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¿Y si lo ganamos?

No debería darnos miedo decirlo: ¿Y si lo ganamos? Espere, no digo el Mundial. Mejor dicho, no lo voy a decir todavía. Que, hay que aceptarlo, suena a exageración.

1 de julio de 2018 Por: Víctor Diusabá Rojas

No debería darnos miedo decirlo: ¿Y si lo ganamos? Espere, no digo el Mundial. Mejor dicho, no lo voy a decir todavía. Que, hay que aceptarlo, suena a exageración.

Y es que eso, ser campeón, parece estar reservado solo para los grandes, para los históricos, para los clásicos, para los añejos, para los de marca, para los del selecto club. Para Brasil (que gana pero sufre por ratos), para Alemania (que ya no está), para Argentina (que también volvió a casa, goleada y aburrida), para Uruguay (que tuvo partidos oficiales con pinta de entrenos en su grupo, pero que ante Portugal demostró de qué está hecha, de fútbol y de raza), para Italia (que ni siquiera estuvo en Rusia). Y para Francia (ojo con ella) y España, que se dicen grandes pero que, si uno mira en perspectiva, apenas comienzan a serlo.

Sí, ellos se lo ganan siempre, dicen las estadísticas y las tendencias. Y las casas de apuestas. Por eso, ante todo la prudencia para decir que la historia manda. Y, casi seguro, volverá a mandar. A no ser que Croacia pegue el palo de todos los palos. O que Suecia siga en esa extraña racha de dar de baja a gigantes (sacó a Holanda en su grupo eliminatorio; a Italia, en el repechaje; y ahora se quedó con un cupo de octavos que parecía reservado a los alemanes). O que suceda que... (mejor callo).

¿Y si lo ganamos? Repito, no digo el Mundial, sino que hablo de mañana.
Si lo ganamos, el partido, ante Inglaterra. Pues nada, dirán los más exigentes. Sí, ya lo hicimos en Brasil. Superamos esa fase con aquella obra de arte de James en el arco de Uruguay. Y además con el trabajo de todos los demás. Porque si algo necesita ser colectivo es el fútbol. O vean no más a Messi y a Ronaldo tendidos en el campo de batalla, solitarios.

¿Y si lo ganamos?, el partido. Ando en Rusia, con un sombrero de periodista y otro de hincha, y quiero que ganemos este duelo por su razón natural, para vivirlo aquí mismo y sentirlo, pero además por esta historia que voy a contar.

Hace 30 años, el 24 de mayo de 1988, estaba yo en una sala de redacción en Bogotá. Vi entonces, con otros, en un televisor a blanco y negro que parpadeaba, ese cabezazo de Andrés Escobar al que Peter Shilton, el arquero de ellos, no pudo hacer otra cosa que ver entrar con resignación en su arco sagrado. Y mientras nos abrazábamos y llorábamos por haber hecho nada más, dirán hoy, que empatar en Wembley (uno a uno) ante la señorial Inglaterra, alguien me llamó aparte del grupo.

Me dijo, en su voz baja de costumbre, que esos señores, los ingleses, habían hecho en la vida algo más que jugar fútbol y se puso hablar sobre Shakespeare, aunque también hay que decir que, muy al final, nombró a Bobby Charlton casi con el mismo entusiasmo. Debió también referirse a Churchill y a la pérfida Albión, pero no estoy tan seguro.

Yo tenía que ir a buscar reacciones al empate de lujo y quise decírselo, pero el hombre me cambió de frente: “Más bien, siéntese y escriba un editorial sobre este honroso empate”.

“Pero es que ahora mismo...”, intenté en vano abogar a mi favor.”Usted siéntese en su puesto y escriba en su máquina un editorial sobre este honroso empate”, me repitió, sin alzar la voz, pero con contundencia que no dejaba duda.

“Está bien”, me dijo un par de horas después, sin dejar de subrayar, con el lápiz que nunca le faltaba, algún par de imprecisiones. “Y déjele ese título, aunque me parece un poco exagerado decir ‘Fuimos Lores en Wembley’. No olvide que un amistoso no deja de ser un amistoso”. Entonces, calentó sus manos en ese gesto tan suyo y se fue a meterle mano a algún otro artículo. Cinco días después, el M-19 se llevaba secuestrado a Álvaro Gómez Hurtado.

Quizás mañana sí tengamos razón para decir que fuimos zares en Moscú.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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