El pais
SUSCRÍBETE

El terror y la amenaza

Las tristes experiencias que hemos vivido en Colombia nos indican que, aunque es inevitable la conjetura sobre sus orígenes y sus propósitos, hay que superar las diferencias para unirse en torno al derecho a informar en forma libre y al deber de evitar que el periodismo sea utilizado como caja de resonancia de quienes pretenden sembrar el caos mediante el amedrentamiento.

17 de julio de 2018 Por: Editorial .

Además de su capacidad de destruir y de causar muertes a traición, el terrorismo tiene en la amenaza tanto o más poder para causar el efecto que busca, sembrar el miedo y producir repercusiones que multipliquen su mensaje de horror y discordia. Por ello, el periodismo es una de sus víctimas preferidas, ya sea para atemorizar a la sociedad o para generar una reacción mediante la protesta que producen sus mensajes.

Eso es lo que puede estar motivando la oleada de amenazas que se ha desatado contra periodistas reconocidos de Colombia. Ya sea mediante cuentas falsas en las redes sociales, con llamadas cobardes o con panfletos, comunicadores como María Jimena Duzán, como los integrantes del equipo de RCN o como muchos periodistas anónimos en la provincia, están recibiendo los mensajes cobardes que aprovechan el anonimato y la dificultad para encontrar a sus autores.

Y aunque son personas con distintos puntos de vista sobre la realidad nacional, los mensajes tienen el mismo propósito: producir incertidumbre, amedrentar a quienes ejercen el deber de informar y el derecho a expresar su punto de vista sobre las realidades nacionales.
Son víctimas fáciles porque están en la primera línea de la actualidad nacional. Y son apetecibles, porque con su reacción siembran el desconcierto, crean estados de aprehensión que desencadenan el rechazo y la solidaridad, además de demostrar la dificultad de las autoridades para encontrar los autores intelectuales y materiales del terrorismo que amenaza.

Sea cual sea su origen, y sin importar las condiciones personales de quien sea objeto de amenazas como las que se han desatado, la profesión que ejerzan o su militancia política si es que la tiene, las amenazas deben ser rechazadas por toda la sociedad, vengan de donde vinieren. Las tristes experiencias que hemos vivido en Colombia nos indican que, aunque es inevitable la conjetura sobre sus orígenes y sus propósitos, hay que superar las diferencias para unirse en torno al derecho a informar en forma libre y al deber de evitar que el periodismo sea utilizado como caja de resonancia de quienes pretenden sembrar el caos mediante el amedrentamiento.

Lo contrario es aceptar el miedo que produce la amenaza anónima como herramienta válida dentro del acontecer social, político o económico de nuestra Nación. Y como desencadenante de las especulaciones que crean desesperanza, en momentos en que el país se prepara para un cambio de gobierno caracterizado por puntos de vista opuestos donde se han generado divergencias explicables que deben ser resueltas con los instrumentos de la democracia y protegiendo el derecho a denunciar, a opinar, a disentir o a apoyar a quien se crea necesario.

No a las amenazas han dicho de manera enfática el presidente saliente Juan Manuel Santos y el entrante, Iván Duque. Esas palabras deben llevar a que las autoridades actúen con presteza y objetividad, invocando la colaboración y el aporte de la ciudadanía, una de las claves para impedir que el terrorismo de las amenazas a los periodistas consiga sus tenebrosos propósitos.

AHORA EN Editorial