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¿Soluciones imposibles?

Por culpa de la falta de decisión, Colombia se va convirtiendo en el país donde las soluciones son imposibles. Y donde las conductas antisociales que causan daño al ciudadano reciben toda clase de justificaciones o de rebajas de penas, mientras la sociedad debe aceptar en silencio tales actuaciones.

10 de abril de 2017 Por: Editorial .

Por culpa de la falta de decisión, Colombia se va convirtiendo en el país donde las soluciones son imposibles. Y donde las conductas antisociales que causan daño al ciudadano reciben toda clase de justificaciones o de rebajas de penas, mientras la sociedad debe aceptar en silencio tales actuaciones.

El resultado es el crecimiento de la impunidad que se produce también cuando los delincuentes son condenados y a la vez perdonados mediante sentencias ridículas o beneficios que desafían a las víctimas. Es el caso de los autores de los desfalcos cometidos por Interbolsa, quienes ya deben gozar de casa por cárcel a pesar del daño que le infringieron a miles de ahorradores y el golpe mortal que le asestaron a la confianza pública.

Esos personajes, autores de los delitos de cuello blanco, deberían ser condenados al máximo de las penas establecidas en la legislación para cada uno de los hechos que cometieron. Sin embargo, la misma ley interpretada de particulares maneras lleva a que se termine aceptando su cuasi inocencia, a pesar del menoscabo que causaron a quienes confiaron en ellos.

El que queda mal es el Estado de Derecho, o Social de Derecho como lo calificó la Constitución del 91. Allí muestra que, o bien no tiene la capacidad para defender a la sociedad de sus enemigos, o en sus entrañas crece una maraña de herramientas para defender a quienes violan los preceptos jurídicos que le dan vida.

Otro aspecto del mismo problema se vive en las calles y estadios donde se desarrollan los campeonatos de fútbol profesional. Son grupos de personas identificadas como barras bravas para darles patente de corso, proporcionándoles ingreso a los estadios mientras los alrededores se convierten en campos de batalla y escenarios de toda clase de desafueros y delitos.

Esa experiencia llegó del exterior y ha sido adoptada, llegando a calificarse como un problema social que requiere tratamiento social antes que represión. Eso se ha hecho, se los ha dado categoría especial a los barristas, pero los resultados han sido nulos frente a los hechos de violencia que crecen, destruyendo la verdadera afición y motivando el rechazo ciudadano.

Ni la expedición de leyes en el papel enérgicas para controlar los desmanes de esas barras ha servido para detener el desafío de la violencia. Y pasa lo mismo que con los delincuentes de cuello blanco: autoridades y jueces que aplican la favorabilidad al extremo, justificados en que es la sociedad el caldo de cultivo de las conductas que le causan daño, por lo cual, el delincuente o infractor termina beneficiado en vez de castigado por sus malas acciones.

Ahora, la División Mayor del Fútbol propone nuevas maneras de enfrentar las barras bravas, empezando por sancionar a los clubes que las incentiven. Eso se sabe hace muchos años, como se conoce quiénes son los directivos que las manipulan. Otra cosa es que no se haya actuado como corresponde, pese al daño que le causan al deporte.

Como pasa con los delincuentes de cuello blanco, las barras bravas parecen tener protectores especiales, no obstante el destructor efecto que tienen.

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