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¿Cómo construir desde las ruinas de la guerra?, esta superviviente del conflicto lo cuenta

Esther Polo Zabala viene de un mundo donde gobiernan las mujeres: Valle Encantado, en Córdoba. La guerra le quitó a su padre y a su hermano, antes de nacer. Hoy narra la historia de los suyos.

16 de mayo de 2017 Por: Paola Andrea Gómez P. l Jefe de Información de El País

¿Qué es un papá? Esa fue la pregunta que a sus  cuatro años le hizo Esther Polo Zabala a su madre. Se lo preguntó después de que algún profesor le pusiera mala nota, porque en los dibujos su familia solo tenía una madre y unos hermanos. Entonces, la legendaria María Zabala, como con el tiempo bautizaría Esther a su madre en uno de sus relatos, fue hasta el colegio a explicarles el porqué de la ausencia de ese padre que ellos reclamaban en un deber escolar, mientras ella llevaba años reclamándole a la vida un poco de justicia.

Con el tiempo, en otro relato de esa niña del Sinú que desarrolló la habilidad de narrar las historias de su gente para que no se pierda la memoria, el papá apareció bajo el título de ‘El hombre del caballo’, nombre inspirado en una fotografía que de un día para otro llegó a una pared de su casa de invasión en Montería, donde solo había una cama para seis, en la que Esther y sus hermanos se peleaban los extremos para dormir; mientras en unas esteras en el piso dormían su mamá y un montón de refugiados de la guerra.

Ese, el hombre del caballo que le arrebataron cuando tenía apenas dos meses de gestación en el vientre de su madre, en una cruenta masacre perpretrada por el clan Castaño en San Rafaelito Córdoba en 1989, es el símbolo que mueve  a esta joven, cuyo mensaje en defensa de los derechos humanos,  de la mujer y de las víctimas ya ha viajado a un par de rincones del mundo (Canadá y Suecia), donde contó su historia y compartió los relatos de esa vida de narradora que se ha convertido en su razón de ser. 

Ella narra la historia de los suyos para el  Centro Nacional de Memoria Histórica y la narra también en poesía con gente que ha pasado por tragedias similares. Aprendió, además, a transmitir mensajes con el lenguaje del cuerpo: con el teatro explica la resistencia femenina a la guerra. En Kalmar, Suecia, Esther expuso recientemente su historia y relatos, frente al grupo de periodistas que hicieron parte de la beca #200AñosEnPaz. 

Esta es la historia de una mujer que ha luchado consigo misma para vencer un extraño mal conocido como depresión endógena, que contrajo antes de nacer y que la ha tenido varias veces al borde la muerte. Y es también la historia de quien se levanta, se reconstruye y sueña, porque quiere “hacer visible lo invisible; nombrable lo innombrable”.

Esta es la historia contada por Esther Polo, su protagonista:

"Nací en medio de la guerra y de una miseria terrible, por cuenta de lo que vivimos, que es la historia de ocho millones de personas que hemos padecido un montón de cosas, a causa de otros seres humanos. Y nací con una depresión que no tuvo tratamiento. Yo nunca llegué a conocer que las personas tuvieran estados de felicidad, así fuesen intermedios. Lo mío siempre fue la tristeza. Nací en una cápsula de tristeza profunda y siempre pensé que no había otras posibilidades. Es como tener un órgano en el cuerpo, no es a ratos, como la mayoría de la gente".

La muerte del padre

La masacre en que murió mi padre ocurrió el 14 de diciembre de 1989. Ese día, las autodefensas llegaron temprano, discutieron con mi papá, le dispararon en la cabeza... Mi hermana estaba cerca y quedó llena de sangre, no la dejaron bañar, no pudieron ni sacar una aguja de su casa. Matan a mi hermano, a mi tío y a su hijo y le meten candela a las casas.

La Policía no hizo levantamiento, tuvieron que enterrar los muertos ahí mismo, a los otros los quemaron y los animales se los comieron. Mi mamá se percató de eso y decidió sacar de ahí a los suyos para enterrarlos en otro lugar y tristemente se fueron despedazando... Fue un episodio macabro, triste. Mi mamá se va a pie a Montería con mis hermanos y mis abuelos y llegan a una casa donde les dan posada. Con la plata de un caballo compró un cambuche en un barrio de invasión. Y como es partera,  atendió sola mi parto.

Mi relación con mi padre es extraña. Empecé a escuchar que al hombre lo habían matado cuando apareció la foto en el caballo y sin embargo quise creer que estaba vivo, que iba a volver y que salvaría la historia… Su cuerpo lo exhuman en 2009 y en 2010 lo entregan en una ceremonia. Entonces mi madre dice una frase que rompe un poco las cosas: ‘lamento tener que presentarle a mi hija así a su padre’ y me muestra los restos en la cajita. En ese momento se rompe la esperanza de que él va a venir. Yo ya estaba estudiando Derecho y había aprendido que los derechos de las personas se pierden en la muerte, aunque para mí no es tan así.

Así cerré el relató de ‘El hombre del caballo’, que escribí para él:

‘Hoy estoy más tranquila, sé que me habría encantado crecer junto a mi padre Antonio que era su nombre de pila, pero la vida te enseña a madurar temprano y a tener mucha fortaleza y para eso he tenido el mejor ejemplo. Ahora recuerdo mucho una frase de Yehuda Amijai : por amor a la memoria llevo sobre mi cara la cara de mi padre’.

La legendaría María.

Mi mamá es una mujer con historia. Su madre fue violada por un viejo a los 12 años, el padre de mi mamá. Mi abuela casi se muere al parir. Mi mamá se casó a los 17 años y mi papá era mayor que mi abuela. Mi mamá siempre ha sido una rebelde, de transformaciones. Por sus logros, sus luchas, fue Mujer Cafam en 2004. Esa mujer tiene mucha leña por cortar. Y le decimos ‘la legendaria María Zabala’ porque parió a sus diez hijos sola, por valiente. Su vida la conté en el libro ‘Mujeres que hacen historia’.

Mi madre creó una organización de mujeres, luego montó una retacería con apoyo de la Fundación María Cano, más adelante una olla comunitaria; recibió a cientos de desplazados en su humilde casa, gente a la que la guerra la había dejado sin nada. Asistió partos, curó heridos, apoyó a decenas de mujeres víctimas del conflicto... Junto a un grupo de mujeres con casos similares al suyo impulsó el regreso a la tierra, se hicieron a una finca que les designó el Incora y crearon la organización de Mujeres de Valle Encantado, un modelo de resistencia...

La compañía Héroes de Tolova que comandaba ‘Don Berna’ intentó todo tipo de acciones para romper la armonía, como llevarles regalos a los niños. Las mujeres les cerraron las puertas. ‘No vamos a recibir algo que viene manchado de sangre inocente, así pasemos hambre’, decían. En esas 128 hectáreas mandan las mujeres: no imponen ordenes, las negocian. Allí se hace lo que digan las mujeres, es el gobierno de las mujeres.

Las autodefensas intentaban meterse a resolver nuestros problemas y mi mamá les daba cátedra. Ahora está muy tenso el ambiente, el proyecto está en riesgo de alguna manera. No hemos logrado que el Estado nos condone la deuda que tenemos con la tierra. La comunidad está declarada en resistencia al pago, esperando que se condonen deudas a todas las víctimas. Que nos den la tierra como reparación.

Encuentre aquí el texto 'Mujeres que hacen historia', del Centro Nacional de Memoria Histórica

Abogada, poeta, artista...

Estudiar Derecho era una utopía, jamás pensé que podría. Ahora estoy a punto de graduarme. Hice dos años de consultorio jurídico en Justicia y Paz. Allí surgió la idea de escribir poemas con otras víctimas.

A un chico que trabajaba en la Fiscalía, llamado Luis Carlos, le mataron a sus papás cuando él tenía cinco años y se los entregaron así como al mío: en las cajitas. Lo vi muy mal todo el proceso previo a la entrega.

Le conté mi experiencia y me dijo ‘yo quiero leer en la ceremonia algo escrito por mí’ y se lo ayudé a construir. Así escribimos 80 poemas con otras personas. Me sentaba con ellos y empezaban a contar su relación, cómo era cuando estaban los que se fueron… Es una apuesta poética contra el dolor, porque descubrí que mucha gente se siente diferente en la medida en que veía que con esos poemas honraba al muerto; para las víctimas es importante honrar al que no está, homenajearlo, porque en muchos casos, como dijo mi madre alguna vez, ‘no hubo tiempo para la tristeza’.

El resultado de esa recopilación lo expusimos el año pasado en Vancouver, Canadá, donde fui invitada por Universidad British Columbia.

Lo del teatro apareció el año pasado. Allí combinamos víctimas de violencia sexual con desplazamiento y otros delitos. Les ayudo sin cobrarles. La OIM financia las obras. Nunca estudié teatro, pero leo a Shakespeare y veo tutoriales. Siempre he sido fanática de leer textos de teatro.

Así hicimos ‘El poder de la transformación’, una metáfora de lo que significa el poder de las víctimas, desde el huevo, la oruga hasta que salen y muestran su poder. Tratamos de evidenciar lo que ocurre con el homicidio, la desaparición, la entrega de los restos... Luego viene la danza de la liberación, con el bullerengue, donde las mujeres llegan atadas con cadena y velo negro. Una se libera, les quita los candados a las otras y empieza la coreografía. La obra se estrenó el 9 de abril Día de las Víctimas. En unos días la llevaremos a la Universidad de Córdoba.

A propósito del posconflicto, me dediqué a estudiar la jurisdicción especial para la paz. Me llama la atención cómo funcionarán las salas y el Tribunal de Paz, que es donde van a haber juicios. Allí quisiera estar.

Y quiero seguir en el rol de acompañar a la gente. Mostrar lo que han sufrido las mujeres con el horror de la guerra. Para que este país se puede reconciliar es importante que haya memoria, justicia y oportunidad...

He tenido una recuperación emocional. Ahora le apuesto a la transformación y he probado con programación neurolingüística, con Nelson Pedroza. Mi organismo funciona mejor. Antes para mí recordar esto, hablar de mi papá significaba un gran dolor. Hoy puedo hablar contigo sin que signifique eso. Estoy en esta onda de más tranquilidad”.

* * * 

Así la ven quienes la escuchan, quienes se conectan con su testimonio, porque como ella misma dice, su propósito no es conmover si no conectar; porque la conmoción pasa, pero la conexión queda. 

Su coterránea, la periodista Constanza Bruno, experta en paz y quien conoce su historia desde hace algunos años, encontró la manera perfecta de definir a personas como Esther: “ella ya no es una víctima, ella es una superviviente, como tantas otras mujeres que decidieron levantarse, mostrar su fuerza y seguir adelante”.

No hay duda. Esther hace mucho ya, decidió ser una superviviente.

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