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El desangre de Siria

Hoy de la antigua Siria cuna de la civilización y referente cultural no queda nada. El país se convirtió en un pretexto para medir fuerzas y en una simple ficha en el tablero de la geopolítica internacional.

18 de marzo de 2019 Por: Editorial .

Se cumplieron ocho años de un conflicto que ya muy poco eco pareciera tener en los medios de comunicación internacional. La guerra de Siria, con sus 400.000 muertos y seis millones de personas que se han dispersado como refugiados en el mundo, es ahora silenciosa.

Ese silencio sólo sirve para crecer la catástrofe porque el régimen de Bashar al-Asad, con el apoyo de sus aliados Rusia e Irán, está recuperando a sangre y fuego los territorios que la oposición había ocupado en el pasado. Noventa y seis meses llevan los sirios en una brutal guerra que ha roto todos los códigos.

Es un conflicto en el que intervinieron las potencias con intereses específicos. Por un lado Rusia e Irán, los grandes bastiones del régimen. El primero motivado en asegurar su influencia en Medio Oriente y garantizar su salida al Mediterráneo. Al-Asad es uno de los principales clientes de la industria rusa de armamento y en Siria se encuentra una de las mayores reservas de gas del mundo, vital para la sobrevivencia económica de Putin.

Mientras que Irán, el gran sostén del tirano sirio, en su propósito de mostrarse como el gran jugador de la zona no ha escatimado esfuerzos en proporcionar armas y mirar hacia otra parte cuando han masacrado a civiles inocentes.

Por el otro lado una vacilante coalición internacional, liderada por Estados Unidos, intervino con el propósito de atacar, especialmente, al Estado Islámico que se estaba haciendo fuerte en medio del caos del país. Sin embargo, ahora cuando este grupo terrorista ha sido diezmado casi hasta su exterminio, el gobierno de Donald Trump anuncia que retirará a dos mil soldados desplegados en Siria, lo que daría fin a la coalición.

Este nuevo escenario favorecerá los intereses de Rusia e Irán. Mientras que Turquía, Arabia Saudita y otros países del Golfo continuarán apoyando a la oposición armada contra la dictadura, con el propósito de frenar los ímpetus expansionistas de Irán. No obstante, estos grupos de diversas tendencias religiosas se encuentran diezmados y dispersos, por lo que Bashar al-Asad reclama victoria porque logró reestablecer el control sobre buena parte del país.

Aunque todos los involucrados coinciden en que la única alternativa a este largo conflicto es una solución política, las agendas de cada país parecen estar por encima de los clamores de paz del pueblo sirio. El fracaso de nueve intentos de negociaciones en Ginebra respaldadas por la ONU muestra lo difícil que es hallar una salida negociada a esta tragedia.

Hoy de la antigua Siria cuna de la civilización y referente cultural no queda nada. El país se convirtió en un pretexto para medir fuerzas y en una simple ficha en el tablero de la geopolítica internacional. La tragedia se puede medir en los 85 ataques químicos que realizó el gobierno sirio desde el 2013 contra su propio pueblo o en los 1106 niños que murieron tan solo en el 2018.

Las demoledoras cifras son el reflejo de la tragedia de una guerra que hoy ya no está en la agenda de los países más poderosos y cuya solución cada vez parece estar más alejada, por no decir que ya poco importa.

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