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Lo mismo de siempre

Pero la rigidez dogmática y las dificultades de su cúpula para tomar decisiones tan importantes como sentarse a hablar de paz, han frustrado siempre las posibilidades de un acuerdo con el ELN, o siquiera de un diálogo serio. Todo lo cual lo disfrazan con el viejo truco de achacar la responsabilidad del fracaso a las acciones de los gobiernos que los han buscado en los últimos cuarenta años.

15 de enero de 2015 Por:

Pero la rigidez dogmática y las dificultades de su cúpula para tomar decisiones tan importantes como sentarse a hablar de paz, han frustrado siempre las posibilidades de un acuerdo con el ELN, o siquiera de un diálogo serio. Todo lo cual lo disfrazan con el viejo truco de achacar la responsabilidad del fracaso a las acciones de los gobiernos que los han buscado en los últimos cuarenta años.

Con una frase escueta sobre la posibilidad de dejar las armas, los dirigentes del ELN le anunciaron al país su presumible interés en entablar un diálogo formal con el Gobierno para terminar el conflicto. Sin embargo, su actitud desafiante de costumbre y su confusa retórica no permiten encontrar en los gestos de ese grupo armado ilegal algo que de a entender con claridad una voluntad de paz.Cincuenta años han transcurrido desde el momento en que el ELN asaltó a Simacota, un pueblo de Santander, asesinó a tres policías y dos soldados, y proclamó su nacimiento como movimiento marxista leninista. Fue entonces un grupo impulsado y financiado por el régimen castrista de Cuba, interesado en propagar la guerra de guerrillas en Latinoamérica. Poco después, Camilo Torres Restrepo, un sacerdote idealista que terminó en las filas guerrilleras, cayó en un combate, al que fue llevado por los dirigentes del grupo, a pesar de su inexperiencia. A lo largo de medio siglo, el ELN ha sido actor de la violencia, produciendo hechos terribles contra los colombianos. La masacre de Machuca, donde murieron 100 personas en medio de un pavoroso incendio, los secuestros masivos de la Iglesia la María y el kilómetro dieciocho en Cali, así como la voladura constante de oleoductos, ha sido la estela de terror que le han dejado a la Nación. Una herencia de muerte que en algunos sitios como el litoral Pacífico a la altura de Nariño y Cauca ha terminado por confundirse con el narcotráfico. Y con frecuencia, los dirigentes del grupo guerrillero cada vez más diezmado por acción de la Fuerza Pública, por las deserciones y la desmoralización e incluso por sus conflictos internos, plantean la posibilidad de un diálogo para buscar la paz. Así ha ocurrido en Maguncia, Alemania, en La Habana y ahora en el Ecuador. Muchos son los Gobiernos que han intentado un acercamiento para terminar con la violencia inútil que causa destrucción pero no aporta nada a las transformaciones que sin duda necesita Colombia. Para ello han actuado desde la Iglesia Católica hasta países facilitadores, pasando por la llamada sociedad civil. Pero la rigidez dogmática y las dificultades de su cúpula para tomar decisiones tan importantes como sentarse a hablar de paz, han frustrado siempre las posibilidades de un acuerdo con el ELN, o siquiera de un diálogo serio. Todo lo cual lo disfrazan con el viejo truco de achacar la responsabilidad del fracaso a las acciones de los gobiernos que los han buscado en los últimos cuarenta años. Y con la exigencia de cambios imposibles, a pesar de ser una minoría que se enfrenta a cuarenta millones de colombianos. Ahora se ha establecido una mesa exploratoria en Ecuador para tratar de entablar una negociación que conduzca al final del terrorismo que practican los menos de dos mil integrantes del ELN. Pero, como ocurrió hace cincuenta años, la respuesta sigue alejada de las realidades que viven nuestro país, el mundo y, en especial, el régimen cubano que fuera su promotor. Para sus cabecillas, la ambigüedad sigue siendo el recurso para mantener la violencia inútil y destructora.

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