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Y además, misógino

Eran los años del ruido. Aquellos de esa línea trazada con fuego para separar los derechos de los niños y las niñas. Además, en ese estricto orden.

23 de diciembre de 2018 Por:

Eran los años del ruido. Aquellos de esa línea trazada con fuego para separar los derechos de los niños y las niñas. Además, en ese estricto orden. Primero, nosotros. Después, ya veremos cuándo, ellas.

Como las mujeres estaban hechas para servir, el aprendizaje venía desde la cuna. Y la separación de derechos, también. Los colegios no eran mixtos, con una o dos excepciones, porque los varones estábamos en riesgo de caer en tentación, con todas sus pecaminosas consecuencias. Es decir: de entrada, ellas ya eran dignas de sospecha. Y, en consecuencia, primeras y grandes responsables de lo que pasara.

Años del ruido en los que se protegía a todo precio al imberbe culpable del embarazo para que no viera comprometido su futuro profesional ni el pedigrí familiar (si es que lo había, ya fuese propio, prestado o inventado, porque si algo estira y es maleable es el pedigrí).

Entonces, en esa operación para salvar al príncipe de la casa que había caído en la trampa de una doncella ‘de medio pelo’, se ponía en marcha el operativo de salvación. Lo más recomendable para ir a la fija, mandarlo a una larga temporada en el exterior en casa de un tío jubilado o en el apartamento de un primo a punto de graduarse. Todo en secreto, incluido el número del vuelo nocturno de escape. ¿Y ella? “Que se joda, quién la mandó”.

Tiempos del ruido en los que, por ejemplo, se les restringía (a ellas, por supuesto) el hula hula porque “el diablo es puerco”. Como siglos atrás no se les permitió el chocolate “por afrodisiaco”. Ni podían, recuerdo, tomar miel de abejas. ¿Y eso? “Eso no se pregunta”.

Y sin entrar en esos tópicos del azul y el rosado, o los carros y las muñecas, debo decir que en esa era de la humanidad era muy jodido ser mujer, tal cual nos tocaba verlo desde nuestras barreras de machos en que se empeñaban en ponernos los mayores.

“Los hombres en la cocina huelen a rila de gallina”, “chillas como niña”, “a ver si es tan macho” eran parte del decálogo con el que nos obligaban a marcar diferencia, con las propias madres como cómplices de mantener esas distancias. Lo que tampoco es nuevo si uno se atiene a la sentencia lapidaria de Aixa a su hijo Boabdil en 1492, tras la pérdida de El Andalus por parte de los moros “Hijo, no llores como mujer, lo que no supiste defender como hombre”.

Sin ir tan atrás, en esos mis años del ruido, de todas las puertas cerradas a las niñas de entonces había una con doble llave, la del fútbol. La de su práctica femenina, lo que ahora debe sonar raro cuando tantas de ellas lo hacen en el mundo entero. Y no porque pudieran salir lastimadas o por falta de aptitudes, si no porque una mujer tras un balón de fútbol era evidencia de un desajuste hormonal.

Era, lo he dicho, el pasado. Eso al menos creía yo. Era la caverna. Pero no, ocurre que es el presente y la caverna misma que se reencarna de mil maneras o en tipos como uno llamado Gabriel Camargo para decir lo que dijo sobre las mujeres, vinculadas al fútbol profesional “Aparte de los problemas que dan (...) Son más tomatrago que los hombres (...) Es -el fútbol femenino- un caldo de cultivo de lesbianismo tremendo”.

Y no sé si me da más vergüenza lo que dijo, o las carcajadas de quienes lo rodeaban, entre ellos periodistas y funcionarios de alto nivel, porque lo que hubo allí no fue un apunte sino una vulgar afrenta.

Aunque con Camargo no hay que sorprenderse. Queda claro que las prácticas cuasi esclavistas (si quieren quítenle el prefijo) con futbolistas de su equipo masculino del Deportes Tolima le dejan tiempo para la misoginia. Aunque no será su última ocurrencia, él siempre sabe ir a peor.

Sobrero 1: Con la feria de Cali también llegan los toros. La cita, para quienes nos gusta, es en Cañaveralejo.

Sobrero 2: Feliz Navidad, en paz y en familia.

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