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Terror y religión

"Quienes pagan los platos rotos por el terror no son las potencias occidentales sino humildes pobladores de las regiones donde se asientan los terroristas, la mayoría de ellos musulmanes. Esta es la realidad y por ello se debe perseguir también a los negociantes que están detrás de ellos".

22 de diciembre de 2014 Por:

"Quienes pagan los platos rotos por el terror no son las potencias occidentales sino humildes pobladores de las regiones donde se asientan los terroristas, la mayoría de ellos musulmanes. Esta es la realidad y por ello se debe perseguir también a los negociantes que están detrás de ellos".

Hace poco más de dos meses Pakistán amaneció conmovida por la peor matanza de cristianos ocurrida en un templo al norte del país. 82 es el número de fallecidos, que aún puede subir dado el estado crítico de varios de los más de 140 heridos ingresados en hospitales de la localidad noroccidental de Peshawar, en una de cuyas iglesias se produjo la masacre.De acuerdo con las informaciones disponibles se trata de un acto atroz más en el marco de una guerra contra los “infieles”, como si estuviéramos de vuelta al Siglo XI, cuando sucedió la primera toma de Jerusalén. En fin, una guerra religiosa.Esta masacre recibió fuerte condena del mundo, incluso las consabidas del secretario general de las Naciones Unidas y, en general de los diferentes jerarcas religiosos, quienes recordaron, cada uno por su parte, que las tres religiones abrahámicas, judíos, cristianos y musulmanes, no fomentan la violencia sino la paz, y que no aceptan el uso del terror en nombre de la religión.Pero ahora, de nuevo en Pakistán, acaba de suceder un horror inenarrable. La matanza de 149 personas, en su mayoría escolares, realizada por talibanes en la ciudad paquistaní de Peshawar.El crimen fue reivindicado por el movimiento de los talibanes de Pakistán (TTP), principal grupo rebelde del país y cercano a Al Qaeda. El TTP dijo que atacó esta escuela porque a ella acudían hijos de militares, y que se trataba de una venganza por la ofensiva lanzada por el Ejército en junio en Waziristán del Norte, principal feudo talibán cerca de la frontera con Afganistán.El hecho brutal, que incluso fue condenado por la rama afgana de Al Qaeda, permite atisbar que existen razones más prosaicas que la inclinación religiosa para la explicación de estos actos. Las áreas tribales del norte de Pakistán se extienden hasta los campos de amapola afganos, y los jefes, verdaderos ‘señores de la guerra’, son los principales traficantes de opio del mundo.Lo mismo sucede en Siria e Iraq, donde el Estado Islámico explica sus acciones demenciales con razones religiosas para justificar las matanzas de cristianos, musulmanes chiitas e incluso kurdos, la mayoría de los cuales pertenece al islam suní. Pero la realidad indica que están detrás de las fuentes de petróleo y el negocio del tráfico de armas.Y se repite con Boko Haram en Nigeria cuyo último atentado dejó al menos 47 niños fallecidos y otros 79 heridos en la masacre perpetrada en una escuela en la región de Tobe. Estos ataques brutales y sin compasión buscan generar un estado de miedo permanente entre la población de la zona, una de las más ricas en petróleo del país. Tras estos horrores no se esconde una razón religiosa, sino la ambición por el control de los hidrocarburos, el tráfico de esclavas sexuales y los negocios de armamentos.Y quienes pagan los platos rotos por el terror no son las potencias occidentales sino humildes pobladores de las regiones donde se asientan los terroristas, la mayoría de ellos musulmanes. Esta es la realidad y por ello se debe perseguir también a los negociantes que están detrás de ellos.

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