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Defendamos la vida

Qué estamos haciendo, por qué es tan fácil destruir la vida, cuál es el papel que cumplen las autoridades y la Justicia para impedir esa desgracia que golpea a centenares de familias, debería ser el centro de un debate público que lleve a promover el rechazo a la indolencia

20 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

“Un total de 716 asesinatos han sido cometidos bajo la modalidad de sicariato en lo corrido del año en Cali, lo que implica un 83 % de los homicidios registrados en la ciudad, que en según cifras recientes de la Policía Metropolitana han sido 864”. Así reza el inicio del artículo que publicó El País el pasado 15 de octubre, en el cual se describe lo que es una de las peores amenazas para la comunidad caleña.

Por sí solas, esas cifras deberían estremecer la conciencia de la sociedad. Qué estamos haciendo, por qué es tan fácil destruir la vida, cuál es el papel que cumplen las autoridades y la Justicia para impedir esa desgracia que golpea a centenares de familias, debería ser el centro de un debate público que lleve a promover el rechazo a la indolencia.

Sin duda tanto la alcaldía de Cali como la Policía Metropolitana y los demás organismos relacionados con la seguridad, realizan un gran esfuerzo para evitar la tragedia de los homicidios en la ciudad. En cuanto al Municipio, sus programas de prevención, los referentes a la intervención social y la permanencia de iniciativas para analizar y entender la llamada epidemiología de la violencia han logrado identificar el problema y enfrentarlo hasta donde ha sido posible.

Y de otra parte está la acción permanente de la Policía para combatir las tenebrosas organizaciones que bajo el nombre de oficinas de cobro se han convertido en una industria de terror en la capital vallecaucana y sus alrededores. Como lo describe un investigador del Grupo Especializado contra el Crimen Organizado de la Sijín, es una especie de ‘outsorcing’, para las bandas dedicadas al narcotráfico, para la venganza o el ajuste de cuentas y hasta para intervenir en problemas pasionales.

Que las autoridades hacen su tarea se refleja en la desarticulación de siete bandas dedicadas al sicariato, esclareciendo treinta y cinco homicidios cometidos por ellas. No obstante, este año se han incrementado en un 10% los homicidios y el sicariato tiene un gran protagonismo como instrumento para resolver las luchas por el control territorial que se produce entre las organizaciones dedicadas al microtráfico, del cual son también integrantes.

Todo indica entonces que se está haciendo un esfuerzo denodado y constante por combatir uno de los peores males que tiene Cali porque lleva a la insensibilización sobre la vida humana como principio rector de cualquier sociedad. Es una especie de enfermedad que al parecer paraliza las defensas y la capacidad de rechazo de los caleños, que desborda el esfuerzo y el interés de las autoridades para combatirla y que no parece tener solución mientras las comunidades no reaccionen contra esa pérdida de valores.

Ante esa amenaza, hay que recuperar la capacidad de asombro y el esfuerzo por hacer del respeto a la vida ese valor absoluto que lleva a la paz y a la convivencia. Ya basta de seguir en la absurda pero real contabilidad de muertes violentas, el 85% de las cuales las produce el sicariato, y de esa insensibilidad que permite tomar distancia de la tragedia que conlleva.

Ahora nuestra sociedad tiene que reaccionar para defender la vida como razón de ser.

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