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La espera eterna

Cerca de cumplirse el año de haberse descubierto el Covid-19, gran parte de Occidente, en especial Estados Unidos y Europa, siguen mostrando los efectos de una política que trata de conciliar las medidas de control con las necesidades económicas.

18 de octubre de 2020 Por: Editorial .

Cerca de cumplirse el año de haberse descubierto el Covid-19, gran parte de Occidente, en especial Estados Unidos y Europa, siguen mostrando los efectos de una política que trata de conciliar las medidas de control con las necesidades económicas. Y el mundo aguarda con angustia notoria la llegada de las vacunas que devuelvan la tranquilidad y acaben con la amenaza.

Ante el crecimiento de las cifras de contagio, París fue declarada en toque de queda durante las noches y por al menos cuatro semanas. Desde 1961, cuando la violencia terrorista por la guerra de Argelia, la capital francesa, la ciudad luz, uno de los símbolos de la libertad, no había recurrido a una medida que demuestra la alarma y el desespero ante el enemigo que vuelve a esparcirse en sus calles.

Por su parte, Londres toma medidas cada vez más drásticas para obstaculizar la llegada de viajeros con el coronavirus. Y España, en especial Madrid, vuelven a sonar las alarmas sobre el rebrote de la pandemia, tomando también decisiones que restringen la circulación, la entrada de los turistas y visitantes, a la vez que endurecen exigencias como el uso de tapabocas o el confinamiento.

Así, en casi toda Europa renace el miedo ante el fatal enemigo y lo que han denominado el rebrote o la segunda ola del Covid-19, aunque sus gobernantes siguen siendo reacios a usar el confinamiento como la medida más efectiva para combatir el contagio. Igual a los Estados Unidos, donde ya se habla de una tercera ola, los muertos superan las doscientas diecisiete mil personas en diez meses y el caos es notorio entre un gobierno federal en trance de reelección y los estatales, divididos por la pugna partidista y el dogma de las libertades que deben ser limitadas para tratar de contener la tragedia.

Entre tanto, Asia da ejemplo de cómo el haber aplicado restricciones duras desde el principio de la pandemia, de ejecutar políticas consistentes para intensificar los focos de contagio y de haber creado una cultura sólida entre sus habitantes acerca de la necesidad de aplicar las medidas de protección, son la mejor manera de enfrentar el coronavirus. Debe reconocerse también que contrario a Occidente, los habitantes de esos países han sido el principal factor para proteger su salud y reducir, aunque no acabar, la amenaza del Covid-19.

Por fortuna, la medicina y la ciencia en general han ido conociendo el virus y la manera de atender a sus víctimas, lo que si bien no ha permitido controlar el contagio sí ha llevado a mejorar los tratamientos para curar el mal y para evitar el enorme número de muertes del principio. Pero la amenaza está en las calles, la gente se niega a recluirse y los gobiernos se debaten entre la necesidad de reactivar las economías y el deber de proteger la salud.

Y toda la humanidad está a la espera del milagro que termine con la pesadilla más grande del último siglo. Es la vacuna que se anuncia desde muchos laboratorios y países, pero que aún está lejos de aparecer. Luego vendrá el complejo mecanismo de distribución y aplicación en todo el mundo, la panacea que muchos aguardan para terminar la pesadilla.

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