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El terrorismo sigue vivo

Cuatro días después de ocurrida la masacre que cometieron fundamentalistas islámicos en Sri Lanka, los detalles que emergen indican que el terrorismo basado en razones religiosas o étnicas sigue...

25 de abril de 2019 Por: Editorial .

Cuatro días después de ocurrida la masacre que cometieron fundamentalistas islámicos en Sri Lanka, los detalles que emergen indican que el terrorismo basado en razones religiosas o étnicas sigue siendo enemigo principal de la convivencia en el mundo. Y que no es aconsejable declarar la extinción de una maquinaria de muerte como el Estado Islámico por el sólo hecho de haber acabado con el califato que alcanzó a montar entre Siria e Iraq.

Lo único claro es que la motivación de esas matanzas indiscriminadas se basa en el odio irracional contra la diferencia. Cinco semanas antes, el veintiuno de marzo pasado, en una pacífica ciudad de Nueva Zelanda un sujeto conocido por su radicalismo y su peligrosidad asesinó a cincuenta personas de creencias musulmanas que asistían a distintas mezquitas.

Aunque el gobierno de ese país actuó de inmediato contra el porte de armas, ya el daño estaba hecho. La semana pasada, un grupo radical islámico atacó en Sri Lanka, dejando 258 muertos en iglesias cristianas que celebraban oficios durante la Semana Santa, y en hoteles de lujo donde se alojaban turistas occidentales en su mayor parte. Ahora se sabe que detrás de esa masacre estuvo el Estado Islámico, y que varios de los asesinos eran personas con altos niveles educativos, pertenecían a familias tradicionales de ese país o habían sido educados en Gran Bretaña.

Para mayor perplejidad, se conoció también que existían avisos ciertos y anticipados sobre la posibilidad de que el ataque terrorista se produjera. A pesar de ello, las autoridades no actuaron como correspondía, por lo cual ayer renunció el ministro de Defensa. De nuevo, y como ocurrió en Nueva Zelanda, el daño ya era irreparable.

Son las nuevas facetas de un terror basado en el odio a la diferencia y en el radicalismo que usa las religiones e incluso la historia para asesinar, para destruir o para acabar con vidas inocentes. Formas distintas de violencia que se camuflan y son difíciles de detectar, las cuales tienen un mismo objetivo y causan la discordia que en muchos círculos se trata de justificar como el conflicto entre las culturas del mundo.

Lo más delicado de todo es que los Estados y las autoridades tienen muchas limitaciones y obstáculos para enfrentar una amenaza que si bien se basan en creencias disímiles o en interpretaciones de la historia, no tiene diferencias a la hora de producir el mismo resultado. Y que aprovechan los vacíos que dejan errores como declarar la muerte del EI para justificar decisiones políticas, o como menospreciar las alertas cuando se sabe de sobra que el terrorismo está vivo y su siembra de odio inunda la Internet.

Es el horror que no representa la confrontación entre naciones o culturas y contradice el natural deseo de paz de los seres humanos, pero que sí es capaz de causar guerras o de sembrar la xenofobia o de acabar con la tolerancia que garantiza la existencia de un mundo globalizado. Con ello, la inmensa mayoría de la humanidad, en los países más avanzados o en los más atrasados, sufre la amenaza de quienes utilizan la diferencia para causar la muerte.

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