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La familia de China

"La cita entre los mandatarios de China y Taiwán, que tuvo lugar en Singapur y se saldó con un largo apretón de manos, no es el primer intento de acercamiento entre comunistas y nacionalistas desde el final del conflicto en 1949. Lo que tiene de interesante este nuevo intento es que los gobiernos de ambos lados del estrecho de Formosa parecen apostar a resultados más pragmáticos".

9 de noviembre de 2015 Por:

"La cita entre los mandatarios de China y Taiwán, que tuvo lugar en Singapur y se saldó con un largo apretón de manos, no es el primer intento de acercamiento entre comunistas y nacionalistas desde el final del conflicto en 1949. Lo que tiene de interesante este nuevo intento es que los gobiernos de ambos lados del estrecho de Formosa parecen apostar a resultados más pragmáticos".

Aquel “somos una familia” del presidentes de la República Popular de China, Xi Jinping, a su homólogo de Taiwán, Ma Ying-jeou, es quizás la definición más acertada de lo que subyace en el fondo de comunidades separadas desde hace 66 años por las diferencias políticas e ideológicas que terminaron por la guerra y la distancia.La cita entre los dos mandatarios, que tuvo lugar en Singapur y se saldó con un largo apretón de manos, no es el primer intento de acercamiento entre comunistas y nacionalistas desde el final del conflicto en 1949. Ya en 1992 las partes habían dejado algunos consensos y en los últimos siete años el intercambio de productos, el turismo y el paso de estudiantes de un lado a otro se ha vuelto casi común. Lo que tiene de interesante este nuevo intento es que los gobiernos de ambos lados del estrecho de Formosa parecen apostar a resultados más pragmáticos.Uno de ellos, y quizás el más urgente, la imperante necesidad de que Pekín acabe con la vieja práctica de condicionar su presencia en los diferentes escenarios internacionales a que se le niegue la entrada a Taiwán. Con el paso de los años, esa exigencia, en apariencia arbitraria, ha puesto a los herederos de Chiang Kai Shek en una condición que linda entre lo paria y lo exótico, ante la mirada complaciente de la mayoría de Estados del mundo que prefieren no molestar al Gran Dragón.El presidente Ma ha entrado por ahí y, al parecer, su exigencia no ha dado en la muralla del vecino. Pekín se mostró dispuesto a estudiar fórmulas para facilitar ese regreso de Taiwán al concierto internacional. Mientras tanto le ofreció un puesto en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, proyecto con el que la República Popular intenta abrir competencia al Banco Mundial. Eso y participación en el Fondo de la Ruta de la Seda enseñan que para el gigante la apertura empieza por la economía.Sin embargo, lo que marca la agenda durante los próximos meses es el independentismo, contra el que los dos mandatarios han peleado, cada uno de su lado. Y si las encuestas aciertan, el Partido Democrático Progresista de Taiwán ganará las elecciones en enero próximo con un discurso concreto: luego de casi siete décadas, las mayorías han decidido hacer cama aparte para evitar que la política expansionista de la ‘China única’ de Xi los cobije, tal y como ya sucedió con Hong Kong y Macao.El independentismo es inconstitucional en Taiwán, donde todavía se insisten en tener la representación de la China y en la ilegitimidad del régimen de Pekín. Esa sería la tabla de salvación a la que se aferraría Ma y su partido, el Kuomitang fundado en 1911 y llevado al exilio tras la revolución de 1953. Solo en principio, porque, ya en la oposición, no podría detener reformas que permitan la separación. Pero la gran pregunta es qué está dispuesta a hacer la República Popular de China ante esta situación que, sin duda, despertará no solo viejos ánimos en los que los espíritus de Chiang Kai Shek y Mao Zedong volverán a merodear, con repercusiones en la estabilidad de la región.

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