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Más allá de la muerte de un grafitero

A Diego Felipe Becerra, el grafitero muerto en Bogotá hace casi dos...

1 de julio de 2013 Por: Víctor Diusabá Rojas

A Diego Felipe Becerra, el grafitero muerto en Bogotá hace casi dos años en confusos hechos que cada vez parecen menos confusos y más hechos vergonzosos y terribles, el Estado colombiano le va a salir debiendo mucho más que una de esas emotivas salidas en público en las que un alto funcionario aparece dándose golpes de pecho ante los medios, pide perdón por lo sucedido y garantiza (!) que “esto jamás volverá a suceder”.Bueno, a Diego Felipe Becerra no, porque está muerto, sino a su memoria. Y no se preocupen: tampoco será en plata. No creo que sus padres, a quienes les acabaron la vida con el infame proceder aquel del medio oeste que aconseja “disparar primero y preguntar después”, les interese compensación económica alguna. Si algo está claro es que la lucha que han librado días y noches desde el 19 de agosto de 2011 tiene una sola razón: limpiar el nombre de un muchacho bueno (este sí), al que, para tapar un error policial, le han tejido una telaraña de calumnias, aparte de presiones innobles a sus deudos, para buscar una coartada que, al final resultó ser lo que siempre fue: una mesa coja.¿Quiénes lo hicieron? La respuesta está en las decisiones de la Fiscalía que ha ido cerrando el círculo hasta dar con quienes, desde arriba -y eso es lo más grave aparte de la muerte de Diego Felipe-, pretendieron manipular la percepción de la comunidad sobre este hecho. Por eso, ahora hay ahí una miscelánea de cargos que van desde homicidio hasta fraude procesal, pasando por porte ilegal de armas de fuego, favorecimiento de homicidio, falsedad en documento y alteración de la escena del crimen. Y lo que se verá si el mundo dura…Con este caso lo que vuelve a debate es el alcance que tiene la mala utilización de la llamada solidaridad de cuerpo. Es decir, lo importante no es la verdad sino cerrar filas para que no se vea afectada la imagen de la institución, parecería ser el mandamiento. Al final, pierden los que promueven esa estrategia para que no se conozca la verdad y pierde, cómo no, la institución, porque un falso positivo, como lo es también el de Diego Felipe, siempre dejará una huella.Y aquí también hay un tema social que vale la pena no dejar pasar de largo. Se lo pregunté alguna vez al entonces general activo Óscar Naranjo desde este rincón y jamás me respondió: ¿Qué estaba haciendo la Policía para intentar cerrar esa brecha que hay entre los jóvenes y los policías de la calle? ¿Por qué no convertir a los jóvenes, en aliados antes que en potenciales adversarios? En Colombia debe dejar de ser indicio de sospecha que un muchacho tenga pelo largo, calzones descaderados, piercing en la oreja o tatuaje en la frente. Y los muchachos deben aprender que un señor con uniforme de Policía representa la autoridad, lo que deberá traducir, de un lado, respeto y, del otro, prevención antes que represión.Aquí planto, no sin antes hacer público algo que me pasó hace unos meses con un funcionario de pedigrí. Cuando algún día le dije que el Ejército corría el riesgo de sufrir efectos muy nocivos si algunos de sus miembros no partían cobijas con la causa de un suboficial acusado del asesinato de menores, me salió con una dolorosa perla: “Es que usted ni se imagina las relaciones del padre de esa niña con un grupo subversivo…”.Ah, y sin hacerme unas preguntas más: dice la prensa nacional que los dos coroneles que ahora son objeto de judicialización en el caso de Diego Felipe estaban como agregados en el exterior, imagino que en sedes diplomáticas. ¿Quién los puso allí? ¿Fueron premiados por méritos? ¿Cuáles méritos? ¿Física casualidad?... ¿O solidaridad de cuerpo?

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