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Cuestión de solidaridad

Lo cierto es que la isla, que atravesaba por la quiebra fiscal, quedó al garete, afrontando en soledad las consecuencias del fenómeno natural, con zonas aisladas por el desastre mientras pasaron meses antes de que se conociera la realidad de lo que había sucedido o se pudiera comenzar la recuperación.

14 de septiembre de 2018 Por: Editorial .

Mientras Estados Unidos se preparaba para la llegada del huracán Florence a su Costa Este, se revivió la polémica por la manera como el gobierno de la Unión actuó ante a la catástrofe que provocó María hace un año en Puerto Rico. Un debate vergonzoso que debería servir para comprender que frente a cualquier desastre, la prevención y la ayuda no son asunto de política sino de solidaridad.

Luego de meses de especulaciones con el número de víctimas mortales que dejó el huracán más devastador en muchos años, una investigación de la Universidad George Washington reveló que no fueron 64 sino 2975 los fallecidos. Una vez hecho público el dato, el presidente Donald Trump no tardó en salir a desmentir la información, a afirmar que la respuesta fue “un tremendo éxito” y acusar a los demócratas de elevar las cifras de muertos para hacerle quedar “lo peor posible”.

Es innegable que el manejo dado por Trump y su Gobierno a la tragedia vivida por Puerto Rico fue si acaso tibio y sobre todo despectivo, como quedó en evidencia cuando el mandatario fue a San Juan y se le vio arrojando a los damnificados rollos de papel de cocina. Ese fue su gesto más amable hacia el Estado Asociado del que también es presidente, por el cual debe velar pues los puertorriqueños son ciudadanos de los Estados Unidos, así no elijan al presidente.

Lo cierto es que la isla, que atravesaba por la quiebra fiscal, quedó al garete, afrontando en soledad las consecuencias del fenómeno natural, con zonas aisladas por el desastre mientras pasaron meses antes de que se conociera la realidad de lo que había sucedido o se pudiera comenzar la recuperación. La mayoría de las tres mil muertes se produjeron en los meses posteriores por la falta de energía, de agua potable, de acceso a los servicios de salud o porque las víctimas quedaron atrapadas en zonas donde la infraestructura vial colapsó y fue imposible evacuarlas.

A diferencia de lo sucedido en Puerto Rico está la manera como se afrontó el paso esta semana de Florence por los estados de las Carolinas y de Virginia. El presidente Trump se puso al frente de las órdenes de evacuación, desplegó a todos los organismos de socorro y trazó un plan para tratar de minimizar los daños del huracán.

Evitar los estragos de eventos como estos es casi imposible, entre otras razones porque son producto de una naturaleza que está viva y en constante transformación. Lo que no puede negarse es que esos fenómenos se han exacerbado por cuenta del cambio climático y su consecuente calentamiento global, asunto sobre el que siguen sin adelantarse las acciones que lleven a reducir sus causas, como disminuir la emisión de gases de efecto invernadero.

Si esas medidas no traspasan el papel de los acuerdos internacionales y se hacen realidad, o mientras no haya solidaridad para ayudar a prevenir y manejar los desastres más allá de los intereses políticos, tragedias como la de Puerto Rico o la que puede vivir Filipinas hoy cuando llegue el que es catalogado como el más poderoso tifón de todos los tiempos, seguirán dejando muerte y desolación a su paso.

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