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La alianza maldita

25 de julio de 2010 Por:

Con la ruptura de relaciones entre Colombia y Venezuela volvió a aparecer el terrorismo de las Farc como causante directo de las dificultades que enfrenta nuestro país. Por eso, más que para buscar intermediarios que ayuden a restablecer los vínculos rotos, es el momento para reclamar de la Comunidad Internacional la decisión sincera y efectiva de rechazar las organizaciones que han hecho de la violencia y el crimen el idioma con el cual se abusa de nuestra Nación.Ayer, y como aparente concesión, el presidente de Venezuela invitó a las Farc a “reconsiderar la lucha armada”. Y “con todo respeto” les recordó que no estamos en los años sesenta y que su violencia es la disculpa para que el ‘imperio’ penetre a Colombia. Nada de referirse a que están agazapados en su país, a la espera de que haya oportunidades para atacar a los colombianos. Fue un discurso revelador, que trata de devolverles algo de sentido político pero no alcanza para desmentir la tolerancia de Chávez con las Farc y el ELN. Y que no se refiere a los nexos de esas organizaciones con el narcotráfico y el terrorismo internacional, secuelas que han llevado a Venezuela. Pues bien, ese es el meollo del asunto. Mientras tanto, otros países de Suramérica se resisten a mirar esa mezcla de narcotráfico y terrorismo como algo que afecta a todo el continente, tratando de limitarlo a Colombia como productor y a Estados Unidos como gran consumidor. Es la política del avestruz, que tolera que iniciativas como Unasur se consuman en los intereses políticos de una parte de sus miembros, los integrantes del Alba, limitando de manera absurda la colaboración que debe existir entre las naciones suramericanas para combatir la alianza maldita que amenaza sus sociedades. Esa es la verdadera perspectiva. Durante las últimas décadas, Colombia ha debido luchar contra esa alianza, y está saliendo adelante, después de haber hecho el gran esfuerzo para derrotar el crimen organizado que disfrazado de guerrilla y paramilitarismo amenazó la viabilidad de su Estado, de su democracia y de su libertad. Es la tarea que no podrá culminarse en tanto la guerrilla encuentre refugio en Venezuela o justificación y respaldo disimulado en otros países, interesados más en el debate ideológico que en la defensa de América unida contra la violencia y el narcotráfico.Por supuesto,jamás debe pensarse en un conflicto armado entre dos pueblos unidos por la historia. Pero también es necesario aceptar que el gran obstáculo está hoy en la tolerancia con la violencia encarnada por las Farc y el ELN. Por eso, si algún asunto debe resolverse como condición para reanudar los nexos diplomáticos rotos por Chávez, es ese. Y si algo puede hacer la comunidad internacional encabezada por Unasur y la OEA es crear un frente común que sirva para defender a América de dos de los peores enemigos de sus pueblos. No es pues un asunto de servir de intermediarios para reparar una relaciones vacías y lograr la foto que registra el abrazo de los presidentes de Colombia y Venezuela. Ni de pensar primero en el comercio. Es cuestión de acordar frentes comunes contra esa alianza que casi destruye a Colombia y hoy amenaza a México y Centroamérica.

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