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Se cierra el cerco

Lo que sigue es la próxima fase en la implantación del comunismo, donde ya no existen mercados y el pueblo está a merced de lo que el régimen quiera darle; donde las libertades son enemigos y los opositores demonios que hay que inmolar; donde las comunicaciones con el exterior se cierran, aunque sea no pagando a las aerolíneas; donde los enemigos salen de debajo de las piedras, por lo que hay que militarizar al máximo la vida ciudadana. Y donde la violencia rampante sirve de herramienta para amedrentar a la sociedad y liquidar a quien proteste.

11 de junio de 2014 Por:

Lo que sigue es la próxima fase en la implantación del comunismo, donde ya no existen mercados y el pueblo está a merced de lo que el régimen quiera darle; donde las libertades son enemigos y los opositores demonios que hay que inmolar; donde las comunicaciones con el exterior se cierran, aunque sea no pagando a las aerolíneas; donde los enemigos salen de debajo de las piedras, por lo que hay que militarizar al máximo la vida ciudadana. Y donde la violencia rampante sirve de herramienta para amedrentar a la sociedad y liquidar a quien proteste.

Magnicidios que sólo existen en la cabeza de unos dirigentes a los cuales les quedó grande la responsabilidad de conducir a Venezuela y el uso de la Justicia para meter a la cárcel a sus opositores. Esa es la nueva fase de la implantación del comunismo en el país de Simón Bolívar, el adalid de la libertad en América. Sólo unas mentes preparadas para urdir un plan con el cual tratan de liquidar a sus contradictores puede inventarse la mentira de que los más connotados líderes de la oposición venezolana preparaban un “magnicidio”, a través de sus correos electrónicos. Con ello han dado en la flor de citar a decenas de dirigentes, de periodistas y gentes del común, para que respondan ante uno de los innumerables cuerpos policiales y rindan testimonio sobre lo que no existe. Por supuesto, y como le ocurrió a Leopoldo López quien ya completa 114 días en la cárcel, esas personas están condenadas de antemano. Y las pruebas de su participación en un complot, tan monstruoso como mentiroso, están fabricadas para meterlas en prisión, así se produzcan más protestas y aumente el número de muertos a manos de los policías, militares y paramilitares represores. Ahora ya no se trata solo de crear una cortina de humo que desvíe la atención sobre la calamitosa situación que se vive en las tiendas y en los hogares, a causa de la escasez, de la falta de servicios públicos y de la infame inflación que destruye su capacidad adquisitiva. Lo que sigue es la próxima fase en la implantación del comunismo, donde ya no existen mercados y el pueblo está a merced de lo que el régimen quiera darle; donde las libertades son enemigos y los opositores demonios que hay que inmolar; donde las comunicaciones con el exterior se cierran, aunque sea no pagando a las aerolíneas; donde los enemigos salen de debajo de las piedras, por lo que hay que militarizar al máximo la vida ciudadana. Y donde la violencia rampante sirve de herramienta para amedrentar a la sociedad y liquidar a quien proteste. Por último quedan dirigentes como María Corina Machado o Leopoldo López, quienes son llevados a los cepos de una Justicia entregada al régimen, para que sean mostrados como trofeo, como prueba de que la tiranía no tiene límites cuando de eternizarse se trata. Y periodistas como Miguel Henrique Otero, director de El Nacional, a quien aguardan para que rinda una declaración que, muchos temen, lo llevará a la cárcel. Se empezarán a consumar entonces las últimas etapas de lo que tiene todas las características de un régimen estalinista. Sin embargo, en las calles de Venezuela quedan aún miles de ciudadanos que siguen protestando contra los abusos de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello y su camarilla. Es esa Nación, el bravo pueblo del que habla su himno nacional, la que sigue levantada contra la opresión, el abuso, los corruptos y la muerte que es hoy la bandera del chavismo. Y son las libertades y la democracia que se resisten a morir no obstante la vergonzosa indiferencia de una Latinoamérica que mira impasible la implantación del totalitarismo en el país de Bolívar.

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