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Las otras ambiciones

De todas las cosas que ha dicho el exfiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno tras su decisión de colaborar con la Justicia, la que más me ha impresionado hasta ahora es aquella según la cual había un proyecto político del que formaban parte, entre otros, los entonces magistrados Francisco Ricaurte y Leonidas Bustos.

3 de diciembre de 2017 Por:

De todas las cosas que ha dicho el exfiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno tras su decisión de colaborar con la Justicia, la que más me ha impresionado hasta ahora es aquella según la cual había un proyecto político del que formaban parte, entre otros, los entonces magistrados Francisco Ricaurte y Leonidas Bustos.

Según Moreno, Ricaurte iba por la Presidencia de la República; y Bustos, por la Fiscalía General. Un video hecho público por RCN demuestra que, al menos, Ricaurte sí tenía esas intenciones, como se los dijo a sus copartidarios conservadores hace un año (el 28 de noviembre de 2016). A la pretensión de Bustos, el Consejo de Estado le cerró la puerta.
Ya se sabrá en qué termina todo esto. Entre tanto, lo que más vuelve a impresionar de este tipo de conductas es la forma como la ambición desmedida se vuelve la razón de ser de tanta gente. Porque ni Ricaurte ni Bustos, ni el propio Moreno, son excepciones. Por el contrario, esa es cada vez más la regla de una sociedad que hace rato cerró la caja de la modestia y el desinterés para luego tirar la llave al mar.

Los casos abundan. De lo mío es mío y nadie me lo quita, pasamos al abran paso, que voy por lo de los demás. Por ejemplo, en el ámbito laboral. La posibilidad de un ascenso, el puesto del compañero, una bonificación o la simple búsqueda de atención del jefe, entre otros, sacan lo peor de la gente. Y si se trata de enseñar la lección a las nuevas generaciones sobre cómo se saltan los turnos en la vida, muchos padres ya han puesto a disposición de su criaturas un manual con el que se aprende a ser la cabeza de lo que sea. ¿Cómo?: pues, como sea.

En esto de competir y coger el atajo, la intriga y la lambonería del peor interés le ganan al talento y al conocimiento. Las que mandan son la zancadilla y la trampa. Vean no más cómo acaban de sancionar a ocho tipos que se disfrazaron de ciclistas en la pasada Vuelta a Colombia, cuando lo suyo era la práctica de otra actividad, el doping.

Claro está, triunfar en la vida sin tener ambiciones es imposible. Porque así como somos esa sociedad en la que vale todo con tal de alcanzar una meta, también somos el otro extremo, el del conformismo. Hablo de la facilidad con que depositamos en otros (politiqueros y especies similares) toda la responsabilidad de lo malo que nos pasa, sin aceptar hasta dónde va la nuestra, que comienza cuando los elegimos.

Y si damos una vuelta por terrenos de la mediocridad, nuestro mundo preferido es el de los mangos bajitos. ¿Una muestra?: la del viernes pasado, cuando al mismo tiempo tanta gente en este país andaba haciendo fuerza para que nos tocara el grupo más fácil de los ocho del Mundial. Al final, sucedió. Hay que ver lo felices que andan. En junio próximo, en caso de que la Selección supere la primera fase, ellos serán los primeros en poner veladoras para que en esa ronda nos toque enfrentar a algún aparecido y no a un equipo grande.

Pero eso da para otra columna, porque a lo que quería hacer referencia es a esa ‘cultura, la de los recursos inválidos para ascender en la escala de turno, por parte de personas a las que, además, no cuesta mucho identificar. Porque si usted mira bien a su alrededor, distinguirá bien entre el buen ambicioso, que mira al horizonte, y aquel otro, ¿lo ve?. Sí, ese trepador profesional que siempre buscar subir la palma como no puede ser de otra manera, reptando.

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Sobrero:
¿Cuál religión profesan esos jugadores de fútbol que oran durante los himnos, se echan la bendición antes de los partidos y señalan al cielo cada vez que hacen, o celebran, un gol, para enseguida ir en plancha en procura de los huesos de sus rivales?

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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