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Fraude anunciado

Lo que sigue es el ahondamiento de la crisis social, moral y política que golpea con saña a los venezolanos y el aumento de la migración que destruye el capital social de ese país. Y el aislamiento creciente de un régimen al cual poco o nada le interesa la democracia, salvo por las oportunidades que ofrecen las elecciones para asegurar su permanencia en el poder.

16 de octubre de 2017 Por: Editorial .

Mediante unas elecciones tramposas, la dictadura que representa Nicolás Maduro hizo lo que todo el mundo esperaba, aferrarse en el poder. Lo que queda en adelante para la oposición democrática es recuperar la protesta social que permita luchar contra un régimen corrupto que aumentó su totalitarismo mediante el fraude.

Desde que citaron a elecciones, se sabía cuál era el objetivo del chavismo. Y no era precisamente abrir la posibilidad de que los venezolanos expresaran su opinión de manera libre y espontánea, o que la oposición tuviera la oportunidad de llegar a las gobernaciones de los estados venezolanos en un evento electoral imparcial y respetable.

Esas elecciones eran ante todo producto del rechazo popular que se expresaba en las calles y que había producido alrededor de cien muertos y miles de heridos a manos de la represión. Para ello, y luego de elegir una Asamblea constituyente también fraudulenta, lograron que la Mesa de Unidad Democrática, MUD, se dividiera en los partidos que la conforman y aceptaran participar en lo que era un fraude cantado.

Por supuesto, nadie cree que el chavismo haya triunfado en 17 de los 23 estados de Venezuela, y que la participación haya llegado al 61% del censo electoral. Por el contrario, se sabía de antemano la predisposición de un Consejo Nacional Electoral listo a certificar la votación que requiriera el régimen, para lo cual dieron de baja o habilitaron las cédulas que fueran necesarias, movieron los centros de votación y manejaron con su habitual torpeza los datos que arrojaban las máquinas donde se registraban las supuestas votaciones.

Ahora, Venezuela está en situación peor a la que tenía antes de las elecciones fraudulentas. Mientras Maduro y su corte proclaman un triunfo que “fortalece la democracia”, los partidos que aceptaron participar en ellas se quedaron sin argumentos, y apenas insinúan que hubo trampa. Temerosos talvez de la reacción que tendrá el régimen contra ellos si se atreven a denunciar la maroma, muchos de los dirigentes de la MUD deben presentar explicaciones sobre por qué participaron en un evento electoral en el cual se sabía que iban a falsear la voluntad popular.

Y en su ruta por acabar de imponer un régimen comunista, el gobierno de Maduro obliga a los gobernadores elegidos a jurar ante la espuria Asamblea presidida por su excanciller, so pena de cárcel para el que se niegue a hacerlo. Y amenaza también con cárcel a cualquier dirigente que se atreva a pronunciar la palabra fraude. La pregunta es qué hará la oposición para lograr que los venezolanos vuelvan a la calle a protestar por el despojo y la brutalidad de que son objeto.

Esa es la consecuencia inmediata de las elecciones realizadas el pasado domingo en Venezuela. Lo que sigue es el ahondamiento de la crisis social, moral y política que golpea con saña a los venezolanos y el aumento de la migración que destruye el capital social de ese país. Y el aislamiento creciente de un régimen al cual poco o nada le interesa la democracia, salvo por las oportunidades que ofrecen las elecciones para asegurar su permanencia en el poder.

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