cuestión psicológica por todo lo que había vivido. Luego empecé a ver a otras víctimas con una gran cantidad de padecimientos, y todo por razones psicológicas”.
Anabeiba comprendió que debía sanar las heridas de su alma para luego ayudar a otras personas a curarse también. Ahora se encarga de convencer a personas, víctimas de violencia, de la importancia de recuperarse emocionalmente.
Tiene claro que la reparación psicosocial y espiritual es posible cuando se van dejando atrás los sentimientos de odio y resentimiento.
“Conozco muchas víctimas que fueron reparadas con indemnizaciones económicas y hoy están peor que antes, porque primero hay que hacer la parte fundamental para toda víctima, que es la recuperación emocional. Cuando nosotros empezamos a sanar y entender muchas cosas de nuestras situaciones es cuando la podemos tener más clara”.
Lea también: 'Las víctimas del conflicto que hoy le apuestan al emprendimiento en Cali'.
Las víctimas de la guerra en Colombia han sufrido diferentes tipos de daños. Por un lado, están los ‘daños objetivos’, en los que se afectaron bienes materiales que se pueden medir o cuantificar. De otra parte, aparecen los daños psicosociales y morales, que se muestran a través del miedo, el sufrimiento emocional y la aflicción física y moral.

El martes se realizará la última de nueve sesiones de recuperación emocional, este año, en El Darién.
Especial para El País
“Este daño afecta también el proyecto de vida de las personas, es muchas veces intangible y, por lo mismo, desconocerlo impide el restablecimiento de los derechos. Los efectos ocasionados por el conflicto armado han permeado todas las dimensiones de lo humano y afectado las categorías emocional, cognitiva y comportamental”, se lee en un documento de la Unidad para las Víctimas.
10.865 personas han hecho parte de la estrategia de recuperación emocional de la Unidad para las Víctimas en el Valle del Cauca, según cifras de esa entidad.
El Darién, en donde vive Anabeiba, es un ejemplo de ese proceso de sanación emocional. Este año se han realizado nueve encuentros en los que unas 50 personas reciben terapia colectiva, orientada por profesionales psicosociales de la Unidad para las Víctimas.
Calima-El Darién tiene 15.800 habitantes, de los cuales 2160 son sujeto de atención y/o reparación.
El 65 % de ellos declaró ser víctimas de desplazamiento forzado.
No se olvida pero se cura
“Me dijeron que tenía que irme al amanecer. Me dijeron que si no me iba reclutaban a mi hijo el mayor, entonces me tocó salir de mi casa. Me dio mucha tristeza abandonar mi casa de la noche a la mañana. ‘Cuando amanezca no te quiero ver aquí’, dijeron, como si fueran los dueños de nosotros, los dueños de nuestras vidas”, es el fragmento de una bitácora que lee en voz alta Javier Duncan, el profesional a cargo de las sesiones de reparación emocional en El Darién, en medio de un círculo de personas.
La ‘bitácora viajera’ es un libro de escritura colectiva en el que cada una de las personas que asiste a las sesiones escribe su historia de violencia. En cada encuentro, cada una de las víctimas la lleva a casa y expresa allí su experiencia de la forma en que lo desee, algunos pintan, otros hacen manualidades, narran o escriben poemas.
En esta ocasión, más de 30 personas asistieron al encuentro en un hotel campestre con vista al paisaje del Lago Calima. Anabeiba se encargó de convocar a las personas, gestionar el transporte y conseguir el lugar. No tuvieron que pagar nada por la estancia en el sitio: el dueño, quien también fue víctima del conflicto armado, lo cede para estas sesiones sin cobrar.
“Él dueño nos dice ‘no quiero que se me suba gente en el bus esperando a que los empujen, sino que todos empujen el bus para sacarlo adelante’, y eso lo hemos entendido todos”, dice Anabeiba para sugerir que han aprendido que, ante las situaciones difíciles que han vivido, no deben revictimizarse, sino usar su experiencia para superarse.
Lea también: 'Los otros males que aún 'atacan' a muchas víctimas de la violencia en Colombia'.
No han pasado ni veinte minutos desde que empezó la sesión y las primeras personas se quiebran. Quizás recuerdan aquel suceso doloroso y no pueden evitar el llanto. Anabeiba corre a consolar a una mujer que no puede parar de llorar, le dice que por eso son tan importantes esas sesiones, para poder sanar los dolores que no se han ido y que quizás no se podrán ir sin ayuda.
El ejercicio principal de esta sesión es ‘El árbol de la vida’. Javier Duncan les pide a los asistentes que dibujen en las raíces a sus ancestros; en el tallo a las personas que han sido fundamentales en sus vidas, y en las ramas y flores a quienes han entrado a adornar sus existencias.
“Es un ejercicio que hace que cada persona reconozca a todos los que han sido fundamentales en su vida y en sus momentos críticos, reconociendo la importancia y el valor de las redes de apoyo”, dice Javier
.
Con la actividad, varios de los asistentes descubrieron o recordaron a personas que han estado en sus vidas y que a pesar de jugar un rol de apoyo importante, no las habían considerado como tal, tal vez una suegra, un sobrino, un tío, un familiar lejano que estaban invisibilizados, pero que han sido soportes fundamentales.
Los resultados positivos de las sesiones de recuperación emocional se notan en quienes han asistido. De eso da fe Norleida Largo, quien asegura que antes de iniciar este proceso era una persona distinta.
“Yo mantenía con una cara de 38; no contestaba sino que gruñía. No conocía la palabra amor, siempre mantenía con botas y peinilla. Era muy brava. No había superado lo que me pasó, ahora esto (las sesiones) me ha ayudado mucho, soy otra”, dice Norleida, y Anabeiba, que está a su lado, lo reafirma.
Javier Duncan dice que “lo que hacemos es apoyarlos, orientarlos, darles herramientas de manejo para tque puedan vivir su vida más tranquila, sin que con eso se vaya a borrar el recuerdo, ese siempre estará, pero ya no se vivirá con dolor”.
Anabeiba también sabe que lo que vivió nunca lo podrá olvidar, aunque hay sucesos tan fuertes que ella, dice, inconscientemente había borrado. Pero ya aprendió a vivir con sus recuerdos, dice que perdonó a sus victimarios y que siente su alma recuperada.
En el Valle del Cauca hay 452.001 víctimas sujetas de atención y/o reparación, de las cuales 1009 fueron víctimas de delitos contra la integridad sexual.
Una guerra que la persigue
Aún lejos de su tierra, Anabeiba Palacios siguió recibiendo amenazas por su rol de líder defensora de derechos. Asegura que está viva “porque Dios es muy grande”. Cuando se siente perseguida, se aleja por un tiempo de sus allegados porque, dice, no quiere perder a nadie más.
“Yo preparé a mi hijo para que él viviera y saliera adelante cuando yo no estuviera, pero nunca estuve preparada para enterrarlo a él. Eran mis cosas, fue por mi culpa que a él lo mataran; perdí a mucha gente querida. Ese peso lo tengo todavía. ¿Qué más le puedo poner a esta guerra? No puedo seguir enterrando personas por culpa de una lucha que estoy dando yo”.
Anabeiba también aprendió a no ponerse más como ‘carne de cañón’, al ser la líder que denunciaba injusticias, era la cabeza visible. Ahora, dice, se ha calmado para autoprotegerse.
“Cuando soy la única que da lora es más fácil que me maten”.