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El cambio debe seguir

A partir de la década del 90 empezó a mostrar síntomas claros de fatiga para enfrentar al gigantismo producido por la mezcla de violencia y falta de oportunidades en el suroccidente del país.

30 de diciembre de 2011 Por:

A partir de la década del 90 empezó a mostrar síntomas claros de fatiga para enfrentar al gigantismo producido por la mezcla de violencia y falta de oportunidades en el suroccidente del país.

Al finalizar el 2011, Cali presenta un contraste entre sus esfuerzos por salir adelante y las circunstancias que la rodean impidiéndole alcanzar el progreso que demanda. Y termina también el gobierno de Jorge Iván Ospina como alcalde de Cali, cuya gestión empezará a ser analizada desde la perspectiva de los importantes aciertos que consiguió y las actuaciones polémicas que deberán ser revisadas con cuidado. El hecho de desarrollar sus potenciales económicos durante casi todo el Siglo XX convirtió a Cali en la capital del suroccidente de Colombia. Ello le ha significado indudables oportunidades como poder contar con el recurso humano para construir un futuro o lograr que se genere la inversión requerida para impulsar las potencialidades que ofrece su ubicación, como es la creación de industrias y la llegada de empresas de servicios necesarios para manejar la riqueza que aquí se ha generado.Pero no es menos cierto que el desequilibrio en materia de inversión y seguridad que afecta a las regiones circunvecinas le han generado tanto una inmigración de personas en busca de progreso y seguridad como grandes dificultades para atenderla. Ante las dificultades del Estado para suplir las necesidades de la comarca, la ciudad se volvió polo de atracción. Y si bien pudo responder al desafío, a partir de la década del 90 empezó a mostrar síntomas claros de fatiga para enfrentar al gigantismo producido por la mezcla de violencia y falta de oportunidades en el suroccidente del país.Esas dificultades crecieron con la llegada de discutibles gobiernos donde la corrupción y el clientelismo se antepusieron a la obligación de atender una ciudad en franco crecimiento. Producto de ello fue el atraso evidente en su infraestructura y el incremento de problemas sociales, intolerancia e inseguridad que la han llevado a ser protagonista de las estadísticas sobre homicidios y delincuencia encabezadas por el narcotráfico y sus secuelas en el comportamiento social de los caleños.La llegada del médico Ospina a la Alcaldía significó un viraje en el manejo del Municipio, que se tradujo en proyectos como las llamadas 21 Megaobras y en la creación de centros educativos y culturales como la ciudadela Un Nuevo Latir, ubicada en el centro neurálgico de los problemas sociales. Sin embargo, iniciativas como el cuerpo de Guardas Cívicos, que consumen $20.000 millones por año sin que se vean sus resultados, o inquietudes grandes sobre la forma de contratación a través de la Empresa de Renovación Urbana y el costo real de la reconstrucción del Estadio Pascual Guerrero, por la cual se desembolsaron más de $80.000 millones, dejaron grandes interrogantes.A partir del próximo 1 de enero, la Alcaldía estará en manos del también médico Rodrigo Guerrero, quien ya la había ocupado en 1990. Además de recuperar la confianza en las instituciones del Gobierno local y la convivencia, a él le corresponderá profundizar ese cambio tan necesario para volver a tener una ciudad amable. Y lograr que el Estado colombiano se ponga al día en la deuda que tiene con la capital vallecaucana.

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