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El malestar brasileño

"Brasil se ha vuelto un caso de estudio para comprender las manifestaciones de descontento en las democracias carcomidas por el deterioro de la capacidad de convocatoria de los partidos políticos. En ese país nadie atiende a los llamados de los dirigentes institucionales y nadie parece sentirse representado por los congresistas o las jefaturas partidarias".

9 de septiembre de 2013 Por:

"Brasil se ha vuelto un caso de estudio para comprender las manifestaciones de descontento en las democracias carcomidas por el deterioro de la capacidad de convocatoria de los partidos políticos. En ese país nadie atiende a los llamados de los dirigentes institucionales y nadie parece sentirse representado por los congresistas o las jefaturas partidarias".

El pasado sábado, 70 ciudades de Brasil fueron escenario de protestas en el marco de la celebración del Día de la Independencia. Aunque no alcanzaron las dimensiones de las de junio pasado, conmovieron al país por tratarse del día de una celebración nacional, deslucida por la poca afluencia de público. Las autoridades esperaban cien mil personas con ocasión del desfile militar, pero sólo acudieron cinco mil. El resto estaba en las calle manifestando su indignación.En esta ocasión los motivos de la protesta fueron la corrupción política y la mala calidad de los servicios públicos. La convocatoria se hizo a través de las redes sociales, lo que resulta un símbolo de los nuevos tiempos a la vez que una proclama sobre la desconfianza ciudadana para con las organizaciones que dicen representar a los ciudadanos.Brasil se ha vuelto un caso de estudio para comprender las manifestaciones de descontento en las democracias carcomidas por el deterioro de la capacidad de convocatoria de los partidos políticos. En ese país nadie atiende a los llamados de los dirigentes institucionales y nadie parece sentirse representado por los congresistas o las jefaturas partidarias. Por el contrario, en muchos casos, y particularmente en estas protestas, aquellos parecen ser el blanco de la ira ciudadana, en especial del sector más joven de la ciudadanía.El combustible que aviva la reacción es la difícil situación de la clase media brasileña, que ha crecido de manera notoria en los últimos años y no siente colmadas sus expectativas en materia de mejora de la calidad de vida, pese a que ya no padece de la pobreza en la que tal vez se debatió en tiempos recientes.El salto social de decenas de millones de brasileños en materias tales como escolaridad, mejores ingresos, acceso a viviendas dignas, salud pública y servicios básicos, está acompañado de aumento en las aspiraciones sociales y expectativas de mejores trabajos y mayores ingresos. Una juventud mejor educada ya no se contenta con las promesas de politiqueros tradicionales a los que ve como un obstáculo para sus aspiraciones.Por supuesto, la constatación de que una treintena de altos funcionarios del gobierno de Lula da Silva repartió alegremente el presupuesto de la nación garantizándole un jugoso sobresueldo a políticos y congresistas venales de diversos partidos, mientras que jóvenes profesionales meritorios ni encuentran trabajo acorde a sus capacidades y menos retribuciones económicas justas, es como echar sal en la herida de la indignación.De allí que ningún partido pueda capitalizar este malestar y que el gobierno no encuentre como acallarlo. Pese a que la presidenta Dilma Rousseff ha llamado a escuchar “la voz de la calle” y ya presentó ante el Congreso un referendo para reformar la política, la ciudadanía sigue inconforme y no parece creer que con ello se resuelvan los problemas. Hay que buscar las razones de este malestar en un mar de fondo donde se entrelazan políticas económicas, relaciones internacionales, costumbres políticas y nuevas culturas urbanas, en el que tal vez no sólo Brasil tenga algo que decir.

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