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Deporte, política y negocios

Un régimen, el de Vladimir Putin, empeñado en revivir la grandeza de la Rusia Imperial, decidió no sólo realizar los Juegos Olímpicos sino ganarlos a como diera lugar.

22 de julio de 2016 Por:

Un régimen, el de Vladimir Putin, empeñado en revivir la grandeza de la Rusia Imperial, decidió no sólo realizar los Juegos Olímpicos sino ganarlos a como diera lugar.

El veto a los atletas de Rusia a causa del comprobado uso de doping en los Juegos de Invierno celebrados en el 2014 en ese país, puede ser un acto ejemplar para el futuro. Pero no servirá para limpiar el pasado de una actividad que durante muchos años ha sido víctima de toda suerte de intereses para desviar su objetivo de consagrar a los mejores deportistas. El informe que sirvió de base para tomar tan drástica decisión es un catálogo de lo que la política puede hacer para alterar los resultados con propósitos propagandísticos. Un régimen, el de Vladimir Putin, empeñado en revivir la grandeza de la Rusia Imperial, decidió no sólo realizar los Juegos Olímpicos sino ganarlos a como diera lugar. Para ello montó una trama en la cual los deportistas pudieron hacer uso de las sustancias que requirieran para obtener las medallas de oro de la competencia más importante del calendario mundial. Y en paralelo puso a andar el andamiaje de los servicios secretos, del cual el Presidente ruso es maestro como director que fue de la KGB. Las muestras que contenían las pruebas del doping fueron cambiadas mediante sofisticadas operaciones con participación de los agentes del Gobierno. Por supuesto, decenas de medallas llegaron a los uniformes de rusos y rusas para satisfacción de una Nación que por las mismas épocas fue embarcada en la guerra de Ucrania y en la toma a sangre y fuego de la península de Crimea, muy cercana a la sede de las justas deportivas. El entramado fue descubierto por las sospechas que despertó la actuación de los triunfadores y el interés de un investigador canadiense. Ahora, y ante el descubrimiento del doping masivo, la Federación Internacional de Atletismo vetó la participación de los atletas rusos en la olimpiada de Río de Janeiro. Y puede ser posible que la prohíba también en las demás disciplinas. Las protestas no demoraron. “Estoy indignado por la actitud de la IAAF. Recuerdo que ella misma está manchada por la corrupción”, dijo el Ministro de Deportes de Rusia, en tanto que el símbolo del deporte de ese país, Yelena Isimbáyeva, escribió: “Que todos esos deportistas extranjeros pseudo-limpios respiren aliviados y ganen sus pseudo-medallas de oro en nuestra ausencia”. Es decir, ‘hagámonos pasito’, lo que quiere decir que el deporte está infectado de doping y su dirigencia lo sabe. Algo que no es extraño para quien haya seguido la actividad deportiva en los últimos setenta años. Marcas increíbles de los deportistas de las grandes potencias, delegaciones imbatibles de países pequeños que en realidad no tienen capacidad para derrotar a los gigantes, y contratos multimillonarios de publicidad con los cuales las empresas pretenden vender sus productos asociándolos a la imagen de los campeones. Es el deporte al servicio de la política y los negocios. Triunfos de la mentira y deportistas increíbles cuyas vidas son destruidas por las drogas que les inocularon para conseguir un triunfo. Y países aislados cuando son descubiertos como le ocurrió a Rusia. Eso es lo que deja la falta de ética en la actividad llamada a promover la competencia pacífica y noble de la humanidad.

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