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La historia del mal

Los aniversarios servirán a los historiadores para rescatar memorias de los hechos acecidos en Berlín e inmediaciones de Milán. Pero tanto como eso es importante preguntarse hasta dónde el nazismo murió con Hitler en los bajos de la Cancillería; y el fascismo, con el ajusticiamiento de Mussolini, cerca de la frontera de Italia con Suiza.

27 de abril de 2015 Por:

Los aniversarios servirán a los historiadores para rescatar memorias de los hechos acecidos en Berlín e inmediaciones de Milán. Pero tanto como eso es importante preguntarse hasta dónde el nazismo murió con Hitler en los bajos de la Cancillería; y el fascismo, con el ajusticiamiento de Mussolini, cerca de la frontera de Italia con Suiza.

El 30 de abril de hace 70 años, a puerta cerrada y en la soledad de su imperio del mal hecho trizas y apenas reducido al espacio de un búnker, Adolf Hitler se suicidó. Así se cerró uno lo de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad. En cifras bastaría decir que 55 millones de vidas, las que se perdieron en la Segunda Guerra Mundial, son el testimonio de su locura y la de quienes, como su compañero de andanzas Benito Mussolini, ejecutado por los partisanos dos días antes, quisieron uniformar al mundo a sangre y desolación. Los aniversarios servirán a los historiadores para rescatar memorias de los hechos acecidos en Berlín e inmediaciones de Milán. Pero tanto como eso es importante preguntarse hasta dónde el nazismo murió con Hitler en los bajos de la Cancillería; y el fascismo, con el ajusticiamiento de Mussolini, cerca de la frontera de Italia con Suiza.La respuesta no está, en el caso de los hombres más cercanos al llamado führer, condenados a muerte o a largas penas de prisión tras el juicio de Núremberg, o en aquellos que lograron escapar y se perdieron en la niebla de la protección de gobiernos y particulares que los acogieron a cambio de fortunas. La respuesta está en el presente e infortunadamente es que esas formas de totalitarismo mantienen no solo adeptos sino que han ido ganando espacio, incluso en formaciones políticas que, en vano, intentan disfrazar el lobo que llevan por dentro.Para abrirse paso, han recurrido a la vieja pero siempre efectiva argucia política de negar los hechos. Así, por ejemplo y pese a todas las evidencias, han pretendido poner en entredicho el Holocausto judío y sus más de seis millones de víctimas mortales. Si bien han fracasado, las condiciones de Europa, sumida en una crisis con similitudes a la de los años 30, sirve hoy de tierra fértil a ese tipo de movimientos con claves como xenofobia, racismo y todo aquello que les signifique carácter minoritario. Ayer fueron los judíos. Hoy son los inmigrantes, negros, gitanos, Lgtbi, grupos religiosos que consideran ajenos. En el fondo, lo mismo de Hitler y sus compinches.La lista del Viejo Continente es larga: Francia, Italia, Polonia, Hungría, Holanda, Suecia, Finlandia, Gracia, Alemania y Bélgica, entre otros. No se puede decir que llegarán a constituir mayorías pero comienzan a formar parte de alianzas en las que no se les mira cómo lo que son: un riesgo evidente para los valores democráticos y para la misma Unión Europea que enfrenta la amenaza del Estado Islámico. Tampoco son de desestimar los efectos de sus consignas populistas y de su mesianismo entre los jóvenes, el sector de la población más afectado por la situación económica, como sucedió en los años que sirvieron a Hitler para pescar en río revuelto. Todo indica que el mundo no aprendió la lección. No solo del significado de nazismo y fascismo como opciones, sino del totalitarismo como filosofía de poder. Su ejercicio, a los largo de estos 70 años sucesivos a las muertes de Hitler y Mussolini, no hace otra cosa que recordarnos que el enemigo sigue vivo y, lo peor, no duerme.

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