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‘Roma’

De no haber sorpresas mayúsculas, que siempre las hay en esto de los Óscar de la Academia, ‘Roma’ se debe llevar algún premio gordo en la gala del próximo domingo.

10 de febrero de 2019 Por: Víctor Diusabá Rojas

De no haber sorpresas mayúsculas, que siempre las hay en esto de los Óscar de la Academia, ‘Roma’ se debe llevar algún premio gordo en la gala del próximo domingo.

Eso indican tendencias tan respetables como los Globos de Oro o los Goya, en los que brilló. A propósito, en los Goya ganó la entrañable ‘Campeones’, de la que hablé aquí hace unos meses. Ojalá la traigan al país y la aguanten unos días en cartelera porque pocas lecciones de humanidad tan bien elaboradas como esa.

Pero el tema no es si a Roma le dan uno o varios Óscar. El tema es qué y cuánto leemos en ‘Roma’, no desde la agudeza -o el capricho- de los críticos (respetables, además, ellos y sus conceptos) sino desde el significado que esta expresión de arte, en este caso cinematográfico, tiene para cada uno de nosotros.

Voy entonces a lo que me parece. Primero, ‘Roma’ revalida el carácter autobiográfico que tienen las grandes obras, y las chicas también, es decir, aquellas en las que el autor decide contar lo que a bien tiene y no eso que impone el mercado. Y como lo ha dicho el director Alfonso Cuarón, ‘Roma’ refleja ese mundo en que se crió.

Mundo aquel nada ajeno a nosotros. Quizás eso fue lo que me enganchó a ‘Roma’ desde el primer segundo hasta el último. De niño, en el barrio obrero de mi infancia en Bogotá, conocí muchas ‘Cleos’ que se ganaban la vida así, como sirvientas, antes que el eufemismo respectivo las graduara de “empleadas del servicio”.

A eso estaban sometidas, fruto de una rígida estructura social que parecía condenada a no cambiar, pero que luego, por miles de razones, empezó a transformarse y sigue transformándose, aunque no lo suficiente. De manera magistral, Cuarón dibuja esa sociedad con el cuidado de los mínimos detalles.

Y además Cuarón es capaz de traer ese mundo en apariencia lejano (hay cosas allí, en México y aquí, que siguen inamovibles) con una puesta en escena que impresiona y conmueve. Y es que si uno se detiene en la ambientación (incluida la música, por supuesto) encuentra ese carácter documental que ‘Roma’ tiene, para llevarnos a los propios años 70, a donde logra transportarnos.

Es esa forma perfecta de retratar el ayer lo que la hace una gran obra de época, una superproducción, no por los inmensos costos que debió tener sino por la excelente utilización de ellos mismos.

Y así como eso, devolvernos al pasado, es una fortaleza para algunos, entre los que me incluyo, para otros es quizás parte del ‘defecto’ que le atribuyen: su ‘lentitud’. Defecto visto por quienes así lo consideran, que se acrecienta cuando los hechos históricos de la época entran en juego e inciden directamente en la trama.

Y, claro, nadie está obligado a saber quién fue el presidente Luis Echeverría. O, quiénes y qué papel jugaban en la represión estudiantil esos escuadrones de aparentes cultores de la mente y del cuerpo (en realidad, ‘Los Halcones’, paramilitares al servicio de la hegemonía del PRI). O cómo la tierra se estremeció, con su saldo de dolor y ruina.

Pero, sin detenerse del todo en ese contexto, ‘Roma’ cuenta historias sobre gente común y corriente. Nos muestra sus vidas y las tragedias íntimas que llevan puestas. Desde el hambre y la ignorancia a que estaban obligadas, hasta la corrupción instituida, pasando por la decadencia y los temores de una clase media puesta a prueba. Esas historias se narran bien, sin truculencias ni arrebatos moralistas.

Es ‘Roma’ cine del mejor. Así lo creo. Cine grande y desafío para la sociedad actual. Esa a la que Cuarón se atreve a decirle que, contra toda evidencia, hubo un pasado que amenazamos olvidar. Un ayer que sigue sin marcharse. Como “la Cleo”, maestra sin ejercer en la vida real, y “el Fermín”, ese hombre al que ayer no más le negaron la visa americana por ser eso, mexicano.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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