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Revolviendo el avispero

Vendrán las protestas y hasta se pueden anticipar los brotes de terrorismo contra una medida que no le aporta nada a Israel ni a los Estados Unidos pero sí despierta preocupaciones en todas partes. La primera víctima serán los esfuerzos por volver a sentar en la mesa de negociación a los representantes de las dos naciones que sí han sido afectadas por sus diferencias, aunque no lo consideren así los radicales de ambas partes.

7 de diciembre de 2017 Por: Editorial .

Cumpliendo con su promesa de campaña, el presidente Donald Trump anunció el traslado a Jerusalén de la embajada de los Estados Unidos ante el Estado de Israel. Y como era de esperarse, el revuelo en la comunidad ha sido enorme.

Por supuesto, el presidente Trump tiene toda la potestad para tomar esa decisión, aunque desconozca los acuerdos de la ONU al respecto y la prudencia con la que ha actuado su país. Algunos dirán que con ello le da un espaldarazo a Israel, cuyo gobierno está de plácemes con el anuncio.
Pero es inocultable que, además de innecesaria, crea un antecedente muy grave frente a los esfuerzos por lograr una paz negociada entre el país hebreo y Palestina.

Es que Jerusalén está en el centro de la disputa que empezó en 1948 con la creación de Israel y ha producido guerras, además de impulsar el terrorismo. A partir de ese momento, ambos Estados reclaman a la ciudad santa para tres religiones como su capital, aduciendo razones de orden político, histórico, racial y estratégico.

Tan grave es el asunto que la comunidad internacional la declaró ciudad abierta. Y aunque, como lo dijo Trump, en ella está la sede del Estado israelí, las embajadas han estado ubicadas en Tel Aviv. Hasta ahora, ese ha sido un aporte a la tranquilidad en una región confusa e inmersa en miles de problemas de todo orden, el cual incluye el compromiso de respetar que la decisión sea tomada por un acuerdo entre Israel y Palestina.

Pero hasta ahora, ese acuerdo ha sido imposible pues Palestina reclama la zona oeste donde está la ciudad antigua, mientras Israel, que ejerce el control de facto en toda la ciudad, la reclama en su integridad como su capital. Lo que ocurre entonces es que los Estados Unidos le ha dado la razón al gobierno de Benjamin Netanyahu y ha despertado la indignación del mundo árabe y musulmán, negándose a escuchar las razones y argumentos de sus aliados en Occidente y el llamado del papa Francisco, la voz del catolicismo.

Vendrán las protestas y hasta se pueden anticipar los brotes de terrorismo contra una medida que no le aporta nada a Israel ni a los Estados Unidos pero sí despierta preocupaciones en todas partes. La primera víctima serán los esfuerzos por volver a sentar en la mesa de negociación a los representantes de las dos naciones que sí han sido afectadas por sus diferencias, aunque no lo consideren así los radicales de ambas partes.

Lo que ha hecho el presidente Trump es revolver un avispero y aumentar el aislamiento de su país en la comunidad internacional. Es posible que con ello gane puntos entre sus seguidores y en los sectores que creen en la confrontación como método político. También puede servirle para desviar la atención que se concentra en las acusaciones contra su campaña por posibles nexos con Rusia, y cuya investigación avanza de manera inexorable.

Pero además de las implicaciones que tendrá en las relaciones de los Estados Unidos y el mundo árabe, no puede quedar duda del daño que el presidente Trump le ha causado a la posibilidad de encontrar una solución política y negociada entre Israel y Palestina.

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