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La cruda realidad

"Por ahora, es de esperar que no lleguemos al infarto eléctrico. Y de paso, es bueno para el país que se traten y se enfrenten problemas tan graves como éste, o como la inflación y la delicada situación de las finanzas públicas. Esos son los temas que interesan a los colombianos, por encima de aquellos que, como la polarización política o los avances y retrocesos de las negociaciones con las Farc, han concentrado el interés de los partidos, del Congreso de la República y del propio Gobierno Nacional".

8 de marzo de 2016 Por:

"Por ahora, es de esperar que no lleguemos al infarto eléctrico. Y de paso, es bueno para el país que se traten y se enfrenten problemas tan graves como éste, o como la inflación y la delicada situación de las finanzas públicas. Esos son los temas que interesan a los colombianos, por encima de aquellos que, como la polarización política o los avances y retrocesos de las negociaciones con las Farc, han concentrado el interés de los partidos, del Congreso de la República y del propio Gobierno Nacional".

Luego de meses en los cuales su gobierno negó la posibilidad de una crisis en el suministro de energía, el presidente Santos admitió que esa amenaza está cercana y anunció medidas especiales para enfrentarla. Además de reconocer una proyección que se estaba convirtiendo en realidad, el Primer Mandatario actuó con decisiones que, según él, parecen un poco tardías pero siguen siendo necesarias.“Lo que está en juego es la credibilidad del Gobierno y la confianza de los colombianos en el sistema eléctrico”, dijo el presidente Santos, afirmando también que en vez de reducir el consumo, el país lo ha aumentado en un 5% en los dos meses del presente año con respecto a igual período del 2015. Así mismo, anunció incentivos económicos para quienes ahorren y sanciones para quienes despilfarren la energía. E hizo eco de la propuesta de Fenalco, de autorizar al comercio a usar plantas de energía propias, lo que disminuirá la demanda al sistema nacional, en problemas por la suma del Fenómeno de El Niño, los daños en la represa de Guatapé y de la termoeléctrica Termoflores.Esa es la respuesta que Colombia estaba esperando ante lo que, de producirse, causaría estragos enormes a la economía nacional. Es decir, una dirección clara, que reconozca el problema y oriente a la ciudadanía, en vez de unas declaraciones en las cuales se muestra un panorama de tranquilidad y se juega con las probabilidades de que llueva o no. El resultado está en la despreocupación que aumenta el consumo, que les da mayores utilidades a los intermediarios mientras acerca al país a un infarto que pudo ser anticipado.Como podría suponerse, las palabras del presidente Santos llevaron a la renuncia de su Ministro de Minas y Energía que el domingo pasado había dado un nuevo parte de tranquilidad, diciendo que “si no ocurre nada extraordinario, no habrá apagón”. Es que, como lo estaban advirtiendo los gremios, los medios de comunicación y muchos especialistas, lo que está ocurriendo es extraordinario y se necesitan acciones que orienten a los colombianos, así produzcan molestias y críticas. Eso es mejor que el apagón.Por ahora, es de esperar que no lleguemos al infarto eléctrico. Y de paso, es bueno para el país que se traten y se enfrenten problemas tan graves como éste, o como la inflación y la delicada situación de las finanzas públicas. Esos son los temas que interesan a los colombianos, por encima de aquellos que, como la polarización política o los avances y retrocesos de las negociaciones con las Farc, han concentrado el interés de los partidos, del Congreso de la República y del propio Gobierno Nacional.La situación ha cambiado porque la crisis petrolera está golpeando las finanzas del Estado, poniendo en riesgo los innegables avances que registra Colombia. Y porque el fenómeno de El Niño está causando estragos que no pueden ocultarse, porque sería una irresponsabilidad. Por eso es el momento para reconocer la necesidad de enfrentar esos problemas, convocando al trabajo conjunto de todos los colombianos, en lugar de estar agitando las banderas de la radicalización en la política.

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