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El hombre que no se arrodilló

El sinfín de imágenes que permite recorrer la ‘Topografía del terror’ en Berlín marca para siempre la vida de quien observa con atención ese paso a paso del nacional socialismo

22 de febrero de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

El sinfín de imágenes que permite recorrer la ‘Topografía del terror’ en Berlín marca para siempre la vida de quien observa con atención ese paso a paso del nacional socialismo, desde sus primeros años hasta engendrar el horror que terminó siendo.

Y si algo deja huella es cómo millones de alemanes jamás parecieron advertir el tamaño del lobo que escondía aquel hombre lenguaraz y pendenciero al que todos comenzaron a reconocer como Hitler, Adolfo Hitler.

La ‘Topografía del terror’ es un museo que uno encuentra puesto en el sitio que manda la memoria en esa ciudad. Allí, sobre la calle Prinz Albrecht, confluyeron las sedes de la Gestapo y las SS, además de otras formas de policía política y fuerzas de choque, encargadas por el führer y su círculo criminal de alienar, por las malas si era necesario, todo lo que fuera alienable, y desaparecer el resto, el inmenso resto.

Quedarse con una sola mirada de tantas y tantas con que las víctimas otean su destino es imposible. Las hay ingenuas, de niños que huelen lo que sale de las cámaras de gas que esperan por ellos. Y las hay eternamente tristes de sus madres, que a lo mejor prefieren guardarles el secreto de la inminente fatalidad, en la más pura de las mentiras.

Pero hay una que me parece vigente y profética (esta, que ustedes pueden consultar en la edición web de El País https://www.google.com.co/search?q=LANDMESSER&espv=2&biw=1280&bih=694&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwj_0pvrm5rSAhXGQyYKHTSXCCcQ_AUIBigB#imgrc=NdLCKjHq0rkVqM). Se trata de la que le toman a una enfervorizada multitud que saluda a Hitler en un astillero en Hamburgo, durante una botadura de barco.

Uniformes, todos hacen el saludo nazi, a cual más fervoroso. Y los pocos que no, también están en shock. Solo alguien difiere. Es August Landmesser, trabajador del astillero. Su actitud es desafiante, se diría que provocadora. Lleva los brazos cruzados y ahí, cercado por el rebaño, parece decir a Hitler en la distancia que, aparte de no creerle, está seguro que quienes ahora se desgañitan a su lado andan muy equivocados.

El resto de la historia se vino a conocer hace pocos años. Landmesser, que había conseguido trabajo siendo integrante del partido, se casó después, sabedor de las consecuencias, con una mujer judía, con la que tuvo dos hijas. Por esa 'traición de raza' fue a dar a la cárcel, de donde, todo parece indicar, lo sacaron para defender lo poco que quedaba del Tercer Reich en la recta final de la Segunda Guerra Mundial. Ahí desaparece su huella.

Lo importante es que Landmesser asume esa actitud en 1936 (mucho antes de la Guerra), cuando Hitler iba palo arriba, fruto del carisma y del apoyo económico de quienes le encendían una vela, no fuera el diablo que se quedaran por fuera de sus afectos. Entre ellos, Henry Ford. Sí, el mismísimo Henry Ford que usted y yo conocemos de autos, valga la expresión.

Ser Landmesser tuvo sus costos, qué duda cabe. Incluso, ese mismo día en Hamburgo, él los pudo pagar. De hecho, el buque que se tiraba por primera vez al mar llevaba como nombre ‘Horst Wessel’, homenaje a un muchacho nazi que había muerto en enfrentamiento con comunistas. No rendirle homenaje era ya una afrenta. Valiente, Landmesser resistió desde su silencio, como lo grita en la fotografía aquella.

¿A qué viene toda esta historia? A que, con lo que estamos viendo y viviendo, faltan más Landmesser, más gente que no trague entero. Que no juegue a lo que jugamos, a ser generales después de las guerras. Porque si algo valió lo que él hizo entonces, y vale hoy, es anticiparse a los tiempos. Antes de que ellos, los Mesías, decidan por nosotros. Como ya sucede, y como promete seguir pasando.

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