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Consenso necesario

Todo ello ha creado una atmósfera enrarecida de acusaciones y descalificaciones que demuestra por qué era necesario el consenso alrededor del diálogo. A lo cual debe agregarse la proximidad del debate electoral y, en especial, la posibilidad de reelegir al presidente Santos.

2 de abril de 2013 Por:

Todo ello ha creado una atmósfera enrarecida de acusaciones y descalificaciones que demuestra por qué era necesario el consenso alrededor del diálogo. A lo cual debe agregarse la proximidad del debate electoral y, en especial, la posibilidad de reelegir al presidente Santos.

En medio de la libertad que garantiza la diferencia de opiniones, los colombianos están hoy sorprendidos por la intensidad del debate que se ha despertado alrededor de asuntos como las negociaciones con las Farc. Reconociendo que en la diferencia de opiniones está la posibilidad de construir una democracia sólida, lo que está sucediendo merece una reflexión, para impedir que se ahonden divisiones que solo benefician a los grupos que aprovechan la debilidad generada por las enconadas polémicas de ahora. Cuando en agosto pasado el presidente Juan Manuel Santos presentó el acuerdo al cual llegó con los jefes de la guerrilla luego de largas conversaciones, la Nación reaccionó sorprendida pero con grandes aspiraciones sobre los resultados que la iniciativa podría aportar a la buena marcha del país. En ese momento, y aunque el Gobierno dio a entender que había previsto los problemas y soluciones que podrían derivarse del proceso que se iniciaba, la mezcla de euforia y expectativa hizo que se ignorara la necesidad de crear un consenso que lo protegiera de los sucesos partidistas. Quizás se entendió entonces que el hecho de haber construido una coalición llamada la Unidad Nacional, constituida por las principales fuerzas políticas con asiento en el Congreso, hacía innecesario realizar el consenso de la referencia. Y la euforia dio paso a una expectativa que rápidamente generó preguntas cuando la delegación de las Farc empezó en Oslo a usar el lenguaje amenazador de antes. Fue entonces cuando crecientes sectores de la vida nacional empezaron a expresar inconformismos y divergencias que debieron ser tenidas en cuenta. Hoy, la situación tiene otro aspecto. Mientras las Farc hacen uso de su retórica para tratar de mostrar una situación favorable a sus intereses, y los resultados de los diálogos no se conocen, la política ha dado un giro radical, de la mano de la oposición encabezada por el expresidente Álvaro Uribe que con gran intensidad critica en especial las negociaciones que se adelantan en La Habana. A lo cual hay que agregar la reacción del expresidente Andrés Pastrana por razones también políticas. Todo ello ha creado una atmósfera enrarecida de acusaciones y descalificaciones que demuestra por qué era necesario el consenso alrededor del diálogo. A lo cual debe agregarse la proximidad del debate electoral y, en especial, la posibilidad de reelegir al presidente Santos. Acontecimientos que llevan a mostrar un país dividido y cada vez más radicalizado, donde los partidos políticos parecen convidados de piedra y la descalificación se convierte en el lenguaje predilecto de algunos de los protagonistas. Ese ambiente no le hace bien a Colombia. Entendiendo que la política implica divergencias, nada evita que ellas se lleven por cauces que no le ocasionen daño al interés de la Nación. Nada bueno puede dejar que la discusión sana y fecunda alrededor de la manera de encontrar la desmovilización de las Farc sea reemplazada por la confrontación estéril, donde la Nación pierde y la guerrilla capitaliza. Eso no es lo que quieren los colombianos.

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