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Detrás del horror

Y aunque nadie duda de que más temprano que tarde la intervención directa será el camino a seguir, sí sorprende que el EI sea un enigma para quienes tienen en sus manos la respuesta que, a modo de solución, urge el momento actual. Y es que saber con exactitud cómo es el enemigo -más allá del simplismo con que se le califica: serio peligro para las libertades-, servirá de mucho a la hora de tomar decisiones y adoptar estrategias para derrotarlo.

25 de mayo de 2015 Por:

Y aunque nadie duda de que más temprano que tarde la intervención directa será el camino a seguir, sí sorprende que el EI sea un enigma para quienes tienen en sus manos la respuesta que, a modo de solución, urge el momento actual. Y es que saber con exactitud cómo es el enemigo -más allá del simplismo con que se le califica: serio peligro para las libertades-, servirá de mucho a la hora de tomar decisiones y adoptar estrategias para derrotarlo.

El hecho de que el autoproclamado Estado Islámico, EI, tenga hoy bajo su control casi la mitad del territorio sirio, unos 95 mil kilómetros cuadrados y buena parte de los ricos yacimientos gasíferos de esa nación, tiene porqué alarmar. Hoy, Occidente se pregunta cuáles son las medidas que debe tomar para frenar el avance de los yihadistas, cuando a las posesiones en Siria hay que sumar las que ya tienen consolidadas en Iraq.“Botas sobre el terreno” dicen quienes no ven otra posibilidad que la presencia inmediata de tropas de una alianza internacional que, por ahora, fracasa en su tarea de pretender cerrar el paso a las hordas del EI con batallones de milicianos o de minorías étnicas -kurdos por ejemplo- y religiosas, a los que facilita más armamento que instrucción y apoyo. Y aunque nadie duda de que más temprano que tarde la intervención directa será el camino a seguir, sí sorprende que el EI sea un enigma para quienes tienen en sus manos la respuesta que, a modo de solución, urge el momento actual. Y es que saber con exactitud cómo es el enemigo -más allá del simplismo con que se le califica: serio peligro para las libertades-, servirá de mucho a la hora de tomar decisiones y adoptar estrategias para derrotarlo.Se niega, por ejemplo, que el Estado Islámico es un movimiento religioso inspirado en el Islam. Lo es, en la más antigua y radical de sus lecturas, sin que eso signifique que quienes profesan esa religión comulguen con él. Es más, si alguien ha sido objeto de su violencia sin límites son islamistas que no comparten esa particular visión del Corán, en la que la paz deja de ser un principio y se supedita a la que considera una causa mayor: el camino hacia el día del juicio final, al apocalipsis, al fin del mundo. Y con al menos ocho millones de personas bajo los dominios del EI, esa definición de la vida, o más bien de la muerte, es una bomba de tiempo. Ya lo es para 200 millones de chiíes, condenados, dice EI, a la pena capital por haberse atrevido a “innovar” el Corán. Y también es una sentencia para todos aquellos que en el mundo musulmán se han atrevido a poner la ley de los hombres por encima de la ley islámica, argumento que, como amenaza, qué duda cabe que será extensible a otros credos y culturas.Necesidades como la de un territorio para instaurar su califato y hacer retroceder al mundo al Siglo VII, empresas para las que cuentan con fortunas de millones de dólares que bien valdría la pena averiguar de dónde proceden, hacen del Estado Islámico uno de los más inmensos retos, si no el más, de la actual política internacional. Negar que el ‘Estado Islámico’ se fraguó, tras la invasión, entre prisioneros de la cárcel de Camp Bucca que estadounidenses y británicos levantaron en pleno desierto de Iraq, es como creer ahora que la exclusiva respuesta con “botas sobre el terreno” es la fórmula ideal para salir del problema. Occidente debe obrar con la fuerza, pero no menos con la razón, para entender a una civilización muy diferente que, está probado, no admite trasplantes de modelos ajenos a su esencia cultural y religiosa.

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