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Señales de alerta

Mientras tanto, las naciones y los organismos mundiales se enfrascan en discusiones sobre cómo detener el deterioro ambiental, se firman protocolos que se quedan en el papel y quienes más contribuyen a la destrucción de la naturaleza y la atmósfera, que son los países industrializados, se comprometen cada vez menos con ese propósito.

16 de noviembre de 2013 Por:

Mientras tanto, las naciones y los organismos mundiales se enfrascan en discusiones sobre cómo detener el deterioro ambiental, se firman protocolos que se quedan en el papel y quienes más contribuyen a la destrucción de la naturaleza y la atmósfera, que son los países industrializados, se comprometen cada vez menos con ese propósito.

Haiyan es el nombre que hoy resume la preocupación mundial por los daños devastadores de los fenómenos naturales en el planeta. El tifón que azotó a Filipinas se ha convertido en espejo para que la humanidad vea cómo su intervención sobre el medio ambiente está incrementando el riesgo de desastres con consecuencias incalculables.Las imágenes de la zona de Filipinas azolada por el que es considerado el tifón de mayor potencia en la historia con vientos que alcanzaron velocidades de 350 kilómetros por hora, son pruebas de lo que está sucediendo con el mundo. Ya no debe quedar dudas de que a la par con los cambios que presenta el planeta como organismo vivo que es, la humanidad ha contribuido con la destrucción del medio ambiente y de la atmósfera, a los que convirtió en basureros del mundo.La preocupación ahora es atender a los damnificados que claman por ayuda humanitaria en Filipinas, país en desarrollo que retrocederá décadas tras este desastre que se calcula dejó 10.000 víctimas mortales. Reconstruir la zona devastada y apoyar la recuperación de la vida de los afectados demandará recursos millonarios, por lo que el mundo no puede dejar abandonada a esa nación, que se enfrenta a un desastre social y a la agudización de la miseria.La reflexión, sin embargo, debe ir más allá y centrarse en lo que harán los Estados, la comunidad internacional y la población en general para frenar la rueda loca en que se han convertido el clima y los fenómenos naturales. Haiyan es apenas un ejemplo, como lo es, en contraste, la sequía que afecta desde hace varios meses a Australia, una nación acostumbrada a los climas extremos pero que ahora está desconcertada sin saber cómo proteger a sus habitantes y sus tierras. Sin ir más lejos, el cambio climático se siente en ciudades como Cali, que en cuestión de días ha pasado de temperaturas cercanas a los 38 grados, a sentir las más bajas que se recuerden, entre 12 y 13 grados centígrados. Mientras tanto, las naciones y los organismos mundiales se enfrascan en discusiones sobre cómo detener el deterioro ambiental, se firman protocolos que se quedan en el papel y quienes más contribuyen a la destrucción de la naturaleza y la atmósfera, que son los países industrializados, se comprometen cada vez menos con ese propósito. China es ejemplo de ello, al exculpar su responsabilidad ambiental bajo el argumento de la urgencia que tiene de promover el desarrollo de su industria para atender las necesidades de sus mil millones de habitantes. Basta ver las imágenes recientes de las ciudades chinas cubiertas por la polución y a su gente con los rostros cubiertos y con dificultad para respirar, para entender que el precio a pagar es muy alto.El tifón Haiyan es otro campanazo de alerta para el mundo, que debe llevar a la reflexión sobre lo que se hará para detener los abusos y la contaminación a los que se somete a la Tierra. No todo es culpa de la humanidad, pero su dosis de responsabilidad en los daños ambientales es alta y si quiere salvar al planeta, no puede darle más largas a las acciones.

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