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Más acción, menos retórica

De nuevo serán las palabras las que prevalezcan a la hora de enfrentar un problema que no es diplomático sino de supervivencia de la humanidad. Porque es la retórica la que hasta hoy sobresale a la hora de hablar de cambio climático o de emprender las tareas para detener el calentamiento global que está llevando al mundo a acelerar su propia extinción.

10 de noviembre de 2017 Por: Editorial .

Por esos días, en Alemania se le toma la lección al mundo sobre sus avances para cumplir el compromiso de reducir las causas y los efectos del cambio climático. A dos años de la firma del Acuerdo de París, la calificación sigue en rojo.

El tema de esta Cumbre Climática, la número 23 desde que se empezó a hablar del daño ambiental que sufre el Planeta así como de la urgencia de hacer algo para garantizar su conservación, no podría ser más elocuente. El 2017 ha sido el año de los fenómenos naturales más extremos, con niveles de contaminación superiores a los de cualquier época y ya se califica como el segundo más caluroso del que se tenga conocimiento, sólo superado por el 2016 que se lleva el récord.

Como antesala a la Cumbre se conoció que en el año anterior las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaron el nivel más alto en 800 siglos, mientras que la sequía provocada por El Niño impidió que la naturaleza cumpliera su función de absorción de gases de efecto invernadero como el CO2. Ello ha provocado que el calentamiento global siga en aumento, impidiendo lograr, hasta ahora, que la temperatura promedio suba como máximo dos grados centígrados en esta centuria.

Esa realidad confirma que los acuerdos climáticos, incluido el alcanzado en París hace dos años que logró consenso mundial con la firma de 198 países, terminan siendo un asunto burocrático y mecánico que poco sirve para conseguir la transformación que demanda un planeta convertido en enfermo crónico. Durante dos semanas, hasta el próximo 19 de noviembre, en Bonn se discutirá sobre lo que se está haciendo o, como se dijo en la apertura, se trabajará sobre los detalles necesarios para alcanzar la meta de reducir en un 20% las emisiones de CO2 antes del 2030.

De nuevo serán las palabras las que prevalezcan a la hora de enfrentar un problema que no es diplomático sino de supervivencia de la humanidad. Porque es la retórica la que hasta hoy sobresale a la hora de hablar de cambio climático o de emprender las tareas para detener el calentamiento global que está llevando al mundo a acelerar su propia extinción.

Tan grave como que el actual presidente de Estados Unidos, el país con la mayor emisión de gases de efecto invernadero, niegue el cambio climático y excluya a su nación del acuerdo de París aislándolo del consenso global, es la poca efectividad de las acciones emprendidas por el resto del mundo. Frente al deterioro que acusa la Tierra, tomar decisiones es innegociable.

La conversión hacia las energías limpias no es una alternativa sino un mandato tanto para países industrializados como para aquellos que tienen la obligación de conservar sus riquezas naturales, como Colombia. También es un deber brindar apoyo económico a las naciones con menos recursos para que se integren al proceso de conservación del Planeta.

Sí, cada iniciativa individual cuenta y suma. Pero como lo ha demostrado con creces este 2017 nada servirá si el plan global para detener el cambio climático se queda sólo en un documento para retomar en una cumbre convocada cada año.

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