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"Llegar a los diálogos con secuestrados puede romper la mesa": exguerrillero del ELN

Carlos Velandia, exguerrillero del ELN conocido como ‘Felipe Torres’, asegura que los 51 años que ‘Gabino’ lleva metido en la selva reflejan el drama de toda la Nación. “Al expresidente Álvaro Uribe el país lo necesita del lado de la paz”, sostiene.

3 de abril de 2016 Por: Olga Lucía Criollo | El País.

Carlos Velandia, exguerrillero del ELN conocido como ‘Felipe Torres’, asegura que los 51 años que ‘Gabino’ lleva metido en la selva reflejan el drama de toda la Nación. “Al expresidente Álvaro Uribe el país lo necesita del lado de la paz”, sostiene.

Del guerrillero que fue solo queda un alias que aborrece. Pero es consciente de que la historia no se puede cambiar. Ni la suya, ni la del ELN ni la de Colombia. Por eso vuelve a ella para recordar que quiso ser médico y no lo fue, que quiso ser padre y tampoco lo logró y que quiso hacer una revolución y no la pudo concretar.

Pero lo suyo no es la nostalgia. Su optimismo asegura que los días de la guerra en el país están contados y que todos los integrantes del ELN  “están comprometidos con el proceso de paz” anunciado esta semana.

Carlos Arturo Velandia, a quien las tres décadas que permaneció “en las montañas de Colombia” le han significado diez años de cárcel, siete de exilio y otros tantos andando en Transmilenio con escolta, habló con El País sobre sus gestiones en favor de la paz y sobre lo que se siente ser un ciudadano de segunda.

¿Por qué dice que el ELN no debe llegar a la  mesa con secuestrados?

Porque el secuestro lacera el alma de la sociedad, rompe familias, las destruye y tiene un impacto en los territorios y en círculos sociales muy amplios. Detrás de un secuestro no puede provenir una aprobación, un aplauso, tiene una carga humanitaria dolorosísima para la gente que lo sufre y una carga negativa hacia el ELN al momento de pretender justificarlo.  Llegar a una mesa de diálogos con secuestrados y con la posibilidad de seguir secuestrando  terminará por romper la mesa por la presión social y la presión internacional. El ELN debería mandar un mensaje más positivo, más reconciliatorio con la sociedad y una buena manera sería prescribiendo este método de guerra o método de obtención de finanzas de sus prácticas y liberando a los secuestrados que tenga en su poder para llegar descargados y libres de ese tipo de presiones a una mesa de diálogos y negociación.

¿Qué tiene de diferente este proceso frente  a los fallidos intentos anteriores de paz con el ELN?

Si uno lee el preámbulo del acuerdo que se leyó esta semana en Caracas y el preámbulo del acuerdo de La Habana con las Farc, tienen unos elementos comunes y él más destacado es la frase que dice: ‘Estos diálogos se inician para ponerle punto final al conflicto armado interno en Colombia’. Antes nos desparramábamos en frases hiperbólicas y decíamos: Iniciamos este proceso para buscar mecanismos a la reconciliación, la convivencia y a la paz’, pero nunca se hablaba tan categóricamente. Esto me permite ser optimista y pensar con toda claridad que entramos en una senda donde los días de la guerra están contados.

¿Pero no cree que negociar en países que pasan situaciones internas complicadas como Venezuela o Brasil puede poner en riesgo los diálogos?

Ese es un planteamiento razonable y lo he podido constatar desde una perspectiva académica: ningún diálogo de paz en el mundo se ha desarrollado en países con situaciones políticas críticas o con inestabilidad institucional. Se buscan siempre países que pasen por una situación de serenidad política, y obviamente en Venezuela se pasa por una crisis institucional y política de gran complejidad y esa es una de las razones por las cuales el Gobierno se oponía a que se iniciaran los diálogos,  pero ante la insistencia del ELN de que se hicieran allí, se ha optado por una fórmula de sede múltiple o de mesa itinerante por varias ciudades de varios países.

Se ha dicho que otra de las razones que demoraba el anuncio era que ‘Pablito’, que es de  corte guerrerista, se oponía a  los diálogos. ¿Qué pudo llevarlo a sumarse a la mesa?

Esa es una imagen estereotipada y muy injusta de ‘Pablito’. El es un comandante de origen campesino, formado en las filas del ELN desde muy joven. Tiene una tesis política que quizá en su momento no pudo ser mayoritaria en el Quinto Congreso del ELN, donde se tomó la decisión de ir a un proceso que implicaba la dejación de armas, pero él es disciplinado y está comprometido con el proceso y va a estar acompañándolo hasta el final. No me cabe la menor dura de que el ELN no tiene disensiones al respecto,  va a estar en su conjunto en el proceso de paz.

¿Por qué se hicieron los secuestros de La María y el Kilómetro 18?

Mi militancia como guerrillero  fue en Antioquia, el sur de Bolívar, Santander y Arauca. Nunca estuve en el Valle. Para el tiempo que ocurrieron esos secuestros masivos yo estaba preso y estaba en representación del ELN para los diálogos de paz. Desafortunadamente eso ocurrió en un contexto donde el ELN no era escuchado, a pesar de que expresaba de manera pública su voluntad de llegar a una mesa. El Gobierno lo desoía y el ELN buscaba la manera de llamar la atención y protagonizó estos hechos tan dolorosos, que han dejado tan profundas heridas en la sociedad vallecaucana”.

¿Qué diferencias o semejanzas hay entre ‘Timochenko’ el jefe de las Farc y ‘Gabino’, el del ELN?

Los dos responden a escuelas y a estirpes diferentes, pero hermanadas en el propósito de buscar a través de la lucha revolucionaria la toma del poder y la construcción de una mejor sociedad. En eso están identificados. ‘Timochenko’ es mucho más joven en la lucha revolucionaria. ‘Gabino’ desde muy chico ha estado en las filas del ELN, es hoy por hoy el guerrillero más antiguo del planeta, lo cual es una característica que muestra la crudeza del conflicto. ‘Gabino’, en su persona, refleja esta situación tan lamentable que ha vivido el país. 51 años metido en las selvas, 51 años metido en la guerra, es injusto para una persona, pero es injusto también para una sociedad. Además de ser quizá heroico de su parte, refleja el drama de una nación.

Hablando del proceso de La Habana, ¿a qué cree que se debe el estancamiento de esas conversaciones entre las Farc y el Gobierno?

A mí no me parece que sea una situación de estancamiento. Todos los procesos tienen sus momentos de subida, de eventuales reversaciones y sus momentos de gran dificultad. Quizá se pasa por una dificultad, pero las dos partes van a encontrar finalmente las fórmulas de entendimiento y superación de estos aspectos que hoy se registran con preocupación y como inconvenientes. De eso se trata, es decir, un proceso de paz transcurre también en medio de tensiones, debates y discusiones para sacar aproximaciones y construir entendimientos. Si se logra un entendimiento, ese entendimiento permite firmar un acuerdo, entonces en este momento hay un desentendimiento, pero poco a poco las partes pueden ir aflojando en sus pretensiones o en sus posiciones y lograr grandes puntos de aproximación.

¿Y de lo que se ha hecho en La Habana, qué no se debe repetir con el ELN?

Primero que todo, hay que superar el síndrome de las fechas fatales, lo cual no quiere decir que el proceso no se deba calendarizar. Yo sugiero a las partes de las mesas con el ELN y las Farc, que hagan una programación, puesta en el papel, que les permita hacer una dosificación del esfuerzo y manejar con racionalidad el uso del personal que tienen disponible para tramitar las cosas y asumir los temas, en la búsqueda de lograr entendimientos y de tener los acuerdos. Si no se hace esto, se empiezan a desarrollar unas conversaciones que podrían ser al infinitum, es decir, sin un término, sin unos parámetros. Las fechas, como la del 23 de marzo, se convierten en una fecha de fatal y eso es un gran inconveniente, porque es como una espada de Damocles, no se cumplió, y el 23 de marzo de 20016 pasará a la historia como el día que no fue, como una frustración y eso es lamentable, pero sí propongo que se calendarice como una manera de colocar nortes a lo que se hace en la mesa. 

La gente suele ser muy dura con los desmovilizados y más con los expresidiarios. ¿Cómo ha sido su caso?

Es muy lamentable, pero es una realidad que el país también debe examinar, porque cuando los insurgentes hagan la dejación de armas y pasen de la lucha armada a la lucha política van a requerir de garantías plenas y no van a poder tener acceso a ellas ni al disfrute pleno de los derechos ciudadanos. Luego de tantos años de haber hecho dejación voluntaria y en la intimidad de las armas, todavía encuentro muy difíciles y limitados espacios para mi proceso de normalización como un ciudadano del común.

¿Por qué?

Porque hay una necesidad vital de un trabajo pero  nadie te quiere contratar y porque no he podido votar porque al momento de ir a buscar mi nombre en la lista, en la Registraduría me dicen: ‘Usted tiene una situación de conculcación de derechos’, pero resulta que eso quedó mucho tiempo atrás, pero hoy no hay nadie que haga esa reparación. Igualmente, no puedo abrir una cuenta de ahorros en ningún banco, porque cada vez que lo intento salta una alarma que dice: ‘Ojo con este señor, que ha estado preso’. Es doloroso porque me hace un ciudadano de segunda, cuando puedo ser igual que todos los demás ciudadanos de Colombia.

Un tema complejo, que se suma al temor que muchos guerrilleros tienen de que sus vidas corran peligro una vez dejen las armas...

He tenido que sobrevivir en medio de muchos riesgos, pero evito hablar de estas cosas para no herir susceptibilidades. Yo tengo un escolta porque recurrentemente me llegan panfletos, amenazas de muerte, y mi familia ha sido duramente golpeada. Un hermano mío fue secuestrado y desaparecido, mi familia fue amenazada y obligada al exilio. Pero estas circunstancias las tienen casi que miles de docenas de líderes sociales y populares y ellos no tienen la posibilidad de protección. La verdad es que hoy es mucho más riesgoso que estar en la guerra, porque  si el Estado no lo protege y la sociedad le da la espalda, la situación es de gran dificultad. El Gobierno debe ponerle mucha atención a  la seguridad y el acceso pleno a derechos de los excombatientes, porque puede ser factor de desilusión e incluso una gran motivación para  que busquen cómo reciclarse en fenómenos de violencia.

Llama la atención que usted valide la posición del expresidente Uribe. ¿Cree que aún es  posible que él se suba al tren de la paz?

Nunca es tarde. Él  ha sido opositor de las insurgencias desde tiempo atrás, desde cuando era gobernador y antes y ha sido opositor de los diálogos de paz. Sin embargo, como jefe de Estado también hizo intentos muy válidos con el ELN. El presidente Uribe es una personalidad en el contexto de nuestra democracia, un líder muy valioso entre sus seguidores y hay poderes económicos de su lado. No creo que un proceso de paz pueda ser sostenible en el tiempo si no cuenta con el apoyo o unos vasos comunicantes con estos liderazgos políticos y sociales. Por eso  me he atrevido a formular mediaciones del más alto nivel, como la del presidente Bill Clinton para acercarlos a él y al presidente Santos. Solo una persona  de este nivel podrá juntar a dos titanes de la política como Santos y Uribe, pero se necesita hacerlo a la mayor brevedad. Al presidente Uribe y al Centro Democrático, el país los necesita del lado de la paz.

Y cómo analiza el que tantos colombianos se opongan a los diálogos de paz de La Habana?

Es posible corroborar en las investigaciones que los procesos de paz en el mundo son lo más impopular que pueda existir. Cuando un gobierno decide hacer la paz, por lo general la sociedad le da la espalda. Hay grandes temores porque la paz significa concesiones y normalmente la sociedad interpreta que el Jefe del Estado va a hacerle concesiones  a su enemigo e incluso se llega a pensar que él está traicionando a su país. Colombia no podía ser la excepción. Finalmente, cuando se logran los acuerdos, la sociedad entiende que es mucho mejor la paz porque cuesta menos y porque la guerra es una máquina de producción de víctimas y no permite el desarrollo de nuestro país.  Hay muchas más cosas que ganar con la paz que con la guerra.

Pero, de cara a la refrendación de los acuerdos, preocupa mucha la baja popularidad del presidente Santos, porque las críticas por la economía y las diferencias políticas terminan por volverse en contra de la paz…

Desafortunadamente, todos los actos del Gobierno han sido metidos en la misma bolsa,  el manejo de la economía, de las relaciones internacionales y el proceso de paz, entonces la inconformidad sobre uno de estos aspectos termina cargándose a los otros. Creo que todos los partidos políticos deberían blindar el proceso de paz, rodearlo como un patrimonio nacional, pero para eso hay que procurar un acuerdo político para que lo entendamos como un propósito de  Estado en el que se implicarían todas las formaciones políticas porque es el bien común lo que se va a conquistar. Podemos discrepar del modelo económico y del manejo de las relaciones internacionales y oponernos al gobierno del presidente Santos, pero lo que no podemos es hacer política oponiéndonos a la paz.

Ayudaría mucho a distensionar ese ambiente de polarización que el ELN declarara el cese unilateral al fuego antes de iniciar sus diálogos con el Gobierno…

Sin duda. Sería un gran punto que se anotaría el ELN si  toma esa decisión de hacer un cese de fuegos unilateral, buscando también que el Gobierno actué en reciprocidad para crear un clima de paz en el que puedan transitar los diálogos sin el inconveniente de actos de violencia en medio de las conversaciones. La mesa de La Habana y sobre todo las Farc han hecho un esfuerzo titánico y es algo que el país tiene que reconocerles, haber procurado ese alivio con el cese unilateral. Y por la actitud responsable del Estado correspondiente a ese acto, hoy tenemos casi un cese bilateral de fuego de facto y creo que el ELN debe concurrir a hacer solidificar este clima. No se compadece que mientras un proceso transcurre en medio de un ambiente positivo, el otro vaya a estar discurriendo en medio de tiros, violencia y dolor.

Después de lo que usted ha vivido, ¿cree que hoy en día vale la pena ser guerrillero en Colombia?

Yo he estado reflexionando sobre si realmente han valido la pena estos 50 años de lucha, de confrontación, y al final tenemos unos resultados: un país sumergido en el atraso, un país que comparativamente con los países vecinos y de la región acusa unos retrasos en su desarrollo. Muchas veces el conflicto ha sido cuna de otras formas perversas en las relaciones de los ciudadanos, la corrupción campante en el servicio público y otra serie de situaciones que serían distintas si no hubiese habido conflicto, pero estas son las circunstancias, es un fenómeno histórico que nos ocurrió. Colombia no ha podido romper esa saga de guerras ininterrumpidas y yo he visto la guerra y la he vivido a través de mi familia, mi padre fue militar, estuvo en guerra, mi abuelo, bisabuelo y mi tatarabuelo y mis tíos estuvieron en las guerras civiles y esto hay que romperlo de alguna manera y a la mayor brevedad posible y estamos a punto de hacerlo, pero también depende de que la sociedad la entienda como su oportunidad y la asuma como propia y defienda el proceso como un patrimonio nacional.

Pareciera que el precio que usted tuvo que pagar por ser guerrillero fue no haber podido disfrutar a sus hijos…

Ese y muchos más. Yo quise ser médico y no lo fui, me quedé en la mitad de la carrera; quise ser padre y tampoco lo fui. Quise hacer una revolución y no la pude hacer, pero algo que me satisface plenamente es que puedo contribuir al final de la guerra y a que se abran las compuertas para que todos los ciudadanos construyamos días mejores para Colombia.

¿Cree que la guerrilla le debe pedir perdón a la sociedad, usted mismo debe hacerlo?

Sí, no me cabe la menor duda que es una necesidad vital, pero sobre todo para sanar heridas, para posibilitarla reconciliación y para hacer de la paz una paz duradera y estable y para construir un mejor ambiente para el futuro, que hoy por hoy sigue siendo incierto y tenemos derecho a soñar y tratar de que lleguen días mejores para todos. Pero no solo deben hacerlo las insurgencias, el Estado también debe pedir perdón a la sociedad y a la insurgencia, porque también la maltrató, porque hizo desapariciones, porque también practicó la tortura, por el uso desmedido de la fuerza, por los abusos. Yo creo que este perdón nos lo debemos todos.

Perfil

Alias:  Felipe Torres.

Edad:  64 años.

Nació en:  Santander.

Hijos: Dos,  un hombre de 27 años, y una mujer de 22.

Estudios:  Medicina en la U. Industrial de Santander, pero no se graduó. Luego fue al Instituto de Paz de la U. de Granada, España, y a  la Escuela de Cultura de Paz de la U. Autónoma de Barcelona.

En los 70 ingresó al ELN, donde integró la dirección nacional. En el 2000 fue capturado y condenado a prisión, donde fungió como vocero de esa guerrilla para los diálogos con los gobiernos Samper, Pastrana y Uribe.

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