El pais
SUSCRÍBETE

La lección de Transmilenio

"... la errática actuación del alcalde Gustavo Petro terminó por sumergir a Transmilenio en una confrontación política que impide ver con tranquilidad y cordura los problemas y las soluciones, para entrar en el debate permanente de las acusaciones y las propuestas improvisadas dirigidas más bien a buscar un sitio en la historia que a resolver las dificultades de transporte que padece la capital de la República".

13 de marzo de 2012 Por:

"... la errática actuación del alcalde Gustavo Petro terminó por sumergir a Transmilenio en una confrontación política que impide ver con tranquilidad y cordura los problemas y las soluciones, para entrar en el debate permanente de las acusaciones y las propuestas improvisadas dirigidas más bien a buscar un sitio en la historia que a resolver las dificultades de transporte que padece la capital de la República".

Hace 10 años, la puesta en marcha del Transmilenio en Bogotá fue una respuesta contundente y apropiada a la necesidad de organizar el transporte público de pasajeros de una ciudad caracterizada por la anarquía de los buses particulares. Hoy, ese mismo sistema es cuestionado por sus usuarios y usado como instrumento perturbador de la tranquilidad ciudadana o como asunto de disputas políticas. En todo ese tiempo, la idea creada y desarrollada por Enrique Peñalosa ha tenido todos los reconocimientos como mecanismo eficaz para resolver la movilización masiva en muchas ciudades del mundo. Empezando por Bogotá, donde el número de sus usuarios sobrepasa con creces los cálculos más optimistas, a pesar del empujón que el Estado colombiano le ha dado al transporte individual promoviendo el aumento de las motos y los automóviles, y a la competencia aún no resuelta de la guerra del centavo que protagoniza el sistema tradicional de buses y busetas. Pero su peor enemigo han sido las actuaciones poco claras de gobiernos como el de Samuel Moreno, y las dudas sobre los pasos a seguir para completar un sistema que ha demostrado sus bondades, logrando el respaldo de sus millones de usuarios. Y ahora, la errática actuación del alcalde Gustavo Petro terminó por sumergir a Transmilenio en una confrontación política que impide ver con tranquilidad y cordura los problemas y las soluciones, para entrar en el debate permanente de las acusaciones y las propuestas improvisadas dirigidas más bien a buscar un sitio en la historia que a resolver las dificultades de transporte que padece la capital de la República. Por ese camino equivocado se llegó a la asonada del viernes pasado que destruyó estaciones y vehículos, produjo el robo de los recaudos, llevó la zozobra a las calles e infartó la circulación de una ciudad con siete millones de habitantes. Sin duda, fue un acto vandálico impulsado por quienes ven en el desorden la oportunidad de generar conflictos en las ciudades y entre sus habitantes. Pero fue ante todo el producto de los trinos del Alcalde, sus descalificaciones del sistema y el encono con el cual el señor Petro pretende manejar la ciudad, generando divisiones en vez de concitar la reflexión de los ciudadanos que esperan una guía para encontrar soluciones antes que conflictos. Así, la gran derrotada fue la ansiedad por gobernar produciendo polémicas y confrontaciones, en vez de responder al mandato de la gente que elige para tener gobiernos que sepan de sus necesidades y ofrezcan salidas.Y los grandes perdedores fueron la ciudad que debe desembolsar sumas cuantiosas para reparar los destrozos causados por el vandalismo; los usuarios, porque además de ver interrumpido su medio de transporte no tienen claro cómo se podrá evitar la repetición de esas asonadas; y Transmilenio, que se debate en la incertidumbre, porque el gobierno de Bogotá se empeña en utilizarlo como bandera política en vez de dedicarse a resolver sus problemas. Es la lección que ciudades como Cali, donde el MÍO empieza a mostrar sus bondades y sus dificultades, no pueden repetir.

AHORA EN Editorial