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La guerra que no muere

"Ni el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ni el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas, se han caracterizado en los últimos meses por moderar su lenguaje, ante las implicaciones que tiene en un escenario donde se está dispuesto al suicidio terrorista, y en el que los sectores más radicales reproducen la idea de que la sola existencia del otro es considerada como una amenaza para la propia".

19 de octubre de 2015 Por:

"Ni el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ni el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas, se han caracterizado en los últimos meses por moderar su lenguaje, ante las implicaciones que tiene en un escenario donde se está dispuesto al suicidio terrorista, y en el que los sectores más radicales reproducen la idea de que la sola existencia del otro es considerada como una amenaza para la propia".

Las imágenes difundidas por las agencias de noticias muestran el ataque a puñal de un palestino que deja herido a un soldado israelí y la respuesta inmediata de los compañeros de este último que lo eliminan a tiros en el acto. Es el testimonio de que Jerusalén y sus alrededores padecen otra explosión de violencia callejera que, de seguir así, amenaza con alcanzar protagonismo en una región ya saturada de conflictos a gran escala.El número de víctimas ya dice bastante sobre lo sucedido en las últimas semanas: solo hasta el sábado pasado, en lo que va corrido del presente mes han muerto siete israelíes atacados y cuarenta palestinos, diecisiete de ellos señalados de agredir a civiles o militares.Como de costumbre en una confrontación que no conoce de términos medios, las posiciones de las partes son irreconciliables. “Nos enfrentamos a un enemigo que está dispuesto a morir para matar”, dice Israel, con el telón de fondo de las imágenes de los sucesivos atentados personales e indiscriminados con arma blanca, perpetrados casi todos por jóvenes palestinos. Para los palestinos, el asunto tiene un carácter “peligroso” que surge de su origen, las diferencias religiosas, agudizadas con las medidas administrativas pero, sobre todo, las de hecho que dejan muertes y sangre injustificada.Y mientras el Ejército de Israel restringe la presencia de hombres menores de 50 años a la explanada de las mezquitas, el tercer lugar más sagrado para el mundo del Islam, rabinos extremistas empujan a fieles a pisar ese campo poblado de creencias y sentimientos, en un gesto provocador. La respuesta del otro lado es un ataque con bombas molotov a un emblema de los judíos, la tumba de José, el patriarca bíblico, en Cisjordania, lugar santo bajo la responsabilidad de la Autoridad Nacional Palestina.Estas situaciones, que de por sí generan las reacciones que la comunidad internacional llama a cesar, son apenas una parte de lo que en realidad esconde la coyuntura de las últimas horas y a lo que algunos pretenden ver nada más que como la tercera intifada en la historia, Hablamos de intereses yihadistas, dispuestos a pescar incautos en ese río revuelto, con el apoyo de Hamas. Y por lo visto, no le está resultando difícil, en especial en Gaza, donde el desempleo ronda el 45% y el índice de pobreza el 39%.Ahora bien, si por las calles de Jerusalén, Hebrón y Nablus llueve, en la dirigencia no escampa. Ni el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ni el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas, se han caracterizado en los últimos meses por moderar su lenguaje, ante las implicaciones que tiene en un escenario donde se está dispuesto al suicidio terrorista, y en el que los sectores más radicales reproducen la idea de que la sola existencia del otro es considerada como una amenaza para la propia. Una vez más, Israel y Palestina sienten el horror de la violencia, consecuencia también de la guerra que se vive en el oriente medio. Y de nuevo, serán sus pueblos los que ponen los muertos y los heridos de una confrontación que parece sin final.

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