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El paso de Guatemala

"La ejemplarizante lección que deja el caso guatemalteco es además un antecedente en la región, acostumbrada a ver en la impunidad una constante que convierte a jueces y fiscales en cómplices o tigres de papel, frente a quienes desde el poder tuercen a favor causas en las que tienen mucho por responder".

7 de septiembre de 2015 Por:

"La ejemplarizante lección que deja el caso guatemalteco es además un antecedente en la región, acostumbrada a ver en la impunidad una constante que convierte a jueces y fiscales en cómplices o tigres de papel, frente a quienes desde el poder tuercen a favor causas en las que tienen mucho por responder".

Como nunca en su historia, Guatemala adoptó decisiones que serán definitivas sobre su futuro. El resultado del movimiento ciudadano, aunado a la Justicia local y de la mano de apoyo internacional, obligó a la renuncia del ahora expresidente Otto Pérez Molina y lo puso casi enseguida bajo detención. Y ahora, los resultados de las elecciones por la primera magistratura, marcadas por la situación que vive el país centroamericano.La ejemplarizante lección que deja el caso guatemalteco es además un antecedente en la región, acostumbrada a ver en la impunidad una constante que convierte a jueces y fiscales en cómplices o tigres de papel, frente a quienes desde el poder tuercen a favor causas en las que tienen mucho por responder.Pero al lado de las loas que despiertan los protagonistas de la Justicia en una situación casi inédita como esta, Guatemala no tiene mucho tiempo para celebrar y sí muchas responsabilidades inaplazables que afrontar. La primera de ellas, a propósito de lo sucedido con Pérez Molina y su séquito, impedir que la corrupción vuelva a asaltar la cúpula del Estado y demás instancias que deban velar por los dineros públicos.No es asunto de mera voluntad. Como la mayoría de las naciones del hemisferio, Guatemala es una nación en construcción en la que el hilo de continuidad se ha visto roto de manera permanente por golpes de estado y consecuentes dictaduras, violación de los derechos fundamentales de sus habitantes y no menos de las minorías étnicas e indebida injerencia de intereses foráneos. Todo eso, junto, arroja una famélica institucionalidad.A ese panorama de desinstitucionalización se le suman nuevos elementos como el peso progresivo que el narcotráfico ha alcanzado en el seno de su sociedad, la precaria situación de una clase trabajadora en la que apenas el 36% tiene contrato de trabajo. Y la violencia cotidiana que cuenta cada día más víctimas hasta el punto de competir junto a sus vecinos Honduras y El Salvador como los países del orbe con mayor número de muertes violentas por cada 100 mil habitantes.Todo eso debe sumarse al desangre que significan los miles de jóvenes que se aventuran a cruzar el abismo que los separa del sueño americano. Con lo cual se puede concluir que a Guatemala le esperan muchas más batallas, tan duras o más que esta que acaba de ganar frente a la corrupción.Lo saben aquellos quienes prefieren quedarse a luchar en su territorio y también quienes se marchan para, casi siempre en condición de indocumentados, hacer de las remesas un factor de sostenimiento que puede alcanzar el 10% de los ingresos nacionales. Y es consciente de ellos esa angosta clase media, dentro de la que cabe apenas uno de cada diez de sus ciudadanos y desde donde surgió y creció el germen del descontento que puso fin a la trama de Pérez Molina y sus asociados. Pero si hay un problema urgente por resolver en Guatemala, es la pobreza y la falta de oportunidades, los principales obstáculos para que la verdadera justicia se abra paso por fin, en esta, la que ojalá sea una nueva etapa de su historia.

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