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Día de Navidad

24 de diciembre de 2010 Por:

"En medio de la desolación de las inundaciones que amenazan con destruirlo todo, resulta más necesario que nunca volver al verdadero espíritu de la Navidad cristiana, el que nos impulsa a ejercer la virtud de la caridad y de la solidaridad humana".

El 25 de diciembre los cristianos de todo el mundo celebran el nacimiento de Jesús, acontecimiento ocurrido en una pesebrera a las afueras del pueblo de Belén.Para la cristiandad este día es una fiesta, pues establece la presencia del Redentor de la humanidad entre los seres humanos. Pero también es un llamado a la humildad, la equidad y el amor por el prójimo, simbolizado con el alumbramiento de María en un sitio donde sólo nacían los niños de las familias más pobres y sencillas de la época.Que el hombre más importante de la historia proceda de un hogar tan desvalido constituye una aseveración de la mayor importancia: en cualquier cuna, y no sólo en las de los ricos, poderosos o blasonados, puede nacer una inteligencia privilegiada, un individuo capaz de cambiar el rumbo de la historia. Esta afirmación, que puede resultar escandalosa para quienes no han bebido en las fuentes del cristianismo, es también un llamado a la solidaridad, en especial con aquellos que sufren por carencia de bienes materiales o condiciones de vida confortables. Los pobres cuentan y, en algunas ocasiones, más que nadie.Esta celebración de la natividad, con todo y su sentido de alborozo, fue siempre una festividad religiosa, de profundo recogimiento y una ocasión para demostrar generosidad con los que menos tienen. Es la mejor época para que los cristianos practiquen la virtud de la caridad.Debe recordarse que entre todas las virtudes, para el cristiano la caridad es la virtud más sublime, ya que es una manifestación de amor para con nuestros semejantes. El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios señaló: “Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero sin tener amor, de nada me sirve”.Este amor por los demás, que me lleva a entregarles mis bienes y aún mi vida, es la esencia de la caridad cristiana y la virtud que debe presidir las celebraciones navideñas. Desde luego, mucho más entre nosotros, agobiados como estamos por la tragedia que viven decenas de miles de compatriotas que lo han perdido todo por la furia de las aguas y la imprevisión de los dirigentes políticos.Navidad no es una fiesta del comercio, ni una celebración pagana, como lo han pretendido las almas insolidarias que vuelven toda ocasión, aún la más sublime, en una oportunidad para acrecentar su fortuna. Navidad es todo lo contrario, es alegría en medio del recogimiento, es compartir lo poco o mucho que tengamos con los que no tienen nada, es despojarnos de nuestro abrigo en medio del frío de la noche, para calentar a la humilde criatura que nació en una pesebrera.En medio de la desolación de las inundaciones que amenazan con destruirlo todo, resulta más necesario que nunca volver al verdadero espíritu de la Navidad cristiana, el que nos impulsa a ejercer la virtud de la caridad y de la solidaridad humana. Ese debe ser el sentido de este 25 de diciembre de 2010.El País desea una Feliz Navidad a sus lectores.

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