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Al fin, ¿qué pasó?

"Es como si las víctimas del avión de Malaysia Airlines fueran parte del conflicto entre Ucrania, Rusia y los movimientos separatistas que buscan su anexión al país gobernado por Putin; como si fuera responsabilidad de ellas o de la aerolínea que los transportaba el que, al atravesar el espacio aéreo que no tenía ningún tipo de restricción, hayan sido blanco de armas que nunca se han usado en un conflicto interno y ahora están en manos de grupos rebeldes".

25 de julio de 2014 Por:

"Es como si las víctimas del avión de Malaysia Airlines fueran parte del conflicto entre Ucrania, Rusia y los movimientos separatistas que buscan su anexión al país gobernado por Putin; como si fuera responsabilidad de ellas o de la aerolínea que los transportaba el que, al atravesar el espacio aéreo que no tenía ningún tipo de restricción, hayan sido blanco de armas que nunca se han usado en un conflicto interno y ahora están en manos de grupos rebeldes".

Una semana ha transcurrido desde el momento en que fue derribado el vuelo MH17 de Malaysia Airlines que transportaba 298 personas entre Amsterdam y Kuala Lumpur y cayó en una zona en conflicto de Ucrania. Y hasta ahora, nada se sabe sobre quién recae la responsabilidad de lo que además de un crimen de lesa humanidad que debe ser castigado, representa un antecedente de mucha gravedad para la aviación civil en el planeta. Lentamente y debido en gran parte a la presión internacional, los separatistas ucranianos han ido entregando los restos de las víctimas a un conglomerado de expertos mundiales que de manera espontánea están trabajando en el reconocimiento de sus identidades. A Holanda han llegado ya 114 cuerpos, en una dolorosa caravana que conmueve las fibras más profundas de la humanidad. Empieza así una etapa aún más prolongada, la del reconocimiento de los restos y la entrega a sus familiares para cumplir los rituales funerarios.En cambio, las investigaciones sobre los hechos y la ubicación de los responsables del espeluznante homicidio colectivo avanzan a cuentagotas. Por lo menos ya se sabe que el avión fue abatido por un misil, y ya el comandante de las fuerzas separatistas prorrusas en Ucrania, Alexander Khodarovsky, reconoció que sus milicianos sí poseían ese sofisticado armamento. Pero le agregó un elemento polémico, al expresar que pudo haber sido disparado desde Rusia y afirmar que los misiles Buk tomados por sus fuerzas no pueden ser usados. Aunque Khodarovsky se retractó de sus palabras, será imposible desconocerlas en adelante. Con lo cual se aleja aún más la posibilidad de acusar a Ucrania, a la vez que aumenta el reclamo para que Vladimir Putin aclare cuál fue la responsabilidad de su país en lo que debe ser catalogado como un crimen de guerra. Así se va armando una especie de rompecabezas, donde brilla por su ausencia la actuación de las Naciones Unidas dirigida a esclarecer la horrible tragedia. Es como si las víctimas fueran parte del conflicto entre Ucrania, Rusia y los movimientos separatistas que buscan su anexión al país gobernado por Putin; como si fuera responsabilidad de ellas o de la aerolínea que los transportaba el que, al atravesar el espacio aéreo que no tenía ningún tipo de restricción, hayan sido blanco de armas que nunca se han usado en un conflicto interno y ahora están en manos de grupos rebeldes. Y como si el Derecho Internacional o el sentido común autorizaran a utilizar en forma indiscriminada armas que pueden causar la tragedia que hoy llora la humanidad. De esa manera, la búsqueda de la responsabilidad sobre el asesinato de 295 personas indefensas que viajaban en un vuelo comercial, parece diluirse entre actuaciones políticas y silencios inexplicables. Con un agravante: la amenaza que significa la impunidad del hecho para la tranquilidad de los millones de personas que abordan aeronaves a diario en todo el mundo, y que ahora pueden ser objetivo militar de cualquier país o grupo rebelde, si no se actúa con presteza para identificar los autores y castigarlos de manera ejemplar.

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