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El desangre de Afganistán

De nuevo Afganistán se tiñe de sangre y el caos se apodera de un país al que la violencia no da tregua. Un doble atentado acabó con la vida de por lo menos 40 personas, entre ellos once niños y nueve periodistas.

1 de mayo de 2018 Por: Editorial .

De nuevo Afganistán se tiñe de sangre y el caos se apodera de un país al que la violencia no da tregua. Un doble atentado acabó con la vida de por lo menos 40 personas, entre ellos once niños y nueve periodistas.

Esta nueva acción perpetrada por facciones del Estado Islámico y los talibanes, apenas una semana después de otro atentado que dejó 60 muertos en Kabul, desnuda la extrema fragilidad de la seguridad en Afganistán. Y muestra la incapacidad de la comunidad internacional para frenar una guerra eterna que no parece tener final.

Las masacres contrastan con los anuncios del presidente Ashraf Ghani, quien se había comprometido a reforzar la seguridad. Pero, además, pone en entredicho el esfuerzo militar de Estados Unidos, luego de que el presidente Donald Trump anunciara el incremento de bombardeos aéreos.

La cruda realidad confirma que Afganistán es un Estado fallido. Sus fuerzas armadas no tienen control del territorio, extensas áreas continúan en poder de los terroristas, al tiempo que el país vive una de sus momentos más sangrientos desde el final de la misión militar de la Otan, que sigue allí pero solo con tareas de adiestramiento y capacitación de las fuerzas militares afganas.

Mientras las condenas a los atentados se hacen conocer en todo el mundo, nadie parece saber cómo romper esta creciente espiral de violencia. Han pasado 17 años desde que Estados Unidos inició una intervención a gran escala para derrumbar el régimen talibán, que estuvo detrás de los atentados a las Torres Gemelas. Pero a pesar de que fue desalojado del poder, este grupo nunca se desintegró, volvió a esconderse entre la agreste geografía afgana y ha renunciado a iniciar conversaciones de paz con el gobierno.

Su poder, afianzado en el terror que producen sus acciones violentas y la ejecución de civiles que incumplen sus anacrónicas leyes, se ha extendido con la llegada del otro actor, el Estado Islámico. Ambos grupos son los responsables de esta cadena de violencia. Durante el primer trimestre del 2018, los ataques dirigidos contra civiles ocasionaron la muerte de 763 personas y dejaron más de 1500 heridos, el doble que en el 2012. En el pasado la capital afgana era la ciudad fortín, pero desde hace un par de años los ataques se han ido concentrando en Kabul demoliendo la posibilidad de inversión internacional y la llegada de recursos frescos para un empobrecido país.

El caos manda en Afganistán y su Presidente no encuentra salidas. Con un ejército sin preparación y poco comprometido, Ghani contempla cómo los talibanes crecen, continúan copando territorios y reciben apoyos desde países como Pakistán. Investigaciones de militares de Estados Unidos advierten que el ejército afgano apenas controla un poco más del 50% del territorio, es decir la mitad de las 32 provincias en que está dividido el país.

Esta es la triste realidad de una Nación sometida por los violentos y la anarquía. Es el momento de volver los ojos a un país destruido por el fanatismo y los intereses geopolíticos de quienes pretenden sembrar el caos a costa del dolor y la sangre de un pueblo.

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