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No más violencia

No podemos seguir presenciando el horror que producen los crímenes que a diario se cometen contra nuestros familiares, o vecinos, o amigos. Y no podemos dejar solas a las autoridades que tratan de combatir la delincuencia con los recursos a su alcance

12 de agosto de 2020 Por: Editorial .

Once homicidios en un día, de los cuales cinco cometidos en menores de quince años de edad, es el balance del pasado martes en Cali. Es la tragedia permanente que refleja el deterioro constante sobre el valor de la vida en la ciudad y la aparente impotencia para detener lo que es inaceptable para cualquier sociedad.

La masacre de esos niños es hasta ahora un gran enigma. Las informaciones indican que fueron a elevar cometas y su demora en regresar alertó a sus familiares, inquietos porque se pudieran presentar reacciones en las fincas vecinas. Algunas versiones señalan que habrían sido víctimas de organizaciones que desde hace varios meses rondan el sector con la tarea de reclutar menores para llevarlos hacia el sur a realizar labores en los cultivos ilícitos y el narcotráfico. Otras hablan de forzarlos a participar en las bandas que explotan la distribución de drogas ilícitas en Cali.

Cualquiera de esas hipótesis confirman el inaceptable clima de violencia y el irrespeto por la vida que rondan a la capital vallecaucana, impulsados ya sea por la intolerancia o, lo que es peor, por el narcotráfico y la ilegalidad que la ha convertido en epicentro de sus fechorías. Sea cual fuere el origen de ese crimen horrendo, lo importante ahora es encontrar y castigar a sus autores, además de hacer lo que sea necesario para desterrar a los criminales que actúan en la ciudad.

De otra parte, el mismo día fueron asesinadas seis personas más en distintos sitios y de distinta manera. Es una cifra de espanto que confirma los temores sobre el recrudecimiento de la violencia en Cali, lo cual no puede justificarse en los problemas que ha causado la pandemia y el consiguiente cierre de la actividad económica.

Ante esa realidad inaceptable, nada más dañino que la indiferencia y la pasividad de los caleños que ven a diario cómo crecen las estadísticas de sangre en su ciudad. No podemos seguir presenciando el horror que producen los crímenes que a diario se cometen contra nuestros familiares, o vecinos, o amigos. Y no podemos dejar solas a las autoridades que tratan de combatir la delincuencia con los recursos a su alcance.

Está en primer lugar la acción del Estado para combatir la criminalidad y defender los derechos de cada persona y los de la sociedad a vivir en armonía. Hace poco se anunció otro plan para responder al desafío de la criminalidad, y cada que se presenta uno de esos hechos horrendos, las noticias de los consejos de seguridad y de las recompensas hacen su aparición, sin que, infortunadamente, logren romper el círculo vicioso en el cual parece atrapada Cali.

Pero aquí hay algo mucho más profundo y toca lo más esencial de una comunidad. Está en la actitud que la sociedad tome frente a un fenómeno que lleva muchas décadas y al parecer ha eliminado los mecanismos que le hacen posible reaccionar contra un enemigo que siembra el desorden, destruye la convivencia y acaba con la vida humana. Ningún plan oficial, ningún consejo de seguridad y ninguna cifra de recursos económicos serán suficientes si la respuesta de los habitantes de Cali es la indiferencia ante lo que está aconteciendo.

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