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No más masacres

Tres masacres en dos días en las cuales fueron asesinadas 17 personas recuerda las peores épocas de la violencia en nuestro país. Y hacen reclamar, una vez más, las decisiones que se requieren para erradicar el terror con el cual se pretende someter al país al arbitrio de los criminales.

23 de agosto de 2020 Por: Editorial .

Tres masacres en dos días en las cuales fueron asesinadas 17 personas recuerda las peores épocas de la violencia en nuestro país. Y hacen reclamar, una vez más, las decisiones que se requieren para erradicar el terror con el cual se pretende someter al país al arbitrio de los criminales.

Esa barbarie sucede a los dos casos acontecidos en el barrio Llano Verde de Cali y en el municipio de Samaniego en Nariño, donde fueron sacrificados 13 jóvenes en la misma semana. Nadie duda de que ese desangre es causado por quienes se disputan el control del narcotráfico, en especial en el suroccidente colombiano. Para ello no se necesitan grandes ejércitos: basta tener las armas, unos pocos sujetos dispuestos a usarlas contra seres humanos y la sevicia de quienes los dirigen.

El resultado es por lo menos aterrador y debe llamar a la reacción de todos los colombianos. Ya no bastan los recursos retóricos que pretenden explicar lo que a todas luces es una guerra entre criminales, llámense disidencias de las Farc, segunda Marquetalia, Eln, bandas criminales o delincuencia común. Son grupos terroristas que atacan a la población, que declara objetivo militar a quienes no se plieguen a sus designios y los asesinan para mandar un mensaje de muerte escrito con la sangre de los inocentes.

Esa es una arremetida de la delincuencia que reclama respuestas del Estado, sin contemplaciones con sus autores ni con avisos sobre la contundencia de la acción oficial. Eso es lo que exigen ya con angustia las comunidades que padecen el regreso de una forma de violencia que se creía superada. Gente humilde que se queja, con razón incuestionable, por el abandono que las deja a merced de organizaciones criminales para las cuales lo que importa es el control territorial y el dominio del narcotráfico, sometiendo a la esclavitud a sus víctimas.

También está clara la dificultad del Estado, en especial de la Fuerza Pública, para cubrir toda la geografía nacional. Pero debe reconocerse también que las masacres de ahora son parte de un proceso en el cual se han ido dejando espacios vacíos para que crezcan de manera exponencial los cultivos ilícitos y se reproduzca el poder de destrucción del narcotráfico en sus múltiples expresiones.

Son vacíos que deben llenarse con acciones como las fumigaciones aéreas y, si es necesario, el establecimiento de estados de excepción que doten a las autoridades de atribuciones precisas para combatir esa violencia. Es la manera de poner la autoridad al lado de los ciudadanos para defender sus derechos y evitar que los representantes del Estado tengan que estar dando explicaciones y citando a consejos de seguridad que no resuelven los problemas.

Las masacres son una aberración que no puede tener cabida en Colombia. Ese es el mensaje que los colombianos le envían tanto a los criminales que aún pretenden mostrarse como movimientos políticos, mientras asesinan y usan el terror para sembrar el miedo, como a los dirigentes del Estado para que hagan respetar sus derechos contra la violencia que acabó con la vida de 30 seres humanos indefensos en menos de una semana.

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