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El voto del Brasil

Lo que sigue en adelante es esperar que prevalezca el Bolsonaro que el pasado domingo llamó a la unión de sus conciudadanos y se declaró respetuoso de la constitución y las leyes, por encima de aquel que encontró su bandera en el lenguaje agresivo y descalificador e invoca la dictadura de los años 60.

29 de octubre de 2018 Por: Editorial .

El triunfo de Jair Bolsonaro fue claro, amplio e indiscutible. Ahora, lo que sigue para el Brasil es la necesidad de que su nuevo Presidente sea capaz de guiar la recuperación económica, política y moral de su país y de su Estado para que pueda superar el abismo al que lo llevaron la corrupción y el populismo caudillista de quien en un momento fue calificado como el mejor de sus presidentes y hoy está condenado por la Justicia.

Es cierto que el discurso de Bolsonaro tiene un sabor a ultraderecha, a intolerancia y a mensaje religioso en uno de los países menos confesionales, lo que hace temer por el uso que le dará al mandato que recibió. Pero esa prédica, que le valió el ser apuñaleado en medio de la campaña más difícil de los últimos tiempos, no fue la principal causa de su victoria por el 55 % contra el 44 % de Fernando Haddad, el heredero escogido por Lula Da Silva, hasta ayer el máximo elector del Brasil y caudillo de la izquierda.

La causa de ese resultado está en la degradación de las condiciones en que se encuentran la sociedad brasileña, su economía, su seguridad y la confianza en el Estado para resolver sus problemas. Con un Producto Interno Bruto que sólo pudo detener su caída hace dos años, con el aumento del 12 % en el desempleo, del 10 % en el ingreso per cápita y el derrumbe que experimentó Petrobras, la empresa símbolo del poderío del Brasil, cualquier cosa podía pasar menos esperar que los votantes prefirieran continuar con el régimen que implantó el Parido de los Trabajadores y contaminó a toda la política de ese enorme país.

De otra parte, los brasileños reaccionaron contra la sangría y la inseguridad que vive su nación, expresada ante todo en los 68.000 homicidios que se cometen cada año y en el desafío del narcotráfico que se apodera de las barriadas. Y contra un sistema corrompido, donde por fortuna la Justicia ha actuado para combatir, destapar y sancionar a quienes se beneficiaron con el carrusel en el cual los contratistas como Odebrecht mandaban a través de coimas repartidas tanto en el Gobierno como en el Congreso.

Por eso triunfó Bolsonaro sin ser parte de un partido y ofreciendo mano dura y reformas que abrirán la economía, a despecho del socialismo populista que implantó Lula. Lo que queda claro es que los brasileños, sobre todo los jóvenes y quienes están en la calle o sufren la violencia, prefirieron a quien sin duda causa preocupación por su mensaje militarista, sus innecesarias invocaciones a la intolerancia, al antifeminismo, y las propuestas radicales que además tocan las fibras de las libertades y la tolerancia que caracterizan al Brasil.

Lo que sigue en adelante es esperar que prevalezca el Bolsonaro que el pasado domingo llamó a la unión de sus conciudadanos y se declaró respetuoso de la constitución y las leyes, por encima de aquel que encontró su bandera en el lenguaje agresivo y descalificador e invoca la dictadura de los años 60. Sus antecedentes y su tono militar obligan a los brasileños a estar vigilantes e impedir los abusos que pueden causar males mayores y devastadores a “o maior país do mundo”.

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