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Inmigrantes, en la mira

“Poca concurrencia en marcha antiinmigrantes en Antofagasta, Chile” y “El 96,1% de...

21 de octubre de 2013 Por: Víctor Diusabá Rojas

“Poca concurrencia en marcha antiinmigrantes en Antofagasta, Chile” y “El 96,1% de los delitos de drogas en Antofagasta es cometido por chilenos”. Más que simples titulares del sábado en ediciones digitales de diarios colombianos, el enfoque parecía tener el mismo doble propósito: demostrar que el movimiento en contra de la colonia nacional en esa ciudad austral es cosa de pocos xenófobos y dejar sin piso un nuevo capítulo de la eterna estigmatización que pretende atar nuestra nacionalidad al narcotráfico. Estaríamos pues al borde del colorín colorado. Sin embargo, las perspectivas no aconsejan pasar esa página tan pronto. Y no porque quienes impulsan el rechazo a los colombianos vayan a tener éxito en un país acogedor como lo es Chile, sino porque, si se miran las cosas en contexto, el tema de la migración va camino a ponerse en cabeza de los asuntos de la política internacional. Y como los colombianos, seguimos siendo una diáspora -que lo digan los ¡11 mil! compatriotas que se han afincado en un lugar tan chico como Antofagasta- pues esa situación nos toca, o mejor, nos pega de forma directa.Basta una revista de prensa de las últimas dos semanas para darse cuenta el tinte que está tomando la política migratoria. En la Francia de la libertad, la igualdad, pero más que nada, en la de la fraternidad, Leonarda, una niña romaní (léase gitana), fue sacada de su escuela y expulsada del país por no tener sus papeles en regla. El impacto de la noticia ha puesto al gobierno (¿socialista?) de Francois Hollande contra las cuerdas, con centenares de jóvenes que repudian la medida y que lo han obligado a recular. Leonarda se niega a volver sin su familia. En la misma semana, el crimen del ruso Yegor Shcherbakov en un sector marginal de su ciudad por parte de un hombre al que se le buscaba, antes que nada, por sus características raciales (centroasiático), desató una campaña contra los inmigrantes por parte de la población local, seguida de una cacería policial a todo lo que oliera a ilegales. El asunto se saldó con centenares de detenciones. Todo indica, conociendo los sentimientos del señor Putin, que las cosas irán más allá. En el Reino Unido, el gobierno de David Cameron, acosado por la creciente fuerza del Ukip (partido nacionalista que apunta a la independencia de la Unión Europea y dispara un discurso radical antiinmigrante) contrató una firma privada que ya mandó 40 mil correos electrónicos a igual número de destinatarios sin papeles para que hagan el favor y se larguen de allí.No sobra agregar el caso de Lampedusa, que ya es la tapa, y las acciones de la ultraderecha en Grecia contra los mal venidos de países más pobres que el suyo.¿Qué tienen en común Francia, Gran Bretaña, Rusia, Italia y Chile? Economías por encima del promedio que los convierten en destino para quienes buscan una oportunidad, esa misma que se les niega en sus tierras natales. Así, quien toma el camino de irse, ninguno diferente al desespero, se juega el pellejo y apuesta por el choque cultural, ya sea desde la ilegalidad o desde la extrema necesidad, aparte de la persecución política. Por eso mismo, los sin papeles de Antofagasta, Moscú, Londres, París o donde sea, siempre serán el hilo más delgado del que no dudan en tirar los radicales o los políticos en crisis; o aquellos otros, los aspirantes al poder que se levantan a punta de demagogia. Los inmigrantes seguirán importando poco. Igual, para quienes obligan a que se marchen y, segundo, a los que se ven obligados a recibirlos. Resultarán invisibles una y otra vez, a excepción de que su situación dé para titulares de prensa. Entonces volverán a tener ese furtivo carácter de ciudadanos por unas horas, como sucede con Antofagasta, hasta que otro titular de lo que sea los suma en el olvido.

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