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La nueva diáspora

No sé cuántos colombianos se van a subir en este nuevo avión que les garantiza muchas cosas que aquí son imposibles.

14 de agosto de 2022 Por: Vicky Perea García

Entra en vigencia mañana, 16 de agosto, la más reciente reforma que España decidió aplicar a su ley de extranjería.

La verdad, mucho más que simple maquillaje. Quizás porque sus urgencias en materia de mano de obra son cada vez más apremiantes. Pero también por realidades internas que superan el tema del mercado laboral.

Comencemos por lo primero, la escasez de gente para trabajar. ¿Dónde y hacer qué? En casi todas partes. Para labores en la construcción y trabajo en esa columna vertebral que allí es la hostelería. También en todo aquello que hoy cabe bajo el gigantesco techo de lo digital.

Aunque si de situación crítica actual hablamos, esa es la que vive el sector encargado de atender a millones de turistas.

Los cálculos dicen que de cada diez plazas de trabajo en las agencias de viaje, siete están ocupadas y tres libres. En las aerolíneas falta el 20% del personal. Y un poco más en los hoteles.

Si el mercado a satisfacer bordea los nueve o diez millones de huéspedes en un mes pico del sector como lo es este agosto, ya se sabe el tamaño del hueco que deja esta situación.

Aún es prematuro saber si España encontrará soluciones para tapar esa tronera. Que además no es nueva y se asemeja mucho a la que padecen otras economías de primer nivel, tipo Estados Unidos y Alemania.

Deberíamos preguntarnos qué tipo de consecuencias deja a Colombia, y América Latina, esa invitación oficial a probar suerte allí.

Está claro que oportunidades como esas resultan difíciles de desechar por la siempre compleja situación de nuestra región. No serán pocos los que se marchen para nunca más volver.

¿Quiénes son esos hombres y mujeres que lo hacen? Existe la errada creencia de que responden al perfil de ciudadanos con escasa formación y dueños de un aventurerismo a toda prueba.

En el fondo, sabemos poco sobre quiénes conforman ese país nuestro, cada vez más grande, que se ha ido a vivir al exterior.

La gente se marcha en silencio para vivir en el mismo silencio, tras pasar de supuestos turistas a forasteros que se buscan la vida sin garantía alguna.

Terminan siendo ciudadanos de segunda porque aquí mismo, donde nacieron, no tuvieron derecho a ser lo que son, de primera.

Ojalá, y para comenzar, algún día haya al menos un censo que nos diga el tamaño real de este fenómeno. Ojalá, también, algún día, este Estado entienda que ellos siguen siendo colombianos, la mayoría en condición irregular, a merced de todo tipo de abusos.

Igual, ojalá, la clase política se acuerde de ellos. Aunque difícil que lo haga, son indocumentados y no representan votos.

Me gusta la reforma a la ley de extranjería en España. Porque regulariza a miles que llevan dos o más años allí y se ganan la vida en la sombra. Y, aparte, permite que quienes desde ahora tomen ese destino, lo hagan como manda la ley.

No sé cuántos colombianos se van a subir en este nuevo avión que les garantiza muchas cosas que aquí son imposibles. Y tampoco, cuántos darán más adelante el salto de la residencia a la nacionalidad.

Buen viento y buena mar para ellos. Los suyos los van a extrañar. Aunque igual deberíamos hacerlo todos. En algún momento entenderemos cuánto nos cuesta, en todos los órdenes, este desangre, el de la diáspora eterna.

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Sobrero. Está demostrado: el agua potable gratuita para los clientes de restaurantes y similares a que obligan otras naciones, también es recurso, y muy exitoso, para reducir el consumo de las bebidas azucaradas. Basta ya de 'botellita de agua', cara y, por si fuera poco, en envase plástico.

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