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De seguro, los fundadores de la China Popular estarían hoy lamentando la corrupción que padece su nación, a la cual le decretaron el totalitarismo como método de gobierno. Si vivieran, se darían cuenta que sus herederos fueron maestros en mantener un régimen cerrado para conservar el socialismo. Pero también aprendieron a combinar la falta de escrúpulos con el absolutismo que impide investigar, perseguir y castigar a los que usan el poder para su propio beneficio.

24 de enero de 2014 Por:

De seguro, los fundadores de la China Popular estarían hoy lamentando la corrupción que padece su nación, a la cual le decretaron el totalitarismo como método de gobierno. Si vivieran, se darían cuenta que sus herederos fueron maestros en mantener un régimen cerrado para conservar el socialismo. Pero también aprendieron a combinar la falta de escrúpulos con el absolutismo que impide investigar, perseguir y castigar a los que usan el poder para su propio beneficio.

Ni siquiera China, el símbolo del socialismo en apariencia exitoso, se ha escapado de la enfermedad más peligrosa para la democracia occidental y el capitalismo: la ambición de sus dirigentes y la propensión a enriquecerse y atesorar grandes fortunas nacidas del ejercicio del poder sin límites que caracteriza al gigante asiático. Las revelaciones de los últimos días demuestran cómo el partido único y el poder omnímodo que sus dirigentes ostentan no sólo han servido para impulsar a China al primer lugar en las cifras de crecimiento en el contexto mundial. Ahora, y gracias a las investigaciones de diarios tan prestigiosos como El País de España, Le Monde de Francia, The Guardian y la BBC del Reino Unido o el alemán Süddeutsche Zeitung, se descubre que en las Islas Vírgenes Británicas, un pequeño archipiélago al este de Puerto Rico con no más de 26.000 habitantes, está el domicilio de las entidades que agrupadas representan los segundos inversionistas del país que Mao convirtió al socialismo radical, a mediados del Siglo XX.Y los medios de comunicación citados revelaron más sorpresas. Contaron por ejemplo que familiares de expresidentes herederos del líder comunista, así como de exprimeros ministros y miembros de la dirección del partido único chino y por consiguiente amos absolutos de una de las mayores burocracias del planeta, son los propietarios de esas entidades inversionistas. Centenares de fortunas sospechosas y de nombres vinculados al poder de la que hoy es la segunda potencia económica del planeta y motor de la economía universal, aparecen a diario. Hijos, nietos y demás allegados a quienes se consideraron impolutos líderes del cambio que experimenta la nación china en los últimos treinta años, asoman ya en las listas de los más ricos del mundo. “No importa el color del gato con tal de que cace ratones”, dijo alguna vez Den Xiaoping, para explicar la apertura de China hacia la economía de mercado y demostrar que gobernar es llevar progreso a los pueblos. Ahora se sabe que su yerno, en compañía del cuñado del actual presidente Xi Jinping, forman parte de esa pequeña élite inversionista que desde las cálidas aguas del Caribe controla gran parte del poder económico del país con mayores índices de crecimiento de los últimos 15 años en el mundo. De seguro, los fundadores de la China Popular estarían hoy lamentando la corrupción que padece su nación, a la cual le decretaron el totalitarismo como método de gobierno. Si vivieran, se darían cuenta que sus herederos fueron maestros en mantener un régimen cerrado para conservar el socialismo. Pero también aprendieron a combinar la falta de escrúpulos con el absolutismo que impide investigar, perseguir y castigar a los que usan el poder para su propio beneficio.El régimen chino se empeña en bloquear dentro de su país las páginas en internet de los diarios que destaparon la olla que se cocina plácidamente a pocos kilómetros de Puerto Rico. Pero no podrá impedir que se conozca la verdad de la ambición capitalista que carcome a sus dirigentes.

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