Veinte años de destrucción
Tan increíble destrucción ha llevado a que el pueblo venezolano sea el más pobre del continente después de Haití, y a que tres millones de venezolanos, más del 10 % de su población, hayan huido al exilio en los últimos tres años protagonizando dramas increíbles, a pie, por las carreteras de Colombia y del resto del continente, en busca del abrigo que les niega la revolución bolivariana que fundara Hugo Chávez y de la protección que les debe brindar su Estado.
Hace veinte años, el excoronel golpista Hugo Chávez Frías fue elegido presidente de Venezuela, iniciando lo que bautizó como la revolución bolivariana. Dos décadas después, tras dos constituciones y una asamblea constituyente que no tiene límites en el tiempo ni en su capacidad de acción, la apropiación del Estado por el chavismo ha hundido a ese país en la crisis social, económica y política más grave de toda su historia.
En su momento, Chávez apareció como una alternativa a la crisis moral que padecía Venezuela y al desgaste de sus instituciones políticas a causa de la corrupción y el mal manejo de los asuntos públicos a cargo de los partidos tradicionales. A eso se agregaron sus indudables dotes de caudillo con las cuales sedujo a muchos venezolanos hastiados por el fracaso de su dirigencia, de los continuos aumentos de impuestos, mientras los escándalos sobre la malversación de los recursos públicos y en especial el mal manejo del petróleo eran los protagonistas diarios.
En el propio acto de posesión, el caudillo declaró la muerte de la constitución que juraba defender y empezó el desmonte del Estado democrático que le entregaba su nación, convencida de que era el camino para el progreso que debían asegurarle la decencia y el correcto manejo de su enorme riqueza petrolera. Para ello acudió a la asistencia, o mejor a la entrega sin condiciones al régimen comunista, bajo la tutela de Fidel y Raúl Castro.
Todo ello llevó a la demolición de las instituciones y al surgimiento una dictadura basada en una constitución creada por el régimen, donde desapareció la separación del poder Judicial del Ejecutivo y el Legislativo y la bonanza petrolera fue despilfarrada en una orgía de enriquecimientos ilícitos y de regalos a Cuba y a sus aliados en América, que aún no termina.
A su muerte apareció Nicolás Maduro, y aceleró el desastre. Hoy, el panorama del país vecino es marcado por el hambre, la violencia, la prescripción de las libertades, la destrucción de la economía, la persecución a la iniciativa privada y la desaparición de la salud, la educación, la energía, el agua, los medicamentos y la libertad.
Tan increíble destrucción ha llevado a que el pueblo venezolano sea el más pobre del continente después de Haití, y a que tres millones de venezolanos, más del 10 % de su población, hayan huido al exilio en los últimos tres años protagonizando dramas increíbles, a pie, por las carreteras de Colombia y del resto del continente, en busca del abrigo que les niega la revolución bolivariana que fundara Hugo Chávez y de la protección que les debe brindar su Estado.
El régimen que hoy encarna Maduro es condenado por la comunidad internacional. Sus fuerzas militares son el soporte de una tiranía que usa a su país para el narcotráfico, como sede de organizaciones terroristas y de grupos paramilitares preparados por Cuba para mantener el poder del chavismo con violencia e intimidación contra quien se atreva a disentir de la inmoralidad que gobierna a Venezuela.
Veinte años después, esa es la herencia que queda de Hugo Chávez Frías.