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La guerra a los niños

"Si la comunidad internacional quiere hacer algo por ellos, por los niños, Alepo debería ser centro de sus acciones humanitarias. Y empieza por sentar a la mesa, sólo con ese propósito, a las fuerzas que concurren en la lucha por hacerse a lo que queda de la martirizada ciudad".

22 de agosto de 2016 Por:

"Si la comunidad internacional quiere hacer algo por ellos, por los niños, Alepo debería ser centro de sus acciones humanitarias. Y empieza por sentar a la mesa, sólo con ese propósito, a las fuerzas que concurren en la lucha por hacerse a lo que queda de la martirizada ciudad".

Hoy, todos deberíamos ser Omran, el niño sirio de cinco años que ni siquiera parece tener el derecho a llorar mientras las huellas de un bombardeo, sangre, polvo y miedo, tiñen su rostro.La imagen le ha dado la vuelta al mundo, como si estuviera rogándole que pensara en su tragedia. Porque Omran, como sucedió con Aylan Kurdi, el pequeño ahogado hace un año en una playa de Turquía y quien lo antecedió en la galería de imágenes más impactantes de la guerra en Siria, no logrará que las partes de esa guerra consideren frenar sus acciones por el daño que le causan a los niños.Omran y Aylan representan a una multitud de compatriotas de su generación. Desde 2011, inicio del conflicto en esa nación, han nacido allí 3,7 millones de niños. La mayoría permanece en su tierra natal, en medio de enfrentamientos armados a gran escala, y sin derecho alguno para que su condición de civiles inermes sea considerada.Los demás han salido con sus padres a jugarse la vida en aguas internacionales, camino a un sueño europeo cada vez más distante y del que sacan provecho las mafias de traficantes de personas. El siguiente punto en la cadena está hecho por quienes logran llegar al Viejo Continente o nacen allí en condición de refugiados. Ellos cargan con el Inri de no ser bienvenidos, mientras huyen con sus familias de las patrullas que los persiguen por ilegales o sospechosos.Anticipar que en tales circunstancias se cocina una nueva generación marcada por la destrucción y encaminada más a la retaliación que a la conciliación es llover sobre mojado. El atentado de las últimas horas al sureste de Turquía, atribuido al Estado Islámico, que deja hasta ahora más de medio centenar de muertos, demuestra hasta dónde llega la degradación de quienes convierten a los niños no solo en víctimas sino en victimarios.El suicida autor del bombazo en la fiesta de una boda tenía entre doce y catorce años de edad. Había llegado acompañado de dos adultos que huyeron a tiempo para no caer en la matanza.Y no es la primera vez que los niños son carne de cañón. Así lo confirman los antecedentes de niños enfilados en grupos al margen de la ley en Camboya, Sierra Leona, Afganistán y Colombia y la aparición de menores kamikazes es una nueva faceta de las tantas con que opera el terrorismo.Si la comunidad internacional quiere hacer algo por ellos, por los niños, Alepo debería ser centro de sus acciones humanitarias. Y empieza por sentar a la mesa, sólo con ese propósito, a las fuerzas que concurren en la lucha por hacerse a lo que queda de la martirizada ciudad. Desde las gobiernistas de Bashar al-Asad, y sus aliados rusos e iraníes, pasando por los diversos grupos rebeldes y las potencias que alimentan una cruenta guerra que amenaza con borrar de la faz de la tierra a la nación Siria. Quien no tendrá ni voz ni voto en ese escenario es Omran, ocupado ahora en volver del shock que lo inmovilizó, para encontrarse con que su hermano mayor, Alí Daqneesh, de 10 años, murió ayer, víctima de las heridas que recibió en el mismo bombardeo.

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