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Al borde del abismo

"El nombramiento de Lula tiene un sabor amargo. Y más parece la decisión de dos aliados de toda la vida para enfrentar lo que puede ser la caída de ambos y su posible encarcelamiento a causa de los malos manejos o de la omisión en la vigilancia del patrimonio público".

17 de marzo de 2016 Por:

"El nombramiento de Lula tiene un sabor amargo. Y más parece la decisión de dos aliados de toda la vida para enfrentar lo que puede ser la caída de ambos y su posible encarcelamiento a causa de los malos manejos o de la omisión en la vigilancia del patrimonio público".

Tres millones de manifestantes en contra y la posibilidad creciente de un juicio en el Congreso que puede implicar su destitución, empiezan a indicar que la situación de la Presidenta del Brasil está cada vez más cerca del abismo. Por eso, las interpretaciones sobre la llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a su gobierno como jefe del gabinete empiezan por explicar que se trata de una maniobra política para asegurar la presencia del Partido de los Trabajadores en el manejo del gigante de Suramérica. En efecto, la situación de Dilma Roussef se desmorona más rápido de lo que antes se aseguraba. Son los escándalos de corrupción, la caída en picada de la economía brasileña y el resquebrajamiento de la imagen de una presidenta cuya aceptación ha llegado a menos del 10% de sus compatriotas. Esa suma de infortunios, donde la presencia en las calles de las protestas masivas es cada vez más protagonista, hacen temer que en menos de dos meses pueda llegarse a un juicio en el Senado brasileño, y la ruidosa salida de la heredera de Lula, el gobernante más popular en la historia de su país.Por eso, dicen algunos, la llegada del expresidente servirá para apuntalar un gobierno que se cae a pedazos en medio de la incredulidad y el rechazo de sus gobernados. Y será fundamental para reconstruir las relaciones con el Congreso y los partidos, uno de los cuales y el hasta ahora más importante de ellos, el Partido Democrático Brasileño o PDB, amenaza con retirarse y apoyar el llamado empeachment. Así, la designación de Lula es ante todo una ayuda para la Presidenta, y un generoso gesto que sirve para apuntalar el gobierno y, de paso, salvar a su partido de la lapidación originada en los escándalos de corrupción.Otros, en cambio, opinan diferente. Son los que afirman que el nombramiento de Lula, el papelito del que habló Dilma en una conversación con su exjefe que fue revelada el pasado martes, es un salvavidas que le evitará enfrentar los juicios que le adelanta el juez que lleva la investigación por los escándalos de Petrobras y sus contratistas, donde se perdieron más de US$14.000 millones. En efecto, su posesión llevará a que el proceso le sea arrebatado al juez Sergio Moro y entregado al Tribunal Supremo del Brasil, cuyos integrantes fueron nombrados en su gran mayoría por el expresidente. Esa estrategia implicará renunciar a una instancia, ya que el fallo del tribunal es inapelable. Mientras tanto, tendrá tiempo para maniobrar en el Congreso y evitar el juicio a su sucesora. Y a él mismo.Así, el nombramiento de Lula tiene un sabor amargo. Y más parece la decisión de dos aliados de toda la vida para enfrentar lo que puede ser la caída de ambos y su posible encarcelamiento a causa de los malos manejos o de la omisión en la vigilancia del patrimonio público. Es a lo que ha llegado la política en el Brasil, un gigante que hoy parece huérfano, con su economía destrozada, el desempleo en ascenso y sus gobernantes en el filo de la navaja. Y con millones de personas que salen a la calle a reclamar decencia en la conducción de su país, sin importar su filiación política.

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